Aunque a priori cualquier año que empieza es un año de oportunidades, en ninguno desde el año 1996 se habían dado las circunstancias que se dan este 2024 ni la coyuntura había sido tan favorable para los intereses de Catalunya, Se podrá decir que en 2012 había unas circunstancias muy buenas y que en 2017 se desaprovechó un momento mágico. Sobre todo ello ya se ha escrito mucho y no se puede volver a situar el reloj en aquel momento. También hubo en 2019 un gobierno de Pedro Sánchez en construcción y Esquerra no supo dar con la llave para que se notara su fuerza en el Congreso de los Diputados durante cuatro años. Pero ya decía Winston Churchill que si comenzamos una discusión entre el pasado y el presente, descubriremos que hemos perdido el futuro y esto es algo que no podemos permitirnos.

Las elecciones de 2023 han reforzado el peso del independentismo catalán y puesto que los dos partidos no se pondrán de acuerdo para hacer un frente común que bloquee la legislatura si no se producen los avances que Catalunya necesita, lo mejor que puede pasar es que de su rivalidad cainita al menos sean capaces de sacar provecho. Que su hoja de resultados —las promesas son otra cosa y excepto el catalán en el Congreso poca cosa hay— deje de estar en blanco y el PSOE recupere aquella cara de pánico que tenía cuando la investidura de Pedro Sánchez estaba en el aire.

Las posibilidades de negociar bien y llevar a cabo lo que se ha prometido son altas, por más que el PSOE se haga el remolón, utilice su habilidad para retorcer los compromisos e intente deshacer alguna de las líneas rojas

Más de una vez me han preguntado cuál era la principal dificultad en una negociación entre un político catalán y el gobierno de España. Y siempre he respondido lo mismo: el oficio, los años de experiencia, la estructura del Estado para bloquear cualquier avance de Catalunya en una negociación. Saber esperar el momento para salir triunfador de una negociación con Madrid. En unas lúcidas declaraciones el pasado 3 de octubre, Jordi Pujol manifestaba en una entrevista con este diario que los negociadores catalanes debían evitar caer en la candidez. Era más un mensaje para Junts, pero también para Esquerra que tiene los mismos diputados en Madrid, siete cada uno.

Al catalanismo lo ha perdido muchas veces cuando ha negociado con Madrid su ingenuidad, su falta de malicia. Ya en el inicio de la transición, Josep Tarradellas ironizaba con el catalán que va a Madrid, le dan una palmadita en la espalda, recibe unos cuantos elogios y regresa a Catalunya satisfecho pero sin nada. Va a ser un mal año para los excesos dialécticos este 2024, ya que las posibilidades de negociar bien y llevar a cabo lo que se ha prometido son altas, por más que el PSOE se haga el remolón, utilice su habilidad para retorcer los compromisos e intente deshacer alguna de las líneas rojas que ha cruzado.

Si se aprovechan a fondo las oportunidades de este 2024, el año que ahora se inicia no acabará con la cara mustia del 2023 y con esa sensación de que la fosa que se tiene que cruzar en los próximos doce meses mediante una negociación sólida y con resultados, se hace cada vez más grande y más profunda.