Si las encuestas se cumplen, nada cambiará en Euskadi y Galicia en las elecciones que se celebrarán el domingo 12 de julio. Íñigo Urkullu y Alberto Núñez Feijóo se encuentran en condiciones de revalidar la presidencia y el PNV y el PP de obtener unos resultados muy similares a los de 2016, demostrando así, una vez más, su fortaleza en las urnas por encima de situaciones sobrevenidas como la pandemia del coronavirus y la crisis económica.

Los electores parecen querer apostar por la estabilidad, rechazan aventuras desconocidas y se sienten cómodos en posiciones conservadoras. Esta situación acaba siendo especialmente perjudicial para la izquierda que una vez más puede salir muy maltrecha de las elecciones gallegas, con Feijóo en porcentajes de votos del 48%, mayoría absoluta, y sin opciones de ser alternativa en Euskadi, y teniendo que conformarse el PSOE con ser muleta de Urkullu si el PNV escoge a los socialistas y no a Bildu, como así parece.

Entre las muchas razones de la incapacidad de la izquierda para ser una alternativa real, está su dificultad para elaborar un proyecto que ilusione y que sea creíble. Nada diferente, por otro lado, a lo que sucede en Catalunya, donde también a los socialistas les es más fácil construir un discurso a la contra que elaborar un proyecto político. Por eso, elección tras elección, el mapa político en todas las catalanas siempre da la mayoría a los independentistas ahora y antes a los nacionalistas. Lo mismo sucede en Euskadi y en Galicia: vence una especie de partido regionalista ya que Feijóo, como antes hizo Fraga, lo primero que hace es esconder las siglas del PP.

Si Galicia y Euskadi se caracterizan por la estabilidad, las municipales francesas dejan para el análisis la victoria de la ultraderecha en Perpinyà, con la victoria de Louis Aliot con el 53% de los votos y una abstención del 60%. Marine Le Pen y la ultraderecha ya tienen una ciudad emblemática en la Francia republicana. Y muchos decían que eso no pasaría nunca. ¿Qué dirán ahora?