En este artículo no quería hablar sobre política. Porque no sé tanto, yo, de política. Y porque a estas alturas ya todo el mundo ha analizado y sobreanalizado el panorama que se dibujaba el domingo por la noche en las pantallas de la tele con aquel mano a mano muy igualado a tres bandas. Sin embargo, tampoco me sale no hablar. Hace unos años fui consciente de que había vivido momentos importantes que formarían parte de los libros de historia y que los humanos del futuro analizarían y separarían en periodos a los cuales pondrían nombres difíciles, que costarían de aprender a los estudiantes que llenarían las clases del futuro. Me di cuenta, de que aquello sería histórico, después de ser una adolescente de trece años que vagaba por casa viendo caer las torres gemelas. Después vino la revolución feminista, como el gran cambio de paradigma del siglo XXI. Confiada, antes, de que ya la habían luchado y que no sería mi campo de batalla. Está también la ilusión (con las dos excepciones de la palabra) del procés independentista y la culminación del 1 de octubre, con toda aquella rabia de después que parecía que haría caer una injusticia suprema. Paul Valery decía que la historia es la ciencia de lo que no pasa dos veces. Quizás, nunca antes, había visto tan claro que la historia es imprevisible como la amargura de una almendra.

Nunca antes, había visto tan claro que la historia es imprevisible como la amargura de una almendra

Desde el lunes que en mi entorno se arrastra un "qué mal todo", mirándonos el futuro como si fuera una de estas montañas secas que no quieres tener que subir porque cansan y arriba no hay nada más que piedras grises. El independentismo solo existe como el recuerdo del aire con olor de humo de aquel otoño. El desaliento político, en Catalunya, se ha traducido en una bajada de la participación y en Barcelona el candidato más votado ocupa cargos políticos desde el año 81 y ya fue alcalde hace más de una década. Lo que podría parecer el final de una carrera política se puede convertir en la alcaldía de la capital. Y la lucha primordial de los feminismos, de un entorno mío que debe existir en el barrio y en Twitter, se vuelve todavía más ilusoria que la soberanía, porque en Madrid gobernará una mujer que nos ve con la única aspiración de maleducadas de llegar a casa solas y bebidas. No quería escribir sobre política, pero desde la noche electoral me lo miro y veo un abismo, una abertura en canal. Porque parecía que el mundo avanzara hacia una dirección y el domingo sales de la burbuja y ves que alguien ha hecho virar la nave y tú no habías notado ningún indicio de movimiento, abstraída en tus debates irrisorios.

Desde el lunes que en mi entorno se arrastra un "que mal todo", mirándonos el futuro como si fuera una de estas montañas secas que no quieres tener que subir porque cansan y arriba no hay nada más que piedras grises

Entonces imagino estas aulas del futuro con personillas del futuro analizando la historia que hemos hecho y hemos vivido y resulta que tienen problemas para entender lo que leen, una aptitud básica para absolutamente todo. La noticia de este descenso en la comprensión lectora, del mismo lunes, ha sido la guinda del pastel (quizás aquel pastel con una decoración en forma de esvástica de las mujeres de El club del odio). No he dicho que también hay algún giro inesperado en positivo, como la victoria de Bildu en Gasteiz, que no había anticipado ningún sondeo. Las dos Españas, que decía Machado. Ahora tenemos finales de julio (en el conjunto del Estado la participación sí que ha subido) y una lucha contra las derechas, con la necesidad de un proyecto político capaz de frenar una pandemia reaccionaria infecciosa como el peor virus. Buena suerte, amigos.