Valeria estrena su segunda temporada la próxima semana. El Sexo Nueva York castizo de Netflix se convirtió en un éxito rotundo en el momento de su estreno la primavera pasada. Era difícil resistirse. Después de estar meses encerrados y con la vida social prohibida, una comedia ligera sobre cuatro amigas que viven una vida sencilla y sin pandemias en Madrid sonaba a gloria. Pero está claro que nos tomaron el pelo.

A ver, seamos claros. Cuando Netflix quiere que veas alguna cosa, la ves. Porque ante un catálogo aparentemente infinito, lo más fácil es hacer click en el banner mayor tamaño y dejarse llevar. Sea por eso, porque era el tipo de serie que necesitábamos, o porque los fans de la saga de libros que ha inspirado Valeria esperaban como agua de mayo la adaptación de la plataforma de streaming, la serie fue lo más visto en el Estado español durante semanas. Y es fuerte, porque a pesar de ser un producto pensado para mujeres jóvenes, nos trata de estúpidas.

Vamos por partes. La serie sigue las aventuras de una escritora aspirante, Valeria, que se tiene que sumergir en la escritura de su primera novela en plena crisis matrimonial. Una crisis que se ve agravada por la aparición de Víctor, un arquitecto por el cual se siente increíblemente atraída. Sus amigas, Nerea, Lola y Carmen son sus pilares durante este periplo y sus principales apoyos emocionales. Y aunque las cuatro protagonistas son mujeres jóvenes, con éxito profesional u oportunidades estimulantes a su alcance, solo saben hablar de sus relaciones sexoafectivas.

Existe una herramienta muy útil para analizar el machismo en las series y películas denominada Test de Bechdel. Para pasarlo hace falta que aparezcan dos personajes femeninos, que estos hablen entre ellos y que la conversación no gire en torno a ningún hombre. Sencillo, ¿no? Y sin embargo te sorprendería la cantidad de productos que no aprueban el examen. No es el caso de Valeria, sin embargo, ya que, aunque sea fugazmente, las protagonistas hablan de aspectos de su vida familiar y laboral.

Pero a diferencia de la prueba del algodón, que no engaña, el Test de Bechdel no es perfecto. Porque no analiza el físico de las mujeres que aparecen en una película; no observa cómo se construyen las relaciones entre ellas; no valora si las escenas de sexo están rodadas desde una perspectiva feminista; y ni siquiera exige que las conversaciones entre personajes femeninos duren un tiempo determinado. Y es aquí donde patina Valeria.

Es divertido porque los productores de la serie han justificado algunos de los cambios que han implementado con la premisa que hacía falta actualizar los libros, que se publicaron a principios de la década de 2010. Por eso, les parecía inconcebible que las cuatro protagonistas fueran heteros y han convertido a Nerea en lesbiana. Perfecto. Lo que no acabo de entender es por qué no se las ha encendido la misma bombilla al ver a cuatro mujeres blancas y delgadas sentadas en mesa.

Al mismo tiempo, escenas de sexo centradas en la penetración (nunca nada tan exagerado como Los Bridgerton) y un grupo de amigas que no solo no se escuchan entre sí, sino que menosprecian sus problemas o se señalan por sus experiencias.  De hecho, viendo cómo se tratan y cómo se centran todas en su propio ombligo te acabas preguntando, ¿de verdad son tan amigas? Es especialmente memorable el momento en el cual Lola, la más promiscua del grupo, es reprobada por todo su grupo de amigas por haber tenido sexo casual años atrás con uno de los intereses amorosos de Valeria, mucho antes de que esta lo conociera.

Pero estos no son los problemas principales de Valeria, igual que no lo es que la serie nos venda que puedes ser una mujer joven que vive en un super piso en Madrid, mantiene a un grupo de amigas perfectamente cohesionado que se ve casi cada día mientras tiene un trabajo ultra exigente y que encima tiene tiempo de desarrollar varias relaciones sexoafectivas de manera simultánea. Eso me parece bien. Una paseo por Idealista y una revisión del salario medio en el Estado español destroza esta fantasía, pero me parece correcto que me digan mentirijillas. No veo la tele para deprimirme y si quiero hacerlo prefiero mirar el TN y que, como mínimo, las malas noticias me las dé alguien tan agradable como Toni Cruanyes.

Lo que me fastidia es que a pesar de aceptar este mundo de color rosa que nos proponen, nos tenemos que comer como pavas despiertas y vibrantes no hablan de otra cosa que de sus rollos. Como si el objetivo final de nuestras vidas fuera el amor.

Habrá que esperar la segunda temporada, a ver qué pasa.