En los años 70 y primeros 80, una pequeña editorial del barrio de Gracia revolucionó los quioscos de todo el país. Se llamaba Ediciones Este, y sus innovadoras colecciones de cromos de fútbol, con fotografías de jugadores mucho más chulas que las de la competencia, llenaron los patios de colegio postfranquistas con policromías vibrantes. Ahora bien, en los álbumes había un color que no abundaba: el negro. Es por este motivo que quizás muchos de ustedes (yo aun no había nacido) recordarán la estampa de Laurie Cunningham, ‘La Perla Negra’. Un jugador británico de ascendencia jamaicana que el Real Madrid compró por una cifra astronómica, y que, pese a no tener suerte con el equipo blanco, salió ovacionado del Camp Nou. El primer negro en vestir los tres leones de la selección inglesa y el primer inglés en lucir la camiseta blanca. Un tipo impuntual, indisciplinado, inconformista, de una “clase diferente”, que compaginó el deporte con la pasión por la música soul, el baile y la moda (en la pasarela del barrio, se entiende). También un futbolista retro caído en el olvido, la historia del cual merecía ser rescatada. Y eso ha hecho la editorial Colectivo Bruxista, que saca —con el pie— Different Class. La historia de Laurie Cunningham, , una fascinante biografía escrita por el periodista deportivo Dermot Kavanagh.

Cunningham fue un auténtico pionero que derribó fronteras sociales en Inglaterra, para después venir a jugar en nuestro país

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Libro y cromos promocionales aptos para nostálgicos. Foto: Colectivo Bruxista

“Siempre nos ha interesado el fútbol —quien habla, apretando y haciendo rechinar los dientes, es Alejandro Alvarfer, parte del colectivo editor—, lo consideramos una expresión de la cultura popular que, además, habla mucho de las tensiones de cada época. En el caso de Laurie Cunningham, nos parecía un jugador muy interesante por varios motivos. Primero, porque en la biografía el autor utiliza su figura para hablar de la historia de la Gran Bretaña negra: la de los años 60, 70 y 80. La cultura negra inglesa que crean los afrocaribeños, los inmigrantes venidos de Jamaica y otras islas antillanas. Profundiza en el contexto sociológico y político, en las subculturas propias de esta comunidad. Por un lado, menciona la cultura de sus padres, jamaicanos atraídos por los cantos de sirena de la economía de posguerra inglesa (que escuchan jazz y ska), y, de otro, trata la figura de Keith, su hermano mayor, que ha pasado la infancia en Kingston y se refugia en el reggae y los sound system. Y, de otro lado, Laurie, el protagonista, que forma parte de la generación nacida en el Reino Unido que integran la cultura antillana, la inglesa y la que llega de los Estados Unidos. Así que toca muchas de nuestros filias como el soul, la ropa y el dandismo. También el racismo en el fútbol, que en el libro tiene un papel fundamental: Cunningham fue un auténtico pionero que derribó fronteras sociales en Inglaterra, para después venir a jugar en nuestro país. Nos toca de cerca, y es interesante ver como un futbolista inglés dialoga con la España del momento, la de la Transición.”

Tuvo que soportar que lo insultaran, lo amenazaran y tiraran mierda de perro, plátanos y cuchillos de trinchar durante los partidos

Plátanos en el césped

“¡Matad a los niggers!”, gritaba la turba de blancos que irrumpió en Notting Hill en 1958, armados con pistolas, palos y cuchillos de carnicero. “No Irish, No Blacks, No Dogs”, rezaban infames carteles colgados de las fachadas victorianas de pubs y pensiones. El diputado Enoch Powel, con el apoyo de Margaret Thatcher, pronosticaba en 1968 un apocalipsis para el Reino Unido si continuaba abriendo las puertas a los inmigrantes, en un discurso llamado “Rivers of Blood”. La extrema derecha del National Front anidaba en los suburbios de clase media y obrera… En este contexto de odio y racismo creció Laurence Paul Cunningham (Londres, 1956 - Madrid, 1989), quien, al inicio de su carrera futbolística con el Leyton Orient, un modesto equipo de barrio, en 1974, tuvo que soportar que lo insultaran, lo amenazaran y tiraran mierda de perro, plátanos y cuchillos de trinchar durante los partidos. 

Un compañero de equipo, en un pasaje del libro, relata el final de un partido fuera de casa contra el Millwall, todavía hoy un bastión de la violencia racista: “Estábamos en el campo y quizá nos sentimos más protegidos de lo que deberíamos, no lo sé. La cosa es que nos abrazamos, mandamos un beso a la grada e hicimos el saludo del Black Power... […] Los hinchas saltaron al campo y cuatro o cinco policías nos arrastraron por el túnel y nos metieron en el vestuario. […]. Dos minutos después entró un inspector y nos dijo: “¿Sabéis lo que habéis hecho? ¿Sois conscientes de que habéis provocado un disturbio? Podríamos acusaros por esto”. Claro, lo que pensamos fue: ¿Pero habéis estado aquí los últimos noventa minutos? ¿Habéis visto lo que ha pasado?”. Ante este panorama, no es extraño que muchos decidieran buscar refugio en sus orígenes a través, por ejemplo, de la música, el baile o la vestimenta.

No pocos periodistas deportivos reconocieron similitudes entre su manera de correr, agilidad, juego vistoso y facilidad para el regateo, con la práctica del baile en las discotecas de soul

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Laurie, un soulboy de compras por King's Road / Foto: Islington Faces.

Soul Love

No todo era fútbol en la vida del joven Laurie. Amante del soul y la ropa elegante, Cunningham engrosó las filas de un nuevo estilo que irrumpió con fuerza en el país a finales de los años setenta e inicios de los ochenta, los soulboys. “Son jóvenes de clase trabajadora —continúa el editor bruxista— que escuchan música americana, funk, pero sobre todo soul contemporáneo y tienen un afán de modernidad que los distingue de la escena Northern Soul, de orígenes parecidos pero, en general, más retro. La música lleva una serie de estilismos muy curiosos, combinación de prendas modernas, como polos Lacoste o Fred Perry, combinadas con trajes de los años 40 para conseguir un look muy potente. Era una escena también interesante por su mezcla racial, cosa poco común en la Inglaterra de la época. Tuvo una influencia decisiva en el sonido de los clubes de baile, la escena rare soul y la explosión del acid house a finales de los 80. En un país tan gris como la Inglaterra de Thatcher, estos jóvenes quisieron reivindicar un poco de hedonismo y color.”

El delantero, fan confeso de Fred Astaire —y de Bruce Lee—, cuidaba su aspecto e ideaba creativas coreografías que después le servían de inspiración sobre el césped. No pocos periodistas deportivos reconocieron similitudes entre su manera de correr, agilidad, juego vistoso, cambios de ritmo, córners chutados con el exterior del pie y proverbial facilidad para el regateo, con la práctica del baile en las discotecas de soul. Esto hace que su paso por esta subcultura no quede en un hecho anecdótico, sino relacionado con sus virtudes como futbolista.

En la prensa se refieren a él como ‘el negrito’, se publican titulares tipo ‘Todo fue negro para el Barça’ o se le dibuja, en una caricatura, como un caníbal cocinando a Luis Aragonés en una cazuela

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Laurie Cunningham, el único jugador blanco ovacionado en el Camp Nou

Un caníbal en el 'Madrid de los García'

En 1979 el Real Madrid fichó a Laurie Cunningham por la inaudita cifra de un millón de libras. Su paso por el club blanco fue controvertido, dejando destellos de su different class en un partido en el Camp Nou donde salió aplaudido por la parroquia culé. Muchos esperaban más de aquel fichaje estrella que llegó a un club de moral estricta en el cual su manera de entender la vida y las relaciones no acabaron de encajar. “Estamos hablando del ‘Madrid de los García’ —retoma su arenga Alejandro—, un club con una cultura muy particular. Santiago Bernabeu había muerto, pero el paternalismo y el franquismo sociológico continuaban: el club controlaba la vida del futbolista, como vestía, donde salía, a qué hora se iba a dormir… Cunningham era un tipo sofisticado, negro, que vive con su pareja (blanca) sin estar casado, viste trajes de seda… Hace un primer año irregular, pero bastante bueno hasta que Francisco Bizcocho —un central del Betis— le destroza el pie y esto inicia un calvario de lesiones que no le permitirán recuperar el nivel. Él necesitaba una filosofía de club abierta y tolerante, y el Madrid era todo el contrario: un amante de la vieja disciplina, una cosa que no iba demasiado con él.”

Volviendo al tema del racismo en el fútbol, es interesante recalcar las diferencias entre el Reino Unido, donde ya había una inmigración importante y problemas de integración —básicamente, de los racistas— y la España de la época, donde el racismo se manifestaría por otros derroteros: en la prensa se refieren a él como ‘el negrito’, se publican titulares del tipo ‘Todo fue negro para el Barça’ o se le dibuja, en una caricatura, como un caníbal cocinando a Luis Aragonés en una cazuela… Un clima abiertamente racista que no se traduciría en violencia en los estadios hasta finales de los 80, con el auge de la extrema derecha en las gradas. Finalmente, un accidente de tráfico sesgó su vida prematuramente en 1989, con solo 33 años. Este libro no solo narra la historia de un futbolista especial, un artista en una época de fajadores; sino también la de un dandy con pantalón corto, un hombre sensible que tuvo que hacer frente a todo tipo de prejuicios en un momento en que el racismo campaba a sus anchas por los estadios. Un jugador que ha transcendido lo meramente futbolístico para acabar convirtiéndose en un auténtico icono pop.