Todavía recuerdas los nervios de la noche anterior. Tu madre te recomendó que te tomaras una tila, que intentaras dormir. Le dijiste que sí, y no dejaste de dar vueltas entre las sábanas, con la cabeza nublada, convencido de que tu futuro colgaba del hilo de aquellas preguntas. Hoy te gustaría plantarte en la ventana de casa, aquella noche. Toc, toc. Ábreme, ¿sí? ¿Qué quieres? Soy yo. Perdona, ¿quién eres?
Y, fingiendo que no te importa la cara llena de granos, explicarte a ti mismo que no tienes que sufrir.

¿Cuántas noches pasaste pegado a los libros con la radio encendida mientras La nit dels ignorants te llenaba de más preguntas absurdas? ¿Cuántas noches repasaste Los jugadores de cartas de Cézanne, La Piedad de Miguel Ángel o todos aquellos problemas de matemáticas que no sirvieron para nada? Aún hoy recuerdas al profesor de matemáticas llenando la pizarra de preciosas ecuaciones y vaciándote el cerebro de fantásticas posibilidades. Aquel día te levantaste temprano y, con un par de amigos, fuiste a hacer el examen con la confianza de los inconscientes. No lo sabías, pero el mes de junio es perfecto para hacerse todas las ilusiones posibles. Llegasteis a la Diagonal y seguiste las instrucciones paso a paso. Era la primera vez que pisabas una universidad y te parecía que de repente habitabas un palacio, que la gente que estudiaba allí era culta, rica, libre, despierta y feliz.

Esta noche has decidido salir de casa e ir a buscar las lucecitas encendidas de los estudiantes que a última hora repasan las dudas que ya no servirán de nada. Intentarás golpear el cristal de la ventana, que no se asusten, y verán a un hombre de cuarenta años con la espalda castigada que intenta darles un consejo, como aquel señor de la gabardina que nos regalaba caramelos a la salida del colegio

Que corta es línea que separa al alumno fascinado del profesor descreído. Todo aquello que era nuevo ahora te parece un decorado que no te acabas de creer. Recuerdas que llevabas tres o cuatro bolígrafos y cómo colocaste el adhesivo con el código de barras porque allí no eras un nombre, sino que te habías convertido en un número. Y el resto se mezcla en una especie de nube de memoria inventada y alguna historia que alguien explicó y no sabes cómo ya forma parte de tu biografía, aunque no es verdad. Al salir del aula preguntar: ¿qué tal el examen? Y guardabas la certeza que nada iba bien, que las respuestas eran un desastre, que no podrías estudiar lo que durante más de dos años te habías preparado a conciencia. La autoestima, con los años, no la has mejorado. Por eso, has decidido esta noche salir de casa e ir a buscar las lucecitas encendidas de los estudiantes que a última hora repasan las dudas que ya no servirán de nada. Intentarás picar el cristal de la ventana, que no se asusten, y verán a un hombre de cuarenta años castigado de la espalda que intenta darles un consejo, como aquel señor de la gabardina que nos regalaba caramelos a la salida de la escuela.

Quizás te echarán, quizás llamarán a la policía, y te quedarás con la frase perfecta en la punta de los labios: da igual lo que pase mañana, ni te condicionará la vida, ni te cambiará nada, todo seguirá un extraño curso que no puedes entender, ni definir, un río que baja a toda hostia y que pasados los años, te dejará con los pies fríos y las manos llenas de dudas. Todo eso lo explicarás a los Mossos d'Esquadra que te esposarán las manos por detrás, camino de la comisaría de Les Corts. Muy cerca de donde estudiaste.