Aunque la revolución rusa, de la que ahora hace justo un siglo, haya sido condenada por la historia, siempre quedarán voces que la defiendan como una aportación básica de la historia de la humanidad.

De hecho, nada quita que la revolución bolchevique tuvo su influencia y mucho se podría hablar de las condiciones de los trabajadores durante el siglo XX y el siglo XXI en caso de que, por algún vuelco inesperado de la historia, todo hubiera sido diferente, pero eso no evita que el comunismo sea a día de hoy, no solo un posicionamiento político obsoleto, sino también claramente negativo, por no decir criminal. Si Fidel Castro decía que la historia lo absolvería, puede dar por hecho que el veredicto será de culpabilidad. Y con él, todos los de su ideología.

Con todo, al acercarse los cien años de la Revolución de Octubre, llega a las librerías La revolución rusa. Una historia del pueblo, de Neil Faulkner (Pasado & Presente), un libro que parte de una premisa simple: Lenin era el bueno de la película, el alma de un movimiento que tenía que llevar a la humanidad a una situación completamente diferente que conseguiría que el pueblo, más allá de la entelequia que pueda esconder esta palabra, llegara a una situación nueva, sin dificultades y ejerciendo el poder real en un sistema definido, lisa y llanamente, como "dictadura revolucionaria y democrática del proletariado y el campesinado".

Una explicación comunista de la revolución

Y si Lenin era el bueno, en esta simplificación maniquea, el malo fue Stalin -quizás Trotsky fuera el feo. Así lo dibuja Faulkner, un historiador especializado en la perspectiva marxista de los acontecimientos y que militó en el PST, Partido Socialista de los Trabajadores de Gran Bretaña entre 1980 y 2010. Es decir, un autor comunista que intenta dar una explicación comunista a la revolución rusa y que por tanto, evita toda carga crítica sobre los acontecimientos y encuentra, eso sí, la coartada perfecta para exonerar al líder de la revolución bolchevique: todo lo bueno que hizo Lenin lo estropeó Stalin.

A partir de tres argumentos que el autor esboza en el prólogo de la obra: el primero, que Lenin "era un demócrata" y el partido bolchevique "un movimiento democrático de masas"; el segundo, que la revolución era un "movimiento popular de masas basado en principios de la democracia participativa" y en ningún caso un "golpe de mano orquestado para instaurar la dictadura"; y el tercero, que el estalinismo fue un "movimiento contrarrevolucionario" que acabó con "el Partido Bolchevique y la democracia soviética", Faulkner hace una reinterpretación de los hechos que se aleja de la visión habitual de la revolución como el asalto al poder de un partido de cuadros dispuesto a instaurar la dictadura del proletariado y que se acabó convirtiendo en el protagonista de uno de los periodos más negros de la humanidad.

Con todo, La revolución rusa. Una historia del pueblo es un libro bien documentado y bien escrito que aporta nuevas maneras de entender aquellos acontecimientos. Comprar la tesis del autor, en todo caso, ya es cuestión de cada lector.