Este domingo, uno de los periodistas que mejor conocen Barcelona, Eugeni Madueño, hoy jubilado, explicaba en un tuit que el sábado por la noche había bajado la persiana definitivamente el único bar de la Dreta de l'Eixample regentado por la misma familia desde hace 70 años. Estaba en la esquina Diagonal-Girona y su propietario, Carles, le había explicado, entre deprimido y derrotado, que habían resistido un año las presiones del fondo buitre que había comprado todo el edificio para convertirlo en apartamentos turísticos. Otro más, según Madueño, en un barrio que pierde la identidad y la vida para convertirse en un parque temático.     

No puedo estar más de acuerdo con la reflexión del veterano periodista, narrador durante varias décadas de las transformaciones sociales en Barcelona y en el área metropolitana. Es oriundo de Santa Coloma de Gramenet, y buen conocedor de los movimientos vecinales, a los que ha seguido e informado con una precisión casi quirúrgica. Las ciudades se uniformizan, se hacen más pobres, con la desaparición de sus establecimientos emblemáticos, reconocidos por la gente no solo por los años que hace que están abiertos, sino porque han sido capaces de dejar huella, de convertirse en una señal de identidad. El bar restaurante Jofama ofrecía comida casera, catalana y de mercado y servía desayunos, comidas y cenas.

En esta Barcelona cada vez más anodina, sin personalidad y que tiende a asemejarse a otras grandes ciudades donde no se distingue el comercio local han ido desapareciendo un sinfín de establecimientos recordados y queridos como el Cinema Texas, el restaurante Cal Lluís del Raval, la camisería Xancó de la Rambla, la herboristería del Rei de plaza Reial, la cestería Germanes Garcia, el restaurant Sagarra, El Gran Cafè, la Casa Calicó o La Casa de les Sabatilles. Hay 209 negocios históricos en la capital, 30 de gran interés patrimonial, pero después hay todos aquellos que también forman parte del paisaje de la ciudad y que se encuentran, llegado el momento, desprovistos de una ayuda y sin protección alguna.

En un escrito colgado en la fachada del bar Jofama, Anna, la nieta de los fundadores, explica cómo su abuelo murió sin saber qué era el descanso, "ya que detrás de cualquier pequeño negocio hay mucho sudor y mucho sacrificio". Después siguió Carles, su padre, hasta este sábado. "Donde había familias y vida, ahora tan solo quedan apartamentos de alquiler turístico y un fondo buitre ha conseguido, finalmente, hacernos cerrar", escribe. Más allá de los que lo conocían y que lo han recordado estas últimas horas en Twitter, Jofama no era un sitio famoso. Pero sí era un lugar querido.

Algo habrá que hacer para impedir este goteo continuo de establecimientos que se cierran y que en condiciones menos hostiles hubieran continuado dando servicio y siendo una característica del pequeño comercio de Barcelona. Las ciudades son singulares por lo que poseen que las hace diferentes. Esta distinción sigue siendo necesaria y hay que protegerla.