El peor Barça de los últimos tiempos se despide de Europa y del triplete por la puerta de atrás (3-0). El equipo es incapaz de marcarle un gol a la Roma y suma la tercera temporada consecutiva sin jugar las semifinales de la Champions League.

Una sombra

La lógica decía que la Roma utilizaría los primeros minutos para poner de cara el partido y entrar en una eliminatoria casi perdida. El 4-1 del Camp Nou no daba margen para la sorpresa. Di Francesco, entrenador de los italianos, ha aprendido la lección y ha salido a buscar al Barça. A cara descubierta y sin negociar esfuerzos. Tenía 90 minutos para consumar una gesta con muy pocos precedentes.

La estrategia ha tenido éxito a los 6 minutos, cuando Edin Dzeko ha aprovechado un balonazo y un error de Jordi Alba para superar con facilidad la salida de Ter Stegen. El 1-0 era un misil a la línea de flotación de un equipo que vestía de azul pero estaba más gris que nunca. El paso del tiempo ha acentuado las tendencias de unos y otros. El Barça era injusto con la memoria histórica y bordeaba la vergüenza en el mismo estadio donde levantó, con un fútbol maravilloso, la Champions del 2009.

La falta de puntería de la Roma y las paradas de Ter Stegen evitaban que la herida fuera más profunda. Ni el 4-4-2 protegía el medio del campo. El Barça hacía aguas y abusaba de las pelotas en largo, siempre inocuas ante tres centrales que se hacían fuertes cuando tenían que chocar y correr hacia atrás. No había ninguna nota positiva en clave blaugrana. Leo Messi estaba desaparecido en combate, incapaz de conectar con sus compañeros porque no podían esconder la pelota.

En la disputa física, el Barça se sabía inferior, pero no tenía armas para evitarla. Sus posesiones eran efímeras y todos los ataques de la Roma suponían un dolor de cabeza. Gerard Piqué y Samuel Umtiti se empequeñecían y veían cómo todas las pelotas muertas se las llevaban las camisetas de color rojo.

El precipicio

El Barça ha resoplado cuando ha escuchado el silbato de la media parte. La derrota, por la mínima, era generosa con un equipo completamente inoperante. La charla de Ernesto Valverde no ha tenido ningún efecto en sus futbolistas, que han vuelto al césped cabizbajos.

Piqué no ha tenido más remedio que hacer un penalti muy claro sobre Dzeko que De Rossi ha convertido en el 2-0. La Roma estaba a un gol de remontar la eliminatoria. Ver para creer. El fútbol es un estado de ánimo capaz de cambiar dos equipos en seis días. La última media hora modificaba la hoja de ruta del Barça. El partido se había transformado en un juego de supervivencia.

Las semifinales eran un premio demasiado grande como para dejarlo correr mirando hacia otro lado. Al equipo le tocaba arremangarse y cambiar de marcha. Y Ter Stegen, con una parada sobre la misma línea, salvaba el experimento. El miedo a perder agarrotaba a unos jugadores que no encontraban la fórmula para desarrollar el juego de posición. No estaban cómodos. Y no lo han estado nunca.

El fútbol ha sido justo con la Roma. Su insistencia ha conseguido lo que parecía imposible. Manolas ha rematado de cabeza para hacer enloquecer al Estadio Olímpico. El Barça se ha encontrado con el 3-0. Y lo ha hecho sin tiempo para reaccionar. La eliminación, tan lenta como dolorosa, amenaza una temporada con que no salvará un doblete.