Barcelona, viernes 2 de abril de 1954, cinco y media de la tarde. Hace 70 años. El barco mercante Semíramis, propiedad de la naviera griega Epirotiki Line, pero que navegaba con pabellón de la república africana de Liberia, atracaba en el puerto de Barcelona. El Semíramis transportaba a 228 excombatientes españoles de la División Azul (los soldados españoles —voluntarios y no voluntarios— que habían luchado en la Segunda Guerra Mundial, en los campos de batalla soviéticos, en el bando de Hitler); 21 exparamilitares alemanes de las SS; 31 exmarineros y exaviadores de la República española, y 4 "niños de la guerra", que habían formado parte del colectivo de miles de críos evacuados de la zona republicana a la Unión Soviética durante la segunda parte del conflicto civil español (1937-1939). 263 españoles totalmente olvidados por el régimen nacionalcatólico de Franco.

El vaisell Serimiades entrante en el puerto de Barcelona. Fuente Archivos Estatales
El barco Semíramis entrante en el puerto de Barcelona / Fuente: Archivos Estatales

Oficialmente, constaban como muertos

263 olvidados que, para el Estado español, oficialmente constaban como muertos y que, de repente, reaparecían de la ultratumba y revelaban la extrema debilidad, sobre todo en el concierto internacional, del régimen de Franco, que había preferido ignorar la existencia de ese colectivo, antes que sentarse con los soviéticos (insistentemente presentados como la personificación del diablo en el imaginario nacionalcatólico) para pactar su repatriación. Fue la Cruz Roja francesa la que, transcurrida una década de la conclusión del conflicto mundial (1954), asumió la responsabilidad que la dimisionaria diplomacia española había ignorado y desencalló la penosa situación de aquellos olvidados. Negoció su liberación, los reunió en Odesa (actualmente Ucrania), los embarcó en el Semíramis y los transportó hasta Barcelona.

La hipocresía del régimen de Franco

La hipocresía del régimen nacionalcatólico de Franco no había quien lo parara. Los "camisas viejas", los "excombatientes" o los "caballeros mutilados" eran elementos protagonistas en todas las grandes demostraciones públicas del régimen. Pero, en cambio, los supervivientes de la División Azul que habían sido hechos prisioneros de guerra por el Ejército Rojo, eran objeto del silencio y el olvido más absoluto, mientras se pudrían y se morían en los campos de trabajo soviéticos. Ni siquiera el general Muñoz Grandes, que había sido el jefe militar de esos soldados en los campos de batalla soviéticos, y que posteriormente ostentaría la cartera ministerial del Ejército del régimen franquista, había hecho nunca nada para recuperarlos. O no había podido hacer nada, porque el régimen nacionalcatólico de Franco no tenía ningún tipo de capacidad de influencia ni de credibilidad política en el concierto internacional.

El puerto de Barcelona a la llegada del Semi-Ramios. Font RTVE
El puerto de Barcelona a la llegada del Semíramis / Fuente: RTVE

Darle la vuelta al calcetín

La reaparición de esos "zombis de guerra" podía tener un efecto devastador para el régimen franquista, porque mostraba sus carencias más vergonzosas. Y todos los resortes del poder de esa mísera España de Franco (políticos, militares, económicos, eclesiásticos) se conjuraron para darle la vuelta al calcetín. Dicha repatriación fue presentada como un gran triunfo sobre el comunismo internacional y emplazaron a todos los elementos de la épica bélica que había dominado el discurso nacionalcatólico durante la Guerra Civil. Los repatriados del Semíramis fueron recibidos por el "excombatiente" Muñoz Grandes (veterano del conflicto civil y mundial y ministro del Ejército); por los "camisas viejas" Fernández Cuesta (secretario general del Movimiento) y Aznar Gerner (delegado nacional de Sanidad) y por el ideólogo Modrego Casaus, obispo de Barcelona.

La exaltación mística del régimen

Según la prensa de la época, el muelle en el que atracó el Semíramis estaba ocupado por miles de personas que habían viajado desde varios sitios del Estado español. Los siniestros palmeros del régimen, desplazados en autocar y bocadillo a cargo del erario público, familiares de los desaparecidos, que esperaban reencontrarse con su particular "resucitado", o, simplemente, curiosos. En ese punto de exaltación mística del régimen se producirían escenas de gran dramatismo mezcladas con otras de naturaleza amenazante y violenta, que —las unas y las otras— se acabarían cobrando la vida del reportero gráfico Carlos Pérez de Rozas muerto de un infarto en medio de aquel impostado vía crucis. Huelga decir que las durísimas escenas de reencuentro entre los "resucitados" y sus familiares serían convenientemente manipuladas y explotadas por el régimen.

El dictador Franco Martin Artajo, ministro de Exteriores y Lequerica, embajador español en los Estados Unidos. Fuente Wikimedia Commons
El dictador Franco Martin Artajo, ministro de Exteriores y Lequerica, embajador español en los Estados Unidos / Fuente: Wikimedia Commons

Oportunismo del régimen y tragedias familiares

El oportunismo de ese régimen nacionalcatólico, que cubría sus vergüenzas con una sórdida capa que, a la vez, ocultaba un gigantesco escenario de represión y terror, no tenía límites. Tras esa exhibición de músculo patriótico español, se produjeron nuevas tragedias personales y familiares que, a los poderes conjurados, no les importaron nada. En muchos casos —que serían oportunamente silenciados por la prensa cautiva de ese régimen monstruoso— la aparición de aquellos "zombis de guerra" provocaría auténticos descalabros familiares. Muchas parejas de esos desaparecidos —oficialmente muertos— habían confiado en la versión de las autoridades franquistas. Habían aceptado que nunca más se reencontrarían con sus novios, maridos, padres de sus hijos, y habían rehecho sus vidas. Se habían casado de nuevo y habían creado nuevas familias.

Un colectivo de inadaptados, un estorbo para el régimen franquista

El doctor Josep Maria Solé i Sabaté, profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona, explica que, transcurridos unos meses, esos "olvidados" se convirtieron en un peligroso colectivo de inadaptados. Algunos regresaron a la Unión Soviética, ya sea porque no se sentían cómodos en la España de Franco, o porque habían formado una familia durante su cautiverio (1943-1954). Otros también volvieron a la Unión Soviética porque el universo familiar que habían dejado al marcharse (1943) había cambiado tanto (1954), que nada les ataba a su lugar de origen. Otros se quedaron, pero pasaron a la lucha clandestina contra el régimen franquista. Y los restantes, fueron de nuevo olvidados en el anonimato al que les sometió esa España de Franco, que nunca había tenido ningún interés en su recuperación.

Muñoz Grandes, Fernandez Cuesta, Aznar Gerner i Modrego Casaus. Fuente Wikimedia Commons
Muñoz Grandes, Fernández Cuesta, Aznar Gerner y Modrego Casaus / Fuente: Wikimedia Commons