Decía Huxley que la mayor lección de la historia es que nadie aprende las lecciones de la historia. Existe esa idea amarga de pensar que las tragedias históricas pueden repetirse. Está el relato. Así lo llamamos. En el relato de la Guerra Civil, que marca la historia de mi país, quienes luchaban por los ideales republicanos —partidos y organizaciones de izquierdas, anarquistas, comunistas y sindicatos de obreros— eran los buenos. Mi abuelo estuvo en la Modelo, siendo menor de edad, por formar parte de las Juventudes Socialistas.

Y supongo que hubo algún día en que el relato de la juventud nos hacía mirar a la utopía comunista con cierta simpatía. Ha resultado que he estado en Rumanía y he hablado largamente con mujeres vinculadas a la cultura que eran jóvenes durante la dictadura comunista de Ceauşescu. Yo tenía un año cuando fusilaron a la pareja más poderosa de Rumanía, que había querido emular el culto a los dictadores que habían visto en China y en Corea. Dicen que cuando a partir del 89 se abrieron los orfanatos rumanos, una de las cosas más impactantes era el silencio. En un lugar lleno de bebés y de niños pequeños, apenas se oían llantos. Aquel silencio era la explicación de las pocas interacciones que habían tenido con adultos y de que nadie les hacía caso cuando lloraban.

Los orfanatos a estallar de niños fueron el resultado del decreto 770, una estricta política natalista. Se prohibió el aborto y los métodos anticonceptivos. Se premiaba a las familias que tenían muchos hijos, se veneraban a las madres heroínas de la nación. Las parejas con problemas por reproducirse, en cambio, pagaban impuestos adicionales. Fue un extremo ejemplo de control estatal sobre la vida reproductiva de las mujeres. Durante las décadas anteriores, la natalidad había caído y se necesitaban muchos rumanos para hacer crecer aquella arcadia. La policía de la menstruación realizaba inspecciones en las fábricas para detectar abortos. Miles de mujeres murieron cuando las hacían de forma clandestina. Los médicos no podían intervenir cuando existían complicaciones porque se les podía acusar de haber colaborado. Se las dejaba desangrar hasta que delataran a quien les había hecho el raspado. Hay una película durísima que lo cuenta, 4 Months, 3 Weeks and 2 Days.

Yo ahora sólo leo al respecto. Como un descubrimiento terrible que has tenido borroso y no entiendes por qué. Que te obliguen a tener a muchos hijos, la maternidad como herramienta de producción y arma política. Pienso en los mundos distópicos en los que no nacen niños y la vida se acaba y en las medallas que les daban a las que tenían más de cinco. Y pienso que no sé dónde leí, en medio de esa fiebre de interés por la dictadura rumana, que alguien decía que abortar, se aborta siempre, da igual qué control social insoportable tengas montado. Las mujeres encuentran la manera, en clínicas caras o en las cocinas de pisos destartalados. Ahora, en Rumanía el aborto está mucho más normalizado y desdramatizado, dicen, más que en países en los que el derecho se ha ganado poco a poco. Se ve que en las escuelas ha costado explicar los crímenes del comunismo y quienes sienten la incertidumbre del presente, romantizan esta época. Aquí, según unas últimas encuestas, los jóvenes no verían con malos ojos una dictadura y había cosas que con Franco no ocurrían. La idea trágica de la historia repitiéndose.