La derrota de Manuel Valls en las legislativas francesas, al no haber superado el corte para figurar entre los dos primeros candidatos por la circunscripción que se presentaba, y que englobaba a los franceses residentes en España, Portugal, Andorra y Mónaco, puede suponer el canto del cisne de la vida pública para el ex primer ministro francés. Después de su fracasada travesía política por el ayuntamiento de Barcelona, Valls retornó a París en busca de un escaño en la Asamblea Nacional que justificara su residencia en la capital y le permitiera reubicarse en la política francesa a la espera de tiempos mejores.

Su tercera posición por detrás del ecologista Renaud Le Berre y del actual diputado Stéphane Vojetta es toda una bofetada, ya que le impedirá pasar a la segunda vuelta. La elección de este domingo ha aportado otra mala noticia para Valls: ha quedado primero en Portugal y Mónaco, pero ha fracasado en España y Andorra. Allí donde Valls ha intervenido más en la vida política es donde se ha producido el castigo, hasta dejarlo sin opciones de aspirar a un escaño que había tenido entre junio de 2002 y octubre de 2018, entonces en representación del Partido Socialista. Ahora se presentaba bajo el paraguas de La República en Marcha de Emmanuel Macron, aunque el presidente de la República le hizo ciertamente un regalo envenenado, ya que por el mismo partido se presentaba Vojetta, que ha sido a la postre quien se ha llevado el gato al agua.

Aunque en la política hay personajes que tienen mil vidas y que consiguen salir de las peores situaciones siempre a flote, no lo tendrá fácil en esta ocasión Manuel Valls, ya que sus últimos movimientos han sido un fracaso, tanto en Barcelona como en Francia. Sus primeras reacciones vía Twitter, antes de que cerrara su cuenta, hicieron referencia a que tras la derrota le correspondía "lucidamente" sacar conclusiones, y que la vida es lo bastante bonita "para girar tranquilamente las páginas". Todo un punto y seguido a su carrera política, si no un irreversible punto y final.

Se cumplen ahora cuatro años desde su aterrizaje en Barcelona con el objetivo de ser el alcalde de la capital catalana, aupado por un grupo de próceres del Upper Diagonal, que creyeron ingenuamente que desde los despachos se podía acabar con Ada Colau y que con dinero Valls podía ser el siguiente alcalde. No faltó dinero para la operación Valls, pero sí faltaron miles de votos para que la jugada pudiera funcionar. Valls tuvo un pobre resultado pero los concejales suficientes para condicionar la reelección de Colau, que era la política con la que se quería acabar. Las élites barcelonesas, fruto de su precipitación y de su ignorancia, apartaron al ganador Ernest Maragall en beneficio de Colau, que se encontró así con cuatro años más de alcaldía.

La foto de Valls votando a Colau queda para la historia de una de las jugadas más sorprendentes del político francés. A la postre, incluso la política se tiene que poder explicar y la alcaldesa pagó un peaje político alto por unos votos de los que siempre se sintió públicamente incómoda. Eso sí, demostró unas hechuras difíciles de encontrar incluso en la acción política de los partidos tradicionales. A la postre, quería la alcaldía y Valls, el denostado Valls, se la dio.