Decía Johan Cruyff que en sus equipos el portero era el primer atacante. Algo lógico, y es que aquel Barça pretendía -y conseguía- empezar a construir la jugada desde su propia área. El juego de pies y la toma de decisiones de Andoni Zubizarreta, pues, eran factores clave para que el plan funcionara desde el inicio.

La importancia que tenía el portero vasco para Cruyff era tan o más grande que la que Marc-André Ter Stegen tiene para Quique Setién. El futbolista alemán, probablemente el mejor portero del mundo con los pies, es el encargado de iniciar el ataque del Barça. Aunque eso implique hacer el primera pase desde su propia área.

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El problema, sin embargo, es que el público del Camp Nou -siempre selectivo, siempre contradictorio- parece que no está dispuesto a aceptar que su equipo apueste por la idea que lo ha hecho grande. Cuando el portero alemán ha tocado la pelota con los pies para superar la presión de la Real, una buena parte de la afición ha respondido con unos silbidos que no eran para él, sino para el plan que el equipo estaba llevando a cabo en aquel preciso instante.

Sí, la salida de pelota del Barça sigue siendo muy deficiente. Y sí, Sergio Busquets y Frenkie de Jong tienen que hacer magia constantemente para que esta funcione. Lo qué cuesta de entender, sin embargo, es que el Camp Nou se encienda con el fin de animar a Eder Sarabia o para celebrar la entrada de Arturo Vidal y, en cambio, penalice la puesta en práctica de un plan que, aunque ahora tiene mucho margen de mejora, ha definido el club durante los mejores años de su historia.