CARD MUSICA CASTELLÀ

Louis-Vincent Thomas fue un tanatólogo –persona dedicada a estudiar la muerte como fenómeno social– fascinado con el continente africano. Fue uno de tantos franceses que, después de que sus antepasados extirparan parte de la identidad de pueblos colonizados de medio mundo, vivió fascinado por el potencial antropológico de las personas a las que antes se les había negado una cultura propia. El profesor de universidad publicó incontables ensayos sobre sociología, política y sistemas de pensamiento de diferentes países africanos. Pero fue, evidentemente, atendiendo a su condición de tanatólogo, la concepción de la muerte lo que le dejó prendado del –textualmente– “negro africano”. Mientras en Occidente se trataba la muerte con miedo, la cultura diola, grupo étnico que se encuentra en la región de Casamance (Senegal), especialmente analizada por Thomas, vivía el deceso dentro de su imaginario y no fuera. La muerte no como interrupción de la vida. La muerte, aceptada y celebrada.

Música de vida y de muerte

Cuando pensamos en música fúnebre, nos asoman requiems, tal vez el Hallelujah de Leonard Cohen. Los diola de Senegal –describe Thomas– tienen una idea algo diferente del tono con el que canta y se viste la muerte. Al muerto se le atavia con su ropa más hermosa y se le sienta en un sillón con la mano en alto, saludando, y la romería nunca es afligida. “Los músicos y danzantes tocan muy animados, desafiando así la dimensión trágica de la muerte y terminando de dar una coloración épica y triunfal al cortejo funerario”.

Ni toda la música con melodía emociona, ni toda la música percusiva es festiva, ni toda la electrónica sirve para bailar. La música no sirve para nada en concreto

Louis-Vincent Thomas murió en 1994. En París. No hay registro de la música que sonó en su funeral. Por su vida, pudo haber sido por igual mbalax (Youssou Ndour, por ejemplo) que Gabriel Fauré. Porque ni toda la música con melodía emociona, ni toda la música percusiva es festiva, ni toda la electrónica sirve para bailar. La música no sirve para nada en concreto. Por ello, Blue skies podría haber cumplido los diversos designios de Thomas.

Mioclono, el proyecto de los catalanes John Talabot y Velmondo, vive en esa frágil tensión de la electrónica de vanguardia: no se puede bailar –o sí–, tiene algo de ejercicio de estilo, y también músculo

Percusión almidonada, como el Skull disco de Shackleton, un sinte circular y una progresión hipnótica. Si el estudioso hubiese vivido nuestros días, no le hubiera resultado tan exótica la propuesta de los diola; Mioclono, el proyecto de los catalanes John Talabot y Velmondo, vive en esa frágil tensión de la electrónica de vanguardia: no se puede bailar –o sí–, tiene algo de ejercicio de estilo, y también músculo. Es rara, incluye incluso la lectura del ocultista Aleister Crowley. Es música de vida y de muerte. Depende del momento y el lugar.