Si el escritor ampurdanés Josep Pla hubiera continuado la excepcional serie de 60 perfiles sobre personajes de su tiempo, que publicó en cuatro volúmenes de la obra completa de la editorial Destino entre 1969 y 1975, a buen seguro hubiera tenido que incorporar a su compendio de homenots a Josep Espar Ticó, ya que como él mismo escribía en el prefacio de uno de los tomos, para Pla un homenot era un tipo singular, insólito, una persona que se ha significado en cualquier actividad de una manera remarcable. Y, sin duda posible, Espar Ticó, fallecido este sábado a los 94 años, después de una vida rica, entusiasta y comprometida, lo era.
Cuando conocí a Espar Ticó en 1977, al poco de iniciarme en este oficio de periodista que tantas alegrías me ha dado y me ha permitido relacionarme con tanta gente, ya era en el mundo catalanista un grande, un imprescindible, un gigante. Me lo presentó Jaume Casajuana, también activista, abogado, que se decantaría por la política y, lamentablemente, fallecido muy joven. Espar Ticó era muchas cosas: un mecenas, un activista, un patriota, un luchador infatigable, un patricio. No había iniciativa que se pusiera en marcha en Catalunya desde la clandestinidad y en el posfranquismo que tuviera un sello cultural y catalanista en la que no participara: el diario Avui, la revista Cavall Fort, la discográfica Edigsa promotora de la Nova Cançó, el Congrés de Cultura Catalana y decenas de iniciativas más modestas, que siempre escuchaba con atención y se convertía desde el primer momento en un propagador entusiasta.
Espar era un apasionado del país, que conocía hasta el último rincón y un obsesionado de su reconstrucción nacional. Nunca entró en política, pero siempre estuvo en política. Detrás de su sonrisa y su generosidad había una actitud irreductible de defensa de la nación catalana que hoy, seguramente, sería de difícil comprensión para muchos de los que hacen política desde el catalanismo o, incluso, desde el independentismo. Empezando por su convencimiento de que en Catalunya, cuando se dice que se hará una cosa, se ha de hacer pase lo que pase. Algo que ha caído en el desuso.
Fundador de Convergència Democràtica en 1975, en el monasterio de Montserrat, ayudó como pocos a Jordi Pujol a ganar las primeras elecciones de 1980. Espar era un convencido de su victoria frente al socialista Joan Reventós, cuando otros ya trabajaban ilusamente en la derrota de quien después gobernaría la Generalitat durante 23 años. Su papel se difuminó algo para el gran público a partir de los años 80, aunque su peso e influencia siempre fue importante. Cuando en 2014 la confesión de Pujol y la deixa de su padre situó al president en un torbellino judicial, político y mediático, utilizó todo su predicamento, que no era poco y en un determinado mundo era mucho, para rescatar su figura y con ello su obra política y de gobierno.
Si por una acción concreta su nombre se extendió como un reguero de pólvora, fue por formar parte de aquel grupo catalanista, que con todo en contra, en los momentos más duros de la dictadura, en 1960, protagonizaría Els fets del Palau. Espar se levantó el primero en el Palau de la Música de Barcelona durante el homenaje por el centenario del poeta Joan Maragall, para interpretar a cappella El Cant de la Senyera, himno del Orfeó Català y prohibido por el régimen franquista.
Un homenot irreductible, gran conversador y un hombre lúcido que nunca se doblegó. Así lo recordaremos muchos.