CARD CASTELLÀ (1)

Cuando la alegría habla con la razón, surge un diálogo provechoso, al menos de la mano del poeta sabio, de Petrarca. Cuando la alegría le dice a la razón que es feliz, la sensatez se sorprende porque la expresión es gruesa. Decir feliz es decir mucho más que simplemente alegre. De modo que la razón, dispuesta a creérsela, le compone su elogio. Entonces, le dice, es que eres un viajero insólito, un caminante extraño, tú, hombre que afirmas que eres feliz. Además de las fatigas y de las incertidumbres del camino, tendrás que convenir conmigo que, si vives en las condiciones en las que vives, es bastante sorprendente. Conviviendo con los peligros y las incertidumbres, sin saber cuál es tu camino. O quizás es que no eres feliz, quizás la palabra te viene grande. La sensatez habla así de displicente con la alegría, tiene un carácter terrible. La cordura es solitaria y va herida, apaleada, porque siempre la hacen luchar. Es cruel e imperturbable y lo soporta todo. La razón que exhibe Petrarca es la más inteligente de todas, por eso su libro ofrece remedios para la desgracia, la mala fortuna, pero también para la buena, para el éxito, para cuando te toca la lotería. Ningún imbécil se recupera nunca de un éxito y, como dice la vieja sentencia, hay quien ha soportado la tortura pero no la adulación.

La razón que exhibe Petrarca es la más inteligente de todas, por eso su libro ofrece remedios para la desgracia, la mala fortuna, pero también para la buena, para el éxito, para cuando te toca la lotería

Petrarca es un escritor durísimo, porque dice la verdad siempre que le sepamos hacer las preguntas adecuadas. No hay consolación que valga, ni forma de conformarte cuando la vida te destruye de forma tan bestia, cuando se muestra indiferente a todo lo que tiene que ver contigo. La nada es la experiencia de cualquier biografía que no esté deformada por la religión o la fantasía. Nada tiene importancia, no pasa nada ni en tu cuerpo ni en el mundo, nunca pasa nada. Da igual si sufres como si no, da igual si quieres como si no quieres, da igual si vives en la esperanza o en la amargura, vives en una nada permanente, en el vacío y lo mejor que podrías hacer es aceptar que no existe ninguna solución mágica ni ningún conocimiento que te haga vivir una vida que valga la pena de ser vivida. Este es el libro de un Petrarca ya mayor y desengañado, tanto de la alegría como del llanto. Después de veinte años de éxitos y de fracasos bien sonados, después de haber sobrevivido a la peste dos veces, primero la de 1348, que se llevó a Laura, y después la de 1361, que le mató a un hijo. Petrarca rechaza seguir soñando. Está desengañado de la política italiana, del cobijo francés y de su propia biografía intelectual, pero también de su recorrido moral. Se sabe tan desengañado y duro que se da cuenta de que la cordura tan fría e inclemente se convierte en sinrazón, que la razón tan fría se convierte en irracional. El racionalismo es el gran enemigo de los sentimientos y la guerra con la que se enfrenta su única razón de ser.

Éste es el libro de un Petrarca ya mayor y desengañado, tanto de la alegría como del llanto

He aquí el auténtico rostro de la razón. Tenaz, eléctrica, acosa cualquier debilidad humana, combate cualquier placidez, contento o satisfacción. “¿Te gusta la pintura? Debería gustarte más bien la naturaleza. Mucho más hermosa que los objetos artísticos. ¿Te gustan los jardines? Me lo temía, ya, como le gustan al oso y al jabalí. ¿Quieres a tus hijos? Van a morir. ¿Ya han muerto? ¡Mejor todavía! No los amabas...” Pocas veces el racionalismo ha estado tan bien desnudado desde la razón, desde lo que hoy llamamos inteligencia emocional. Petrarca, el gran lírico, es también el gran desconfiado, el gran insurrecto, el disconforme universal. El único refugio lo encuentra en la fortaleza del carácter, lo que los antiguos llamaban animus. La capacidad para no dejarse hundir por un mundo hostil y por la incapacidad de entender lo que no tiene explicación racional.