Bayona (País Vasco francés), 8 de mayo de 1808. Hace 215 años. Culminan las conversaciones de las mal llamadas Abdicaciones de Bayona, y las partes negociadoras llegan a un acuerdo: los reyes Carlos IV y Fernando VII (padre e hijo, respectivamente; o en aquel contexto concreto, rey depuesto y rey golpista) se vendían la Corona española al emperador Napoleón I de Francia. En aquella transacción, Fernando VII, que había usurpado el trono de Madrid tan solo unas semanas antes (Motín de Aranjuez, 18 de marzo), obtenía el trono de Etruria (un reino satélite del Imperio francés, que se correspondía con el antiguo ducado independiente de Toscana), una pensión anual y vitalicia de cuatro millones de francos y una esposa de sangre real.

Este tercer capítulo del acuerdo —la esposa de sangre real— resulta extremadamente sorprendente y dispara todo tipo de interrogantes. ¿Por qué Fernando VII introdujo en la negociación la demanda de una esposa de sangre real? ¿Es que Fernando o su cuerpo diplomático (o lo que quedaba de él) eran tan rematadamente incapaces que no tenían la habilidad para negociar el matrimonio del futuro inquilino del trono de Florencia con una infanta de cualquiera de las muchas cortes europeas de la época? ¿Qué problema tenía Fernando para que ninguna corte europea le presentara a ninguna candidata a esposa o, peor todavía, ninguna infanta de sangre real quisiera casarse con él?

Las tres esposas de Ferran que no lo sobrevivieron. Fuente Palau de Caserta, Pincacoteca de Sao Paulo y Museo del Prado
Las tres esposas de Fernando que no le sobrevivieron / Fuente: Palacio de Caserta, Pinacoteca de São Paulo y Museo del Prado

El físico de Fernando. La boca

Los retratos de la época ponen de relieve que Fernando era un hombre con un escaso atractivo físico. Fernando era un Borbón, pero había heredado el prognatismo de sus antepasados Habsburgo (una desmesurada mandíbula que, según la investigación moderna, era consecuencia de la endogamia —los apareamientos entre parientes— típica de las familias reales de la época). Este prognatismo no tan solo era antiestético, sino que también era el origen de varios problemas de salud. Uno de ellos era la mala masticación de los alimentos, que derivaba en graves problemas digestivos y en la proverbial halitosis de los Borbones. La boca de Fernando era como una alcantarilla que anticipa una tormenta.

El físico de Fernando. La barriga

Los retratos de la época también ponen de relieve la indisimulada barriga de Fernando, causada por su obsesiva conducta alimentaria desde muy joven. Según las fuentes documentales de la época, Fernando siempre tuvo una afición desmesurada por la ingesta de carnes rojas y de todo tipo de alcoholes. De hecho, esta desmesurada afición por comer y por beber estos alimentos de forma abusiva le acabaría provocando graves problemas, principalmente en el aparato circulatorio y en los riñones. Era bien conocida su dolencia de gota, que arrastraba desde la juventud y que le acabaría causando la muerte prematuramente. La barriga de Fernando era como una caldera en ebullición.

Maria Cristina de Borbó, cuarta esposa de Ferran y su hija Isabel II. Fuente La Ilustracion Española y Americana y Wikimedia Commons
María Cristina de Borbón, cuarta esposa de Fernando y su hija Isabel II / Fuente: La Ilustracion Española y Americana y Wikimedia Commons

El físico de Fernando. ¡Pero si todos eran iguales!

No obstante, en el contexto histórico y político de realeza de la época, esa estética prognática o esos trastornos alimentarios no debían suponer ningún problema para encontrar una esposa. Todos los Habsburgo hispánicos se habían casado con princesas reales. Y algunos Borbones antepasados de Fernando, como el poderosísimo Luis XIV de Francia (el abuelo y valedor de Felipe V) o como Luisa de Orleans (la primera nuera de Felipe V), que ya estaban asociados a trastornos alimentarios y a malolientes halitosis, no habían tenido ningún problema ni para casarse ni, como en el caso del "Rey Sol", para mantener largas y fecundas relaciones extramatrimoniales. Así pues, el problema de Fernando era otro.

El físico de Fernando. La entrepierna

El verdadero problema de Fernando estaba en la entrepierna. Fernando VII de España sufría una enfermedad denominada macrosomía genital, que le había provocado un crecimiento desmesurado del pene. Las notas coetáneas de los médicos de cámara de Fernando, los doctores catalanes Agustí Ginesta (Piera, 1756 – Madrid, 1815) y su sobrino Pere Castelló (Guissona, 1770 – Madrid, 1850) son muy reveladoras. Especialmente, las del doctor Castelló, quien, en relación con el real pene de Fernando, relata: "es enorme (...) utiliza una almohadilla para no destrozar a la reina (a su sobrina y cuarta esposa María Cristina de Borbón), por eso le costó tanto tener descendencia".

Representación antigua del diez Priapo, que sufría macrosomia genital. Fuente Museo Antiquarium de Pompeya
Representación antigua del dios Príapo, que sufría macrosomía genital / Fuente: Museo Antiquarium de Pompeya

La entrepierna de Fernando: un arma mortal

Fernando VII no logró engendrar descendencia hasta su cuarto matrimonio. Con anterioridad, había estado casado con su prima María Antonia de Nápoles (1802-1806), con su sobrina María Isabel de Portugal (1816-1818), con Amalia de Sajonia (1819-1829) y, nuevamente, con una sobrina napolitana llamada María Cristina (1829-1833), que sería la única que le daría descendencia y que le sobreviviría. Las tres primeras esposas, aunque eran mucho más jóvenes que el rey, murieron prematuramente. Algunas crónicas de la época que esquivaron la censura del poder, apuntan a que murieron por culpa de las heridas internas causadas por el pene de Fernando.

El relato de Prosper Mérimée

El abogado, historiador y escritor hispanista de origen francés Prosper de Mérimée (París, 1803 – Cannes, 1870) sería quien relataría de forma más descarnada esa arma mortal que colgaba de la entrepierna de Fernando VII. En una carta que dirige a su colega Henri Beyle, más conocido con el sobrenombre de Stendhal, relata que el real pene de Fernando VII era "en la base, fino como una barra de lacre; y en la extremidad, tan grueso como un puño (...) y era tan largo como un taco de billar". Esta descripción no sería tan exagerada como podamos pensar, ya que los médicos de cámara de Fernando habían diseñado un cojín para evitar los reales esguinces en reales vaginas de las reinas de turno.

Fernando VII en el lecho de muerte, atendido por el doctor Castellón, obra de Madrazo. Fuente Palacio Real de Madrid
Fernando VII en su lecho de muerte, atendido por el doctor Castelló, obra de Madrazo / Fuente: Palacio Real de Madrid

El "donut"

Fernando VII, al que la historiografía nacionalista española llama despectivamente "el rey felón", ha pasado a la historia por varios hechos. Pero el más conocido es por el cojín, de forma circular y con un amplio orificio central, que utilizaba para "empitonar" a las varias reinas que pasaron por su cama, con el sacrosanto propósito de engendrar descendencia y garantizar la perpetuación del régimen monárquico y de la dinastía borbónica. El "donut" de los doctores catalanes y botiflers Ginesta y Castelló propició el nacimiento de Isabel II, primogénita y sucesora de Fernando VII, que pasaría a la historia, tan solo, por su escandalosa y disoluta conducta sexual.