Quentin Tarantino, uno de los directores esenciales para narrar la historia del cine, ha debutado como escritor con Hi havia una vegada a Hollywood, particular revisión del guion de su última y homónima película. Una novela que el miércoles de la semana pasada, miércoles 30 de junio, publicó en catalán el editorial Columna y de la cual hoy os ofrecemos su primer capítulo.

quentin tarantino arte streiber
Hi havia una vegada a Hollywood es el debut como novelista de Quentin Tarantino. Foto: Art Streiber

Hi havia una vegada a Hollywood'

El timbre del dictáfono del escritorio de Marvin Schwarz hace un zumbido. El dedo del agente de la agencia William Morris aprieta el botón del aparato.

—¿Es por la cita de las diez y media que me llama, señorita Himmelsteen?

—Sí, señor Schwarz —dice la voz de su secretaria a través del minúsculo altavoz. El señor Dalton está aquí a fuera.

Marvin vuelve a pulsar el botón.

—Cuando Usted quiera estoy a punto, señorita Himmelsteen.

Cuando se abre la puerta del despacho de Marvin, su joven secretaria, la señorita Himmelsteen, entra primero. Es una chica de veintiún años con un aire hippy. Lleva| una minifalda blanca que deja a la vista unas piernas largas y bronceadas y el pelo castaño largo recogido en dos colas estilo Pocahontas que le bajan por cada lado de la cabeza. Rick Dalton, el atractivo actor de cuarenta y dos años con el suyo habitual tupé engominado estilo pompadour, entra detrás de ella. La sonrisa de Marvin se ensancha mientras se levanta de la silla del escritorio. La señorita Himmelsteen intenta hacer las presentaciones, pero Marvin la interrumpe:

—Señorita Himmelsteen, acabo de tragarme un festival de cine de Rick Dalton, no hace falta que me lo presente. —Marvin se le acerca y alarga la mano para hacer un apretón de manos con el actor cowboy. Chócala, chico.

Rick sonríe y aprieta la mano del agente con fuerza.

-Rick Dalton. Muchas gracias, señor Schwartz, por dedicarme su tiempo.

Marvin lo corrige.

—Es Schwarz, no Schwartz.

Hostia santa, ya lo he cagado sólo de empezar, piensa Rick.

—Maldito sea... Me sabe mal... señor SchWARZ. Mientras el señor Schwarz le estrecha una última vez la mano, dice:

—Dime Marvin.

-Marvin, dime Rick.

-Rick...

Se sueltan las manos.

—Me permites que la señorita Himmelsteen te traiga alguna cosa para beber?

Rick rechaza el ofrecimiento.

—No, estoy bien.

Marvin insiste.

—Seguro que no quieres nada? ¿Café, Coca-Cola, Pepsi, Simba?

—De acuerdo —contesta Rick-. Quizás un café.

—Perfecto. —Marvin da un golpecito al hombro del actor y se gira hacia la joven secretaria. ¿Señorita Himmelsteen, sería tan amable de traer un café a mi amigo Rick? Y otro para mí también.

había una vez en hollywood portada
El editorial Columna ha publicado en catalán Hi havia una vegada a Hollywood 

La chica asiente con la cabeza y atraviesa el despacho. Cuando está a punto de cerrar la puerta detrás suyo, Marvin grita:

—Ah, y que no sea aquel matarratas de Maxwell House que tienen en l'office. Ves al despacho de Rex —le ordena. Él siempre tiene el mejor café; pero que no sea aquella mierda turca —la advierte.

—Sí, señor —contesta la señorita Himmelsteen, y después se dirige a Rick-. ¿Cómo lo toma el café, señor Dalton?

Rick la mira y dice:

—Que no ha oído aquello que dicen? El negro es precioso.

Marvin suelta una risotada que parece un claxon y la señorita Himmelsteen se tapa la boca con la mano mientras se ríe por debajo de la nariz. Antes de que la secretaria pueda acabar de cerrar la puerta, Marvin grita:

—Ah, y señorita Himmelsteen, si no es que mi mujer y los hijos tienen un accidente mortal en la autopista, no quiero que se me pase ninguna llamada. De hecho, si mi mujer y los hijos están muertos, en fin, estarán igual de muertos de aquí a media hora, o sea que no me pase llamadas.

El agente hace un gesto al actor para que se siente en una de las dos butacas de piel que hay encaradas, con una tableta|mesilla de centro con la superficie de cristal entre medio, y Rick se pone cómodo.

—Antes de nada —dice el agente—, un saludo de mi mujer, Mary Alice Schwarz! Ayer por la noche hicimos una sesión doble de Rick Dalton en nuestra sala de proyecciones.

-Uau. Eso es un honor y al mismo tiempo me da vergüenza—contesta Rick-. ¿Qué mirasteis?

-Tanner y Los catorce puños de McCluskey.

—Ah, son dos de las buenas —dice Rick-. McCluskey está dirigida por Paul Wendkos. Es mi director preferido. Hizo Esquitx. En principio yo tenía que trabajar. Al final Tommy Laughlin consiguió mi papel. —Entonces hace un gesto magnánimo para quitar importancia. Pero no pasa nada, me cae bien en Tommy. Él me metió en la primera gran obra que hice.

—De verdad? —pregunta Marvin-. ¿Has hecho mucho teatro?

—No mucho —responde—. Me aburre mucho hacer el mismo rollo una vez y otra.

—Así que Paul Wendkos es tu director preferido, eh? —pregunta Marvin.

—Sí, empecé con él al principio de todo. Salgo a su película con Cliff Robertson, La batalla del Mar del Coral. Se nos ve a Tommy Laughlin y a mí todo el rato plantados en el fondo de aquel maldito submarino.

Marvin hace una de sus afirmaciones de la industria:

—Cojones de Paul Wendkos. Un especialista de acción infravalorado.

—Tienes toda la razón —responde Rick-. Y cuando aterricé en El cazarecompensas, vino y dirigió siete u ocho episodios.

Entonces Rick pregunta, esperando un cumplido:

—Bien, espero que la sesión doble de Rick Dalton no fuera muy insoportable para ti y para tu mujer...

Marvin se echa a reír.

—Insoportable? ¡Qué dices, ahora! Maravilloso, maravilloso, fue maravilloso —dice Marvin-. Mary Alice y yo miramos Tanner. A Mary Alice no le gusta la violencia que hay en las películas modernas, o sea que en McCluskey lo miré yo solo cuando ella se fue a dormir.

Se oye un leve truco en la puerta, y acto seguido la señorita Himmelsteen con su minifalda entra en el despacho con dos tazas de café humeante para Rick y Marvin. Con mucho cuidado da las bebidas calientes a los dos hombres.

—Es del despacho de Rex, verdad?

—En Rex dice que le debe uno de sus cigarros. El agente resopla.

-Cojones de judío tacaño, en todo caso lo único que le debo es una patada en el culo.

Todos ríen.

—Gracias, señorita Himmelsteen; eso es todo de momento.

La chica se va y deja a los dos hombres hablando del mundo del cine, de la carrera de Rick Dalton y, el más importante, de su futuro.