Podría parecer que el protocolo como herramienta de regulación individual y de control social murió con la pandemia, pero al contrario, Ingrid Guardiola argumenta en La servidumbre de los protocolos que esta es la fórmula que domina todas nuestras decisiones, relaciones, intercambios y afectos por medio de los dispositivos tecnológicos y la maquinaria administrativocultural. Si no quieres seguir siendo un esclavo, un zombi o un enfermo que enriquezca aún más a los gurús de Silicon Valley, puedes empezar por leerla.

Entre el 12 y el 17 de noviembre de 1917, Franz Kafka anotaba en un papelito: “Tú eres la tarea”. Esta reflexión, tan críptica como sugerente, forma parte de los conocidos como Aforismos de Zürau —hay edición en catalán, publicada por Arcàdia en 2005—, un conjunto de destellos filosóficos reunidos durante ocho meses en el pueblo bohemio del título y que, dado su hermetismo, han tenido a los especialistas en la obra del praguense devanándose los sesos durante un siglo. Entre ellos, nadie más autorizado que Reiner Stach, quien, en una reedición reciente del sello Acantilado, nos indica que uno de los significados ocultos tras la frase es que “si el yo y la tarea son una misma cosa, el yo dejará de existir en cuanto la tarea se complete”. También nos informa de que para Kafka la aflicción era la naturaleza humana esencial, sin la cual pereceríamos, de ahí que abominara del psicoanálisis, fuente potencial de nuestra aniquilación.
En la estructura digital que rige nuestras vidas, todo, especialmente y de forma paradójica el ocio, nos convierte en productores, hacemos y hacemos para servir intereses ajenos
“Tú eres la tarea” es una idea que planea constantemente durante la lectura de La servidumbre de los protocolos (Arcàdia), el último ensayo de la investigadora cultural, realizadora audiovisual y docente Ingrid Guardiola (Girona, 1980). Más allá de la conexión directa con el autor de La metamorfosis, desde el momento en que se lo cita explícitamente en relación con el laberinto burocrático actual —suerte de manifestación de las peores pesadillas elucubradas en algunos de sus títulos—, el aforismo parece funcionar como una síntesis máxima del libro: en la estructura digital que rige nuestras vidas, todo, especialmente y de forma paradójica el ocio, nos convierte en productores, hacemos y hacemos para servir intereses ajenos (sobre todo con el sesgo tecnológico de fondo), sacrificando en el camino el pensamiento, la salud, la identidad y los vínculos comunitarios. La aflicción se convierte, sin duda, en el mal de nuestro tiempo, y quién sabe si el psicoanálisis no llega tarde a una aniquilación global programada. En caso de que aún haya margen para la esperanza (hay que ser optimistas), el primer paso para poner remedio es tomar conciencia de la magnitud del problema, y aquí es donde Ingrid Guardiola se erige, una vez más, como una de las voces que mejor está reflexionando —ergo, argumentando como paso previo al llamamiento a la acción— sobre las perversiones y desigualdades que están generando en el individuo y el cuerpo social determinados patrones económicos y culturales impuestos por procesos tecnológicos nocivos.
El aguijón del poder
El matrix del conflicto lo sitúa la autora en los “protocolos”, concepto que la pandemia popularizó a raíz de la emergencia sanitaria, pero que ella amplía para abarcar los “mecanismos normativos de coerción preventiva que sirven de filtro social”. Estos constituyen el “aguijón del poder”, los cuales priorizan los intereses individuales, desarticulan la conciencia de clase, nos uniformizan y sabotean las relaciones grupales. “La situación actual de dependencia económica y psicoafectiva en el entorno tecnológico facilita la proliferación de protocolos que conducen a los individuos hacia nuevas formas de servidumbre involuntaria y de alienación vital (...) Este es un ensayo que parte de la pregunta sobre qué consecuencias tiene el hecho de automatizar cada vez más todas nuestras decisiones, relaciones, intercambios semióticos y afectos a través de los dispositivos tecnológicos, pero también de la maquinaria administrativocultural que fomenta la rivalidad social, el rendimiento extremo y las dependencias de la tecnología y sus aplicaciones”.
Guardiola hace un análisis histórico profundo de cómo hemos llegado hasta aquí, despliega un aparato teórico apabullante, detalla la ramificación del problema y aspira a una concienciación que conlleve movilización, replanteamiento y cambio
Leer La servidumbre de los protocolos viene a ser como tragarse la píldora roja —el símil queda reforzado por la recurrencia con la que la autora cita películas para ilustrar sus ideas—, porque aunque todos somos más o menos conscientes de que Silicon Valley se refleja en el espejo de Mordor y que el simple hecho de gestionar una factura electrónica invita a cortarse las venas, Guardiola hace un análisis histórico profundo de cómo hemos llegado hasta aquí, despliega un aparato teórico apabullante, detalla la ramificación del problema y aspira a una concienciación que conlleve movilización, replanteamiento y cambio. La explicación de cómo el interés político y económico del siglo XXI pasa por estudiar y controlar nuestro cerebro y sistema nervioso —lo que hace que se hable de “capitalismo psíquico” o “neurocapitalismo”— no está nada lejos de las distopías más aterradoras del imaginario literario-audiovisual.

Sirva este humilde artículo como emisario de la importancia del mensaje de rebelión que lanza la obra contra unos protocolos que “son la plástica del poder político y social y la jaula de acero del poder burocrático y jurídico”, reproduciendo algunos fragmentos / apuntes / golpes sobre la mesa —obviamente una muestra muy pequeña, dejamos de lado búnkeres, ciudades flotantes, inteligencias artificiales malévolas y un montón de datos y realidades que dan miedo— que nos abren los ojos y nos arman metafóricamente:
Opacidad
El “capitalismo de plataforma” se basa en plataformas digitales globales que funcionan como infraestructuras de extracción de datos. Hablamos no solo de Instagram, X, Facebook, YouTube, Google o TikTok, sino también de Amazon, LinkedIn, Airbnb, Netflix, Uber, Tinder o cualquier página cuyo modelo de negocio sea la compra y venta de datos de los usuarios. Las empresas recurren al extractivismo digital, usan la información como recurso. Las fábricas de datos mantienen solo su epidermis a la vista, mientras que sus herramientas de extracción de capital (algoritmos, aprendizaje automático, datos de comportamiento…) son altamente opacas. Este es el carácter privado de la nueva esfera pública.
Vínculos difusos
Quizá es el momento de preguntarnos cómo es posible que hayamos delegado tanto poder a estos monopolios. Este desplazamiento hacia la esfera virtual coincide con una especie de empobrecimiento de los rituales sociales que tienen lugar en el espacio físico público, muy pensado desde una lógica urbanística basada en la movilidad (turística, comercial, laboral…) y en la regulación extrema (prohibición, zonificación, privatización…).
El vínculo comunitario es imposible sin conocimiento compartido; como el tipo de “conocimiento” que difunden las plataformas sociales pertenece a un contexto de promoción masiva (hype), los vínculos que se generan son poco territoriales, ya que tienen que ver con la agenda global
El vínculo comunitario es imposible sin conocimiento compartido; como el tipo de “conocimiento” que difunden las plataformas sociales pertenece a un contexto de promoción masiva (hype), los vínculos que se generan son poco territoriales, ya que tienen que ver con la agenda global. Se imponen los perfiles personales y las líneas de tiempo como un espacio fragmentario de creación de circunstancias efímeras.
Bot bueno, bot malo
A través de un estudio de la Universidad de Brown, se descubrió que una cuarta parte de los tuits sobre crisis climática eran producidos por bots negacionistas que difundían mensajes de rechazo al cambio climático basados en fake news. También tuvieron un papel clave para sofocar la Primavera Árabe y las manifestaciones de Hong Kong, o en la práctica política imperialista de Putin. En este contexto, cabe destacar los bots filantrópicos: un bot que corrige a la gente cada vez que alguien escribe “inmigrante ilegal”, un bot que replica las frases sin sentido de los seguidores de Trump, bots que informan y asesoran sobre temas de salud y consumo…
Atletas, en sus puestos
La formación permanente entiende al individuo como un software que hay que ir actualizando (...) El casting se aplica tanto al espectáculo y el ecosistema mediático como al ámbito de la educación, el trabajo o la familia. Se trata del sustrato de una cultura basada en pruebas de evaluación, juicio y superación permanente, como una estrategia de fachada meritocrática que, en realidad, funciona como un mecanismo de presión individual y social.
Se trata del sustrato de una cultura basada en pruebas de evaluación, juicio y superación permanente, como una estrategia de fachada meritocrática que, en realidad, funciona como un mecanismo de presión individual y social
Una encuesta de 2020 en Inglaterra concluyó que el 52% de los adolescentes usan herramientas de autoevaluación (self-tracking tools) vinculadas a la actividad física, a las relaciones de pareja o de amistad, a la escuela… Esto implica un sistema permanente de evaluación y puntuación, en muchos casos en estrecha relación con el cuerpo, que se convierte en una fábrica de datos, una máquina competitiva que lucha por volverse más eficiente. La datificación hace que la métrica ejerza una gran presión tanto en el entorno como en el usuario.
En casa, mejor
Según datos del Mass Mobilization Project de Harvard, si en la década pasada el 42% de las protestas tuvieron éxito en sus reivindicaciones, en el período 2020-2021 solo un 8% lo consiguió. Después de la pandemia y la expansión de la violencia institucional, lo que quedó herido fue la movilización social.
Gestor, profesión de riesgo
El modelo de gestión actual está virando hacia una especie de “fordismo cultural” en que la cadena de producción ha sido sustituida por una cadena de supervisión permanente. Las instituciones culturales públicas orientadas a la creación han pasado de ser espacios con poco control público a convertirse en máquinas de gestión, circuitos sacrificiales donde el sector observa quién será el siguiente director en renunciar al cargo o desfallecer.
Todos generadores
El capitalismo actual, que podríamos denominar narcocapitalismo o neurocapitalismo, expropia la energía de los ciudadanos a través de todo tipo de mecanismos (plataformas sociales, gimnasios, aplicaciones diversas, IA…) y la usa como materia prima. La recompensa del individuo es neurológica: la segregación de endorfinas, también llamadas “las hormonas de la felicidad”, a cambio de conexión, de interacción virtual.
Game on
Las gafas de realidad virtual Meta Quest también se usan en el ámbito laboral. “Trabaja sin limitaciones”, dice el eslogan en una sección de la empresa llamada “Productividad”. Esta desaparición de los límites que anuncian lleva la productividad a su máxima potencia, pero también implica perder la separación entre lo personal y el trabajo, desintegrarse en favor del máximo rendimiento. Una frase como “Lleva el trabajo al siguiente nivel” ejemplifica cómo la “cultura gamer” y su lenguaje se han instalado en las actividades productivas y en las relaciones afectivas.
sta desaparición de los límites que anuncian lleva la productividad a su máxima potencia, pero también implica perder la separación entre lo personal y el trabajo
La aplicación Tinder usa los colores y códigos propios de los videojuegos para provocar pequeñas descargas de serotonina en el cerebro con cada match, incitándonos a volver a la aplicación una y otra vez.
Porque tú lo vale
En este entorno aparentemente abundante, la categoría premium de muchas aplicaciones, como indica Crispin Thurlow, profesor de lenguaje y comunicación, es una forma de violencia simbólica, un “significante flotante” dentro de lo que él llama “economía premium”, que prioriza la escalada social, la funcionalidad extra y el aumento de opciones. Cuanto más se instauran democracias preocupadas por la integración o inclusión social, más triunfan la economía premium y su lógica aspiracional.
Enfermo estás mejor
Mark Fisher decía que considerar la enfermedad mental como un problema químicobiológico de orden individual tiene enormes beneficios para el capitalismo. En primer lugar, refuerza el impulso capitalista hacia la individualización (“estás enfermo por la química de tu cerebro”) y, en segundo lugar, abre un gran mercado lucrativo para los productos de las grandes farmacéuticas. (Elon) Musk quiere intervenir en los imperios farmacéuticos con la idea de imponer su producto neuronal.
El cuerpo deprimido es un cuerpo falto de energía, mientras que el cuerpo dominado por la ansiedad o con trastornos obsesivos compulsivos es un cuerpo con altas dosis de energía, pero con una gestión descompensada
El cuerpo deprimido es un cuerpo falto de energía, mientras que el cuerpo dominado por la ansiedad o con trastornos obsesivos compulsivos es un cuerpo con altas dosis de energía, pero con una gestión descompensada. El “ser cuantificado” (quantified self) a través de la tecnología implantada en el cuerpo (wearable technology) es una continuación de esta metáfora de orden práctico que vincula cuerpo y trabajo.
Salidas
Hay que cambiar las formas de control por dinámicas de cooperación que nos lleven a tomar decisiones que nos beneficien recíprocamente. Pasemos de la interfaz —aislante, virtual— a la superficie —conjuntiva, una combinación entre los cuerpos y las entidades físicas y digitales—. Se trata de ver qué morfologías la habitan, qué porción de deseo convoca, porque también se trata de pasar de la necesidad —vinculada al neuroestímulo— al deseo psicosomático —material y anímico—.
La monstruosidad implica la animalización, el ser singular o ser otra cosa; es estar siempre al acecho ante la posibilidad del encuentro con el otro, es existir desde la diferencia, desde la desviación de la norma; una forma psicosomática de volver inoperantes la competición, la métrica y los protocolos, de compartir espacio imaginario y acciones conjuntas con los fantasmas de la superficie, de dejar de temer las alucinaciones de las profundidades, donde los auditores y los tiranos esperan, en vano, que se les devuelva el poder de controlar la máquina integrada. El monstruo es la antítesis del cuerpo-máquina y de la máquina que toma cuerpo dentro de nosotros.