"La legislatura no tiene más recorrido si no se rehace la unidad". Era el 29 de enero cuando el president Quim Torra verbalizó oficialmente desde el Palau de la Generalitat un final de legislatura para después de la aprobación de los presupuestos, cosa que sucedió el 24 de abril. Han transcurrido 218 días desde aquel solemne anuncio, con una pandemia por en medio, un calendario electoral que nunca ha dominado al 100%, y no solo no ha habido convocatoria a las urnas sino que no la va a haber y, por el contrario, Quim Torra se ha adentrado en su primera remodelación del Govern. Una circunstancia ciertamente curiosa y hasta cierto punto sorprendente con unas elecciones situadas, si el Tribunal Supremo ratifica la inhabilitación de Torra en el juicio del próximo día 17 y dicta sentencia en un par de semanas, como piensan los abogados del president, en los alrededores de la primera quincena de febrero.

Los tres cambios que ha llevado a cabo Torra tienen, no obstante, una explicación. Políticamente hablando el más relevante es el del conseller Miquel Buch, que deja Interior después de profundos desencuentros con el president con el que nunca tuvo la más mínima sintonía. Curiosamente, Buch, un político de raza, ha sufrido un enorme desgaste por la violencia de los mossos en algunas manifestaciones mientras sus políticas eran de las más valoradas por la opinión pública, según el CEO. Internamente, ha reformulado con mano izquierda la cúpula de la policía autonómica después la situación vivida con el caso Trapero, ha cerrado carpetas históricas de los diferentes cuerpos como Bombers o Protecció Civil. Pero todo ese capítulo de la gestión del departamento tenía nula relevancia pública al lado de los conflictos en las manifestaciones y las protestas de muchos sectores independentistas —de la CUP, de Esquerra y también de JxCAT— que hacían mella en Torra.

La política tiene estas cosas y Buch ha pasado, en algo más de dos años, de poder ser el president de la Generalitat después de las investidura fallidas de Carles Puigdemont, Jordi Sánchez y Jordi Turull impedidas por el Tribunal Supremo o el Constitucional —llegó a disputar la designación a Torra— a estar fuera del Govern. Aunque es un cese del president, Buch ya hacía meses que no ocultaba su deseo de dejar el Govern.

La marcha de Àngels Chacón es simplemente una purga por haberse quedado en el PDeCAT y no haber transitado a Junts per Catalunya. No hay más políticamente hablando aunque el sustituto es, en este caso, un político con galones como es el ex eurodiputado Ramon Tremosa, muy bien conectado con Bruselas y con muy buenas relaciones con el mundo económico internacional. Caso diferente es el de la consellera Mariàngela Vilallonga, nombrada por Torra con la legislatura iniciada para sustituir a Laura Borràs y que no ha dado la talla para el cargo. El president quería la vuelta de Borràs, ha trabajado para que así fuera, pero ha tenido que acabar desistiendo. Sigue siendo, no obstante, su carta para el futuro.

Con el cambio de gobierno, Torra descubre sus cartas para la recta final de la legislatura. Se quedará en el Palau hasta la inhabilitación, cederá el testigo al vicepresident Pere Aragonès que hará las funciones de president durante unos cuatro meses que son los que fija el Estatut para la presentación de un candidato (artículo 67 del Estatut) y una convocatoria electoral (artículo 56) y las urnas, si la situación sanitaria del momento lo permite, establecerán un nuevo mapa electoral. Torra ha reescrito el 29 de enero o se lo han reescrito. A trompicones, la legislatura sigue. Aunque la unidad brilla por su ausencia.