A rebufo de las nuevas y escandalosas noticias de corrupción en el PSOE, que salpican directamente a Pedro Sánchez, y también las que afectan a su esposa, Begoña Gómez, y a su hermano, David Sánchez, el presidente del Partido Popular ha convocado una manifestación en Madrid para el próximo día 8 de junio y ha agitado el fantasma de una moción de censura, para la que necesita imperiosamente los votos de alguno de los partidos que hace dos años facilitaron la investidura del actual presidente del Gobierno. Para la manifestación en Madrid, Feijóo quizás ha escogido un buen momento político, ya que incluso diferentes socialistas de renombre, como los siempre locuaces, el manchego Emiliano García-Page y el aragonés Javier Lambán, dispuestos ambos a alzar su voz y a posicionarse en contra del secretario general del PSOE, le han pedido incluso que convoque elecciones en España para acabar con la situación actual, que no dudan en calificar de agónica.

Pero si en el rifirrafe PSOE-PP la manifestación de los populares puede tener un cierto sentido —aunque ojo con los fracasos, con el verano llamando a la puerta—, donde seguro que Feijóo ha errado es en pedir apoyos parlamentarios para desbancar a Sánchez. La misma semana en que el PP ha hecho bandera de su oposición a la oficialidad del catalán y del euskera en las instituciones europeas, reclamar el apoyo de Junts y del PNV no es que sea suicida, es que es directamente una provocación. En política hay que saber medir los tiempos, y tú no pueden propinar una bofetada a tus supuestos aliados en una aventura tan complicada, salir corriendo a pedirles ayuda y pensar por un momento que habrán olvidado cómo les dejaste con la miel en los labios en la reunión del Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europa del pasado martes en Bruselas. Es más: hoy, el PP está parlamentariamente más solo y dependiente de Vox, ya que ha vuelto a ganar la condición de apestado para la dirección de Junts. El propio Aznar, siempre cicatero con Feijóo y más cercano a Isabel Díaz Ayuso, le ha amonestado diciendo que una moción de censura está condenada al fracaso y que las cosas condenadas al fracaso producen más frustración.

Hoy, el PP está parlamentariamente más solo y dependiente de Vox, ya que ha vuelto a ganar la condición de apestado para la dirección de Junts

En sentido contrario, el PSOE ha rebajado la irritación de los independentistas después de que de una manera efectista, aunque sin resultado práctico alguno, haya aparecido como el defensor del catalán en Europa. Poco importa que lo haya hecho tarde y con una convicción sobrevenida, por los siete votos que necesita en el Congreso de los Diputados. El relato dominante es que el Gobierno Sánchez lo ha intentado y que solo la maldad de los populares lo ha hecho descarrilar. Es, sin duda, la explicación más confortable para el PSOE, la única que le servía en estos momentos a Junts y la peor para el PP en Catalunya, obsesionado en ser aquí un partido marginal y sin aliados, ya que su política acaba estando fuera de la centralidad de la sociedad catalana. Aunque se entienda poco en Madrid, que el catalán sea lengua oficial en las instituciones europeas no es una posición extremista, sino que es justamente al revés. La extremista es oponerse a ello.

En este contexto, lo más previsible es que la legislatura continúe en esta zona borrosa en que las noticias judiciales ocupan el espacio de la información política. Es lo normal en los procesos de desintegración de un gobierno, y la historia reciente nos lleva al final de la etapa de Felipe González, en 1996. Con matices, claro está. González no era un problema para el Estado, tal como se entiende en Madrid, sino un aliado del mismo y de ahí que pudiera abandonar con comodidad absoluta la Moncloa sin que los casos de corrupción le persiguieran o le enfilaran personalmente. Sánchez ni tiene, ni tendrá, esa suerte, ya que ese mismo Estado le ve como un enemigo, capaz de alcanzar acuerdos políticos para desarticularlo. Ha entrado en un túnel en que las causas judiciales le desbordan, la mayoría parlamentaria para avanzar en un proyecto político es inexistente y muchos de los dirigentes socialistas se van a dormir sin saber si al día siguiente leerán o escucharán una conversación comprometedora suya. Y, así, gobernar es imposible. Otra cosa es ocupar el gobierno.