Esquerra Republicana siente estos días que todas las miradas de la política española están puestas en ella y la decisión que adopte sobre la investidura de Pedro Sánchez. Es razonable que sea así, ya que los trece escaños logrados en el Congreso de los Diputados y sus once senadores, unidos a su renovada victoria electoral en Catalunya el pasado domingo, le otorgan una posición central a la hora de decantar mayorías parlamentarias. Dicho en plata, si ERC no facilita la investidura de Sánchez, el escenario más probable es la repetición electoral.

Es obvio, por tanto, que, en las próximas semanas, ERC notará la presión como no está acostumbrada, ya que los intereses en juego de uno y otro bando, de todo tipo, no son ni mucho menos menores. El pressing que sufrió cuando impulsó los tripartitos de izquierda, con Maragall y Montilla en la presidencia de la Generalitat, será una partida menor al lado del vértigo que sufrirá a partir de ahora.

A diferencia del PSOE y Unidas Podemos, ERC apuesta por dos cosas: poner una marcha corta en el arranque de las negociaciones y visualizar al vicepresident Pere Aragonès como la persona sobre la que recae el peso de las decisiones, como hombre de máxima confianza de Oriol Junqueras y seguro candidato republicano a la presidencia de la Generalitat. Esquerra debe ahora redactar la carta de sus exigencias para que Sánchez obtenga su apoyo parlamentario y, en la medida que pueda, trasladar una parte de la presión que recibe a los propios socialistas y a la formación morada.

Ese es un pacto político en el que todo el mundo ganará, y mucho, empezando por Podemos, que dispondrá de una cuota de poder extraordinaria por primera vez en la historia reciente. Y, detrás de Iglesias, el siempre experto PNV, que, sigilosamente, ya debe tener a punto su carpeta de demandas. Y así, canarios, cántabros, turolenses y gallegos. Nadie, por tanto, en su sano juicio puede pensar que el tren hacia la Moncloa que va recogiendo los votos necesarios para alcanzar la presidencia seguirá su trayecto aparcando para otro momento todas las exigencias del independentismo catalán.

En parte, la situación tiene destellos de tres momentos ya vividos: el posterior al golpe de estado del 23-F de 1981, la investidura de José María Aznar de 1996 y su mayoría absoluta en el año 2000. Veamos.

Después de aquel bochornoso día de Milans del Bosch, Armada, Tejero y compañía, el nacionalismo catalán sucumbió a la idea de que sus demandas debían quedar en un segundo plano bajo la premisa de que estaba en juego la democracia; ello fue aprovechado por los partidos españoles para revertir el enfoque constitucional más abierto y cerrarlo definitivamente.

Pasaron 15 años hasta que el nacionalismo catalán tuvo una jugada política relevante en la partida española con la investidura de Aznar. Con todos los matices e incluso reproches que ahora se pueden hacer, el salto competencial, el del llamado pacto del Majestic, fue importante -en cualquier caso, el más importante desde 1980 hasta ahora-.

El tercer momento fue el aznarato, con su mayoría absoluta y el renacimiento del españolismo rampante y sin complejos para resarcirse de la humillación que le había supuesto el pacto con Pujol y Arzalluz. Un Pujol en decadencia política y falto de reflejos analizó mal el coste del trasvase de agua del Ebro y el peso del territorio que, en muchos aspectos ha ganado la batalla a Barcelona, aunque las élites, no solo las políticas, se resistan a verlo así.

Ahora llega el cuarto momento, y el primero que gestionará Esquerra, si quiere, incluso, en solitario, entre los partidos independentistas catalanes. Y con las elecciones catalanas en el horizonte, algo que no se puede olvidar. Encima tiene dos espadas de Damocles: la situación que vive Catalunya, excepcional desde todos los puntos de vista pero, sobre todo, desde una mirada independentista. Represión, detenciones, prisión, exilio, desprecio y amenazas, por un lado; y, por el otro, movilizaciones, hartazgo, amnistía, referéndum acordado y una sociedad empoderada dando pasos que parecían imposibles. La segunda espada encima de su cabeza es la manipulación ya evidente de la izquierda española del espectacular ascenso de Vox con el argumento de que cualquiera que está en el 'no' se alinea con la ultraderecha.

En medio de este bosque, donde también se pueden ganar partidas, Esquerra se tendrá que abrir paso y tener más acierto que otros en el pasado. La Declaración de Pedralbes, del 20 de diciembre de 2018, en la que el gobierno Sánchez reconocía "la existencia de un conflicto sobre el futuro de Catalunya" podría ser un punto de partida. En todo caso, como decía Tarradellas, los catalanes somos muy propensos al halago cuando vamos a Madrid y solo cuando estamos de vuelta, a mitad del camino, -él decía "en el tren", ya que huía siempre que podía del avión- comprobamos que detrás de los parabienes del excelentísimo o ilustrísimo de turno el resultado no ha sido el esperado. Y ya es tarde.