"Intentas protegerte pensando que, si tienes todos estos rituales y rutinas, nada te puede afectar", soltaba siempre que le preguntaban, la Premio Nobel de Literatura 2013, la escritora canadiense Alice Munro. Trabajo solitario, escribir es un oficio que necesita de rutinas, hábitos y rituales. Por eso, más que dejarse llevar por los caprichos de musas y una inspiración juguetona que va y viene, los más relevantes e influyentes escritores de la historia, se entregaban a su pulsión literaria siguiendo casi religiosamente costumbres, usos y prácticas. Casi todos se levantaban muy temprano, algunos salían a correr, otros casi no comían, hay quienes duermen con el manuscrito y también los que se meten un vaso de whisky cuando ya están hartos de teclear, estos son 14 de los novelistas más importantes de la historia y sus rutinas inalterables.
14 escritores y sus rutinas
Alice Munro
La Premio Nobel de literatura escribía cada mañana, siete días a la semana. "Empiezo a escribir sobre las ocho y termino sobre las once… Soy tan compulsiva que tengo una cuota diaria de páginas. También soy compulsiva, ahora, con la cantidad de kilómetros que camino cada día. Cinco kilómetros cada día; y si un día hago menos, los recupero al día siguiente. También suelo ir a ver a mi padre. Intentas protegerte pensando que, si tienes todos estos rituales y rutinas, nada te puede afectar.
Charles Dickens
Las horas de trabajo del gran autor de la era victoriana eran invariables. Su hijo mayor recordaba que “ningún empleado de oficina era más metódico ni ordenado que él; ninguna tarea monótona o rutinaria se habría podido llevar a cabo con más puntualidad ni con más regularidad empresarial que la que él aplicaba a su imaginación y fantasía.” Se levantaba a las 7:00, desayunaba a las 8:00 y a las 9:00 ya estaba en su despacho. Se quedaba hasta las 2:00, haciendo una breve pausa para comer con la familia, durante la cual a menudo parecía en tránsito, comiendo de manera mecánica y casi sin decir palabra antes de volver apresuradamente al escritorio. En un día normal podía escribir unas dos mil palabras, pero en momentos de inspiración llegaba a duplicar esta cantidad. Otros días, sin embargo, casi no escribía nada; aun así, siempre respetaba sus horas de trabajo, llenando el tiempo haciendo garabatos o mirando por la ventana. Puntualmente a las 2:00, Dickens dejaba el escritorio para hacer una caminata vigorosa de tres horas por el campo o por las calles de Londres, continuando pensando en su historia y, tal como él decía, “buscando algunas imágenes sobre las cuales construir.” Cuando volvía a casa, su cuñado recordaba que “parecía la personificación de la energía, que parecía salirle por cada poro como de un depósito oculto.” Sus noches, en cambio, eran tranquilas: cenaba a las 6:00 y pasaba la velada con la familia o con amigos antes de ir a dormir, a medianoche.

Charles Dickens se levantaba a las 7:00, desayunaba a las 8:00 y a las 9:00 ya estaba en su despacho. Se quedaba allí hasta las 2:00, haciendo una breve pausa para comer con la familia, durante la cual a menudo parecía en tránsito, comiendo de manera mecánica y casi sin decir palabra antes de volver apresuradamente al escritorio.
Don DeLillo
El autor de Cosmopolis (2006) suele trabajar por la mañana y, hasta no hace mucho, lo hacía con una máquina de escribir manual. "Le dedico unas cuatro horas y después salgo a correr. Esto me ayuda a deshacerme de un mundo y entrar en otro. Árboles, pájaros, llovizna — es una especie de interludio agradable". Después de la carrera vuelve a trabajar, por la tarde, durante dos o tres horas más. "Vuelvo al tiempo del libro, que es transparente — no te das cuenta de que pasa. Sin comer nada, ni café. Sin cigarrillos — dejé de fumar hace mucho tiempo. El espacio está limpio, la casa está silenciosa". El novelista estadounidense suele decir que un escritor toma medidas serias para asegurarse la soledad, y después encuentra infinitas maneras de malgastarla: mirando por la ventana, leyendo entradas al azar del diccionario. "Para romper el hechizo, miro una fotografía de Borges, una imagen magnífica que me envió el escritor irlandés Colm Tóibín. El rostro de Borges sobre un fondo oscuro — Borges feroz, ciego, con las narices abiertas, la piel tensa, la boca sorprendentemente viva; su boca parece pintada; parece un chamán pintado para las visiones, y todo el rostro tiene una especie de éxtasis de acero. He leído a Borges, claro, aunque ni mucho menos todo, y no sé nada de cómo trabajaba — pero la fotografía nos muestra a un escritor que no perdía el tiempo mirando por la ventana ni en ningún otro sitio. Así que he intentado hacer de él mi guía fuera de la pereza y la deriva, hacia el otro mundo de la magia, el arte y la adivinación".

El Premio Nobel de Literatura 1954 tenía fama de levantarse muy temprano, muy temprano, muy temprano. Y la leyenda era verdad. "Cuando estoy trabajando en un libro o en un relato, escribo cada mañana tan pronto como puedo, después del primer rayo de luz. No hay nadie que te moleste y hace fresco o frío, y llegas al trabajo y te calientas mientras escribes. Lees lo que has escrito y, como siempre te detienes cuando sabes qué pasará a continuación, continúas desde allí. Escribes hasta que llegas a un punto en el que todavía tienes energía y sabes qué vendrá después, y te detienes e intentas vivir hasta el día siguiente, cuando vuelves a golpearlo. Has empezado a las seis de la mañana, pongamos por caso, y puedes continuar hasta el mediodía o acabar antes". Hemingway admitía que cuando dejaba de escribir, se sentía vacío, "y a la vez nunca del todo vacío sino llenándote, como después de haber hecho el amor con alguien a quien amas. Nada te puede hacer daño, nada puede pasar, nada tiene importancia hasta el día siguiente, cuando lo vuelves a escribir". Era la espera hasta el día siguiente lo que le costaba de soportar.
Hemingway admitía que cuando dejaba de escribir, se sentía vacío, "y a la vez nunca del todo vacío sino llenándote, como después de haber hecho el amor con alguien a quien amas. Nada te puede hacer daño, nada puede pasar, nada tiene importancia hasta el día siguiente, cuando lo vuelves a escribir"
Haruki Murakami
El aclamado escritor japonés es más constante que Hemingway. Murakami, cuando se encuentra en medio de la creación de una novela, se levanta a las 4:00 de la mañana y trabaja durante cinco o seis horas. Es conocida por todos su pasión por las carreras de larga distancia y, por la tarde, sale a correr 10 km o a nadar 1.500 m (o bien hace ambas cosas), después lee un poco y escucha música. Jazz, evidentemente. "Me acuesto a las 9:00 de la noche. Mantengo esta rutina cada día sin ninguna variación. La repetición misma se convierte en lo más importante; es una forma de mesmerismo. Me mesmerizo para llegar a un estado mental más profundo".
Jack Kerouac
Kerouac siempre ubicaba el escritorio en la habitación, cerca de la cama, con una buena luz, y escribía desde medianoche hasta el amanecer; luchando contra el insomnio con una copa cuando estaba cansado. "Hubo una época en que tenía un ritual", confesaba en una entrevista el gran icono de la Generación Beat, autor de En el camino. "Encendía una vela y escribía con su luz, y la apagaba cuando acababa por esa noche... También me arrodillaba y rezaba antes de empezar (esto lo saqué de una película francesa sobre Georg Friedrich Händel)... También estoy obsesionado con el número nueve, aunque me han dicho que, siendo piscis como soy, debería aferrarme al número siete; pero intento hacer nueve “touchdowns” al día. Es decir, me pongo boca abajo en el baño, sobre una zapatilla, y toco el suelo nueve veces con las puntas de los dedos de los pies, mientras mantengo el equilibrio. Esto, de paso, es más que yoga: es una proeza atlética".

Kerouac siempre ubicaba el escritorio en la habitación, cerca de la cama, con una buena luz, y escribía desde medianoche hasta el amanecer; luchando contra el insomnio con una copa cuando estaba cansado.
Jane Austen
La novelista inglesa, conocida sobre todo por haber escrito las populares Orgullo y prejuicio y Sentido y sensibilidad, se levantaba temprano, antes que nadie en la casa, y tocaba el piano. A las 9:00 organizaba el desayuno familiar. Después se ponía a escribir en la sala de estar, a menudo con su madre y su hermana cosiendo tranquilamente al lado. Si llegaban visitas, escondía los papeles y se unía a la costura. El almuerzo, la comida principal del día, se servía entre las 3:00 y las 4:00. Después había conversaciones, juegos de cartas y té. La noche la pasaban leyendo en voz alta novelas, y durante este tiempo Austen leía a su familia el manuscrito en el que estaba trabajando.
Joan Didion
Representante destacada de la generación del Nuevo Periodismo, Didion necesitaba una hora a solas antes de cenar, con una copa, para repasar lo que había escrito aquel día. Decía que no podía hacerlo a última hora de la tarde porque aún lo tenía demasiado presente. Y que, además, la copa ayudaba. "Me desconecta de las páginas. Así que paso esta hora quitando cosas y poniendo otras. Después, empiezo al día siguiente rehaciendo todo lo que hice el día anterior, siguiendo estas notas de la noche. Cuando estoy realmente trabajando, no me gusta salir ni tener a nadie a cenar, porque entonces pierdo esta hora". Si no tenía esta hora, y empezaba al día siguiente solo con unas cuantas páginas malas y sin saber hacia dónde ir, admitía que estaba de mal humor. Otra cosa que necesitaba hacer cuando estaba a punto de acabar un libro, era dormir en la misma habitación que el manuscrito. "Esta es una de las razones por las que vuelvo a Sacramento para acabar las cosas. De alguna manera, el libro no te abandona cuando duermes a su lado. En Sacramento, a nadie le importa si hago vida social o no. Puedo simplemente levantarme y empezar a escribir".
John Steinbeck
"Ahora déjame darte el beneficio de mi experiencia ante cuatrocientas páginas de papel en blanco —este material aterrador que hay que llenar. Sé que nadie quiere realmente el beneficio de la experiencia ajena, y quizás por eso se da tan alegremente. Pero lo que sigue son algunas de las cosas que he tenido que hacer para no volverme loco", escribía el Premio Nobel de Literatura en una carta dirigida a su amigo, el también escritor Robert Wallsten. Entre los consejos que ofrecía, alertaba de que abandonara la idea de que algún día acabaría la novela. "Pierde de vista las cuatrocientas páginas y escribe solo una página por día; ayuda. Y cuando lo tengas terminado, siempre es una sorpresa". También le aconsejaba que escribiera libremente y tan rápido como pudiera, y lo vertiera todo sobre el papel. "No corrijas ni reescribas nada hasta que lo tengas todo escrito. La reescritura durante el proceso suele ser una excusa para no continuar. Además, interfiere con el flujo y el ritmo, que solo pueden venir de una especie de asociación inconsciente con el material"; Steinbeck añadía que se olvidara de su público. "De entrada, este público sin nombre ni rostro te hará morir de miedo y, en segundo lugar, a diferencia del teatro, no existe. En la escritura, tu público es un solo lector. He descubierto que a veces ayuda a elegir a una persona concreta —real o imaginaria— y escribir para ella". Recalcaba que si una escena o una sección se le resistía y, aun así, creía que quería mantenerla, debía saltársela y continuar. "Cuando termines la obra entera, podrás volver a ella, y quizás descubras que el motivo por el que te dio problemas era que, simplemente, no pertenecía". Y lo remataba todo con dos últimos consejos: "Ten cuidado con una escena que te guste demasiado, más que el resto. Normalmente, suele resultar que está fuera de lugar", y "si usas diálogos, dilos en voz alta mientras los escribes. Solo así tendrán el sonido real del habla".
Kurt Vonnegut
El autor de Matadero Cinco se levantaba a las 5.30, trabajaba hasta las 8.00, desayunaba en casa y volvía a trabajar hasta las 10.00 h. Más tarde caminaba unas cuantas calles hasta el centro del pueblo, allí hacía los encargos del día, iba a la piscina municipal —que, a esas horas del día, tenía toda para él solo— y nadaba durante media hora. Volvía a casa a las 11.45 h, leía el correo y comía a las 12.00. La tarde la dedicaba a las clases universitarias y "cuando llego a casa desde la universidad, sobre las 5.30, anestesio mi cerebro con unos cuantos tragos de whisky con agua (5 dólares la botella en la tienda estatal de licores, la única tienda de licores del pueblo: aun así, hay un montón de bares). Preparo la cena, leo y escucho jazz (hay mucha buena música en la radio, aquí), y me duermo sobre las diez. Hago flexiones y abdominales todo el tiempo, y tengo la sensación de que me estoy volviendo delgado y fibrado, pero quizás no".

Leo Tolstoy insistía en que tenía que escribir cada día sin falta, no tanto por el éxito del trabajo, sino para no salir de su rutina.
Leo Tolstoy
Considerado uno de los grandes novelistas de todos los tiempos, especialmente distinguido por obras como Guerra y paz y Anna Karénina, Leo Tolstoy insistía en que tenía que escribir cada día sin falta, no tanto por el éxito del trabajo, sino para no salir de su rutina. Lo hacía a primera hora de la mañana. Hombre de hábitos inalterables, después desayunaba, siempre lo mismo: dos huevos hervidos en un vaso. No comía nada más hasta las cinco de la tarde. Una vez acababa la comida, siempre en silencio, se retiraba a su estudio con un vaso de té. Ya no volvía a aparecer hasta la hora de cenar.
Mark Twain
La rutina del autor de Las aventuras de Tom Sawyer (1876) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1885) era relativamente sencilla: por la mañana iba al estudio después de un desayuno abundante y se quedaba hasta la hora de cenar, hacia las 5:00. Como no almorzaba, y su familia no osaba acercarse al estudio —si lo necesitaban, tocaban una bocina para avisarlo—, normalmente podía trabajar durante horas sin interrupciones. “Los días de calor,” escribió a un amigo, “abro de par en par el estudio, sujeto los papeles con ladrillos y escribo en medio del huracán, vestido con el mismo lino con el que hacemos las camisas.”
Ray Bradbury
"Mis pasiones me empujan hacia la máquina de escribir cada día de mi vida, y me empujan desde que tenía doce años. Así que nunca me tengo que preocupar por los horarios". El autor de Crónicas marcianas solía afirmar que siempre había algo nuevo dentro de él que le explotaba, y que era aquella idea que tenía que vomitar sobre el papel la que programaba su vida y no al revés: "Ve ahora mismo a la máquina de escribir y acaba esto". Bradbury no era maniático con el entorno, podía trabajar en cualquier lugar. "Escribía en dormitorios y comedores cuando vivía con mis padres y mi hermano en una casa pequeña en Los Ángeles. Trabajaba con la máquina de escribir en el comedor, con la radio y mi madre, mi padre y mi hermano hablando todos a la vez. Más adelante, cuando empecé a escribir Fahrenheit 451, fui a la UCLA y encontré una sala de máquinas de escribir en el sótano donde, si ponías diez céntimos, podías comprar treinta minutos de tiempo para escribir".
Stephen King
Stephen King también se entrega a las rutinas, en su caso escribir seis páginas al día. "Esto es lo que pasa, ¿de acuerdo? Hay libros, y hay libros. La manera en que trabajo es que intento salir adelante y conseguir esas seis páginas diarias. Cuando trabajo, y trabajo cada día —tres o cuatro horas— intento conseguir esas seis páginas, e intento que estén bastante limpias. Así que, si el manuscrito tiene, digamos, 360 páginas, básicamente son dos meses de trabajo… Pero eso asumiendo que todo va bien".