El escritor Oriol Pino de Chozas (Vilanova i la Geltrú, 1950) acaba de publicar Estels que encara fan llum, una recopilación de retratos literarios fruto de su encuentro con escritores y artistas, y que se puede leer como un canto a la inmortalidad de los referentes y de la transmisión de la cadena del conociendo y la cultura. Autor de una cuarentena de libros, entre los cuales destaca la novela Oferiu flors als rebels que fracassaren, el dietario Llibre d'hores o el ensayo La generació literària dels setanta amb Guillem-Jordi Graells, Pi de Cabanyes dirigió el museo Víctor Balaguer y fue el primer director de la refundada Institución de las Letras Catalanas.

En este libro recupera algunos de los grandes personajes que ha conocido.

Hay muchos personajes de quienes no escribí el retrato o no se dio el caso de escribir nada. Por ejemplo, Josep Benet, que a las memorias me agradece haber contribuido, junto con Guillem-Jordi Graells en el libro Marxisme català i qüestió nacional, publicado con el seudónimo Roger Arnau en las Publicaciones Catalanas de París.

¿Estos retratos de Estels que encara fan llum, constituyen un autorretrato?

Cada uno de nosotros cuando miramos otra circunstancia ponemos el acento en un sitio o en otro. Se nos ve un poco nuestra actitud, nuestro punto de vista. Yo lo que he querido es hacer interpretaciones globales a partir de un hecho que creo que puede ser significativo. Se trata de coger la parte por el todo. Una anécdota que, como decía Eugeni d'Ors, pueda pasar a categoría. Por lo tanto, eso tiene elementos de crónica y testimonio personal, pero también de ensayo. Mi tendencia es reflexionar y especular, no quedarme sólo en la circunstancia sino darle un sentido mayor.

Al prólogo reclama el valor de la experiencia.

La idea de experiencia está completamente en crisis. Se está rompiendo la idea de experiencia humana acumulada, el conocimiento que permitía evitar que nos volviéramos a equivocar en las mismas |encrucijadas. Antes se decía que la historia era maestra de la vida y, por ejemplo, cuando vinieron "los piolines", nadie recordó qué era el barco Uruguay o que la sala del Tribunal Supremo donde juzgaron a Lluís Companys después de los hechos de octubre del 34, es la misma donde han juzgado a los líderes independentistas. No es que se tenga que repetir la historia, pero tenemos que aprender. Para mí eso está en crisis y hay un menosprecio muy grande respecto de la experiencia de los que nos han precedido.

La idea de experiencia está completamente en crisis

¿En este sentido, la generación de los años setenta, que Usted reivindicó en su libro, no ha quedado un poco olvidada?

La idea del libro también era de continuidad y planteaba cómo la gente nacida después de 1939, escolarizada en castellano a la fuerza, escribía en catalán, se enlazaba con una tradición y desmentía el éxito de este intento de genocidio cultural del franquismo, como denunciaba Josep Benet. Eso hizo eclosión con el Congreso de Cultura Catalana, en los años setenta. En aquel momento se planteó la posibilidad de profesionalizarse como escritores en catalán, una idea que a la larga se ha visto desmentida por la realidad. Una de las ganancias de la generación, sin embargo, ha sido el intento de ganar la cultura popular y la literatura de género (policíaco, fantástico, etc.) en catalán. La etiqueta de "generación de los setenta", como de otras generaciones literarias anteriores, es arbitrario. Hay autores que forman parte y no salen, por ejemplo.

Dice al prólogo que conviene matar a los padres, pero después reconciliarse.

¡Parece que ahora hay muchos asesinos de padres! (ríe). Tengo la sensación que hace falta negar todo el que representa el padre y la tradición, pero para insertarse y darle continuidad. Esta es la ganancia de la evolución de la cultura. Pero todavía estamos en el paradigma de la vanguardia histórica, donde todo sale de la nada y no se reconoce ningún precedente. Todavía estamos aquí y pienso que es mejor pensar que son contemporáneos nuestros gente del siglo XVIII. La idea de continuidad es muy importante para mí y para el libro, en cierta manera, obedece a esta idea.

Es también un llamamiento a no romper las cadenas de la transmisión del saber.

El saber es una sucesión de complicidades que ahora está completamente en crisis, y eso es preocupante. El presente queda en el vacío, donde estamos instalados. Vivimos en un presentismo vacío, sin fundamentos.

Leyendo el libro produce mucha envidia ver a qué personajes ha podido conocer y qué personajes pasaban por Barcelona.

He tenido la suerte de conocer a Jorge Luis Borges u Octavio Paz, pero también Pierre Vilar, el padre Miquel Batllori o Maria Aurèlia Capmany.

Gracias a sus responsabilidades institucionales pudo conocer gente de todo el mundo.

Aproveché todas las oportunidades que se me presentaban. Si procedía la oportunidad de tener acceso a alguien, no la desperdiciaba. No he dejado nunca de ser escritor, a pesar de ser a la administración, y este aspecto de cronista o ensayista la he mantenido siempre.

¿En este sentido, es mitómano?

No me considero nada. Esta idea de admiración absoluta y de querer tocar al santo no la he tenido. Los he tratado de tú a tú. Sí que es cierto que una vez fui a Turín para poder escuchar a George Steiner o en otras ocasiones he podido escuchar Isaiah Berlin o Edgar Morin, pero no tiene nada que ver con el deseo con querer tocar Messi (ríe.

Todavía estamos en el paradigma de la vanguardia histórica, donde todo sale de la nada y no se reconoce ningún precedente

La mayoría de los protagonistas del libro estan muertos, pero hacen luz las estrellas que ya son muertas y siguen brillando.

Es un libro que parte de reunir materiales que tenía, pero no era pensado. En el caso, por ejemplo de Maria Aurèlia Capmany, había vivido un montón de vivencias compartidas (desde comidas en el Gran Café de la calle Avinyó a encuentros en Tarragona), pero sólo recogí un episodio concreto poco antes de morir ella. Es más que un episodio, una foto, un apunte. O de Pere Calders, hablo de su muerte, pero podría haber explicado muchas otras cosas.

¿De dónde salen los artículos?

La mayoría son textos inéditos, pero algunos son publicados en la prensa. Por ejemplo, el texto sobre el abad Cassià M. Just fue publicado poco después del encierro de Montserrat, cuando Serra d'Or quería dejar claro el mensaje que les había dado al papa Pablo VI: "Acoged a todo el mundo". ¡Por cierto, a mí me retiraron el pasaporte después del encierro, y eso que no había ido!

En el libro hay una genealogía de eclesiásticos humanistas. ¿Es una especie en extensión?

El espíritu del Concilio Vaticano Segundo está muy en duda. Aquel entusiasmo ha desaparecido, y esta generación de gente formada, con cultura clásica, con valores que yo conocí, ha ido desapareciendo. Nosotros nos formamos en el escoltismo católico y somos hijos de eso. Yo estaba al agrupamiento scout que había en el Casal de Montserrat, en la calle de los Arcos, y allí apareció una pintada que decía: "Una lengua, una bandera, una patria".

En el libro no hay sólo escritores, los artistas tienen mucho peso.

El arte y los artistas han sido uno de mis intereses. He escrito sobre el juicio sumarísimo a Joaquim Mir, que lo llevó a la muerte del disgusto de ser encarcelado. En el libro hablo de Guinovart, que me explica el sentido de la torre de Ribes Roges, a Vilanova i la Geltrú.

Vilanova es el centro de este espíritu mediterráneo que impregna el libro.

Es mi epicentro y el lugar de mis raíces. Mi referente. La obligación moral de todo el mundo es conocer el lugar donde vivimos. Eso es una cuestión ética sobre la cual se ha puesto poco énfasis. Se habla de integración, pero no en la obligación de querer a partir del conocimiento. Si quieres un lugar lo quieres conocer, si lo conoces todavía lo quieres más.

Si quieres un lugar lo quieres conocer, si lo conoces todavía lo quieres más

Llevó a Vilanova a Knut Ahnlund, secretario del Comité Nobel de la Academia Sueca.

Lo llevé por a mi cuenta a comer en casa, que le gustó mucho. Era un hombre muy especial que acabó dimitiendo a raíz del premio a la escritora austríaca Elfriede Jelinek. Había sido traductor de Camilo José Cela, que lo llamaba "Don Canuto", y era discípulo de Artur Lundkvist, un hispanista a quien no interesó nunca a Salvador Espriu. Siempre he pensado que a los hispanistas nórdicos están fascinados por Carmen de Mérimée. Por cierto, Espriu parece que ha pasado de moda, pero creo que continúa plenamente vigente y se habría merecido el Nobel. ¡Desgraciadamente, los académicos suecos también leen El País! (río).

Me ha interesado mucho el retrato de quién fue director del Tele/eXprés Manuel Ibáñez Escofet, que recomendaba a los periodistas que tuvieran "vocación literaria, curiosidad y humildad".

La curiosidad no sé se ha aplicado bastante en el campo de la cultura, y echo de menos la idea de conocer los referentes en la prensa catalana. También hay poco sentido de estado en los medios de comunicación catalanes. Hay un tono que parece uno "Polonia" permanente, que no creo que utilice la BBC, la RAI o TF1.

En los medios de comunicación catalanes hay un tono de "Polonia" permanente

Ibáñez Escofet también decía que teníamos que asumir toda nuestra historia: Delgaducho y Savalls, Almirante y Torres y Bages, Cambó y Macià.

También decía que el país es como una gran familia, y tienes que asumir a la tía maniática, el abuelo sordo, el padre tacaño, el cuñado fastidioso o el primo un poco burro... Una nación es una comunidad donde hay luces y sombras que tenemos que saber asumir, con los |fallos y errores. Este es el sentido de comunidad donde nos tenemos que entender. En el fondo, el procés no ha sido causa de decadencia, como dicen algunos, sino consecuencia de una sensación de pérdida y merma, de estado terminal incluso. A veces pienso que el siglo XX, que Joan Triadú decía que el siglo de oro de la cultura catalana, quizás ha sido nuestro canto del signo.

En este sentido, tampoco somos capaces de asumir toda nuestra historia, porque todavía nos estamos peleando por ella.

Todos podemos ver los fallos de Macià, Cambó o Pujol incluso, pero visto en perspectiva son grandes personajes gracias a los cuales hemos construido una comunidad que vale la pena. Si sólo tenemos en cuenta que Enric Prat de la Riba censuró el artículo de Joan Maragall sobre la Semana Trágica o que Cambó dio apoyo a Franco con una visión muy ingenua de la realidad, nos perdemos la obra de la Mancomunidad o la tarea de mecenazgo del segundo. Por cierto, Cambó acompañó a Alfonso XIII a Covandonga para celebrar la Reconquista. Y no hemos salido de esta idea que ha durado siglos. El "a por ellos" viene de allí y ha sido aplicado a judíos, maíces, brujas, protestantes y hasta los catalanes.

el procés no ha sido causa de decadencia, como dicen algunos, sino consecuencia de una sensación de pérdida

En el libro también tiene un gran protagonismo Baltasar Porcel, un hombre apasionado y controvertido todavía hoy.

El Porcel era un hombre de una gran potencia creativa, que empezó de muy abajo, muy sensible e inteligente, e hizo una obra muy importante. Tuvo una gran relación con el mundo de las influencias políticas y como Joan Estelrich, Eugeni d'Ors o Josep Pla, esta relación le comportó amigos y enemigos. A mí, por ejemplo, me interesa mucho Eugeni de Oros, pero no quiere decir que me interese cuando lo veo vestido de "bombero" con el uniforme falangista.

En Porcel lo preocupaba mucho la cuestión mediterránea.

Él se sentía un mediterráneo no sólo biográficamente, sino también a nivel geoestratégico y geopolítico.

Reclama la necesidad de situar a los personajes en su contexto. Como el escultor Saumells.

Yo lo descubrí gracia a una exposición de Arte Moderno de Tarragona y lo fui a conocer. Vivía en la carretera del Arrebatamiento. Ignoraba que era el escultor del monumento a la batalla del Ebro en Tortosa y que había sido censor en Tarragona. A mí me interesaba como artista, no como funcionario o político del régimen franquista. Yo no demolería el monumento de Tortosa, aunque lo hubiera hecho un franquista.

¿Cómo juzga la situación actual de la cultura catalana?

Cuando volvieron todos los escritores del exilio, como Joan Oliver, Xavier Benguerel, Agustí Bartra, Pere Calders o Tísner, etc., encontraron a una sociedad emergente que los acogía, una cultura con una gran confianza en ella misma y una gente joven que impulsaba proyectos editoriales y asociativos, como el PEN Club o la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana, de la cual fui fundador. No sé si ahora pasaría el mismo.

No nos podemos permitir ser desesperanzados, pero tenemos que ser realistas

¿Mantiene la esperanza?

No nos podemos permitir ser desesperanzados, pero tenemos que ser realistas y ver que el que hemos ganado en extensión quizás lo hemos perdido en intención. Es un milagro la supervivencia de la cultura y la lengua catalana, y la supervivencia de una especificidad lingüística como esta en el mundo que hemos vivido, triplicando además la población. A veces pienso que la represión de las dictaduras de Primo de Rivera y Franco nos ha sido estimulantente, como el pasar por el fuego de los alquimistas, y nos ha fortalecido. Si nos dan facilidades nos ablandamos.