En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial los cómics estadounidenses costaban $500 yenes por número. Una pequeña gran fortuna para los bolsillos dañados de la población japonesa. Aunque seguidor irredento de las aventuras de Superman, para el joven Osamu Tezuka, como la gran mayoría de niños y adolescentes nipones, comprar un ejemplar de las últimas peripecias de sus superhéroes favoritos, era una quimera. Una utopía inimaginable de hacer realidad. Dicen, en uno de esos mantras insoportables en tiempos de estrecheces, que crisis en chino significa oportunidad. En japonés, quizás, la traducción debe ser similar. Cuando menos, Tezuka hizo de las penalidades uno de los movimientos culturales populares más relevantes del siglo XX.

Un chico estelar

Osamu Tezuka estudiaba medicina, pero a él, lo que realmente le gustaba era dibujar. Pasaba las clases haciendo esbozos de futuras aventuras, sin imaginar que un día las acabaría publicando. Un imposible que se hizo posible cuando en 1947 salió al mercado su primer cómic, La Nueva Isla del Tesoro en 1947. Aquella aventura rápidamente llamó la atención porque, en lugar de copiar el estilo de los cómics de superhéroes norteamericanos, basaba su estructura formal en narrativas cinematográficas: primeros planos, planos generales, expresividad... No lo sabía entonces, Tezuka, pero acababa de nacer el manga. Éxito que tuvo parte de su fundamento en una cuestión estrictamente económica: el cómic de Tezuka costaba 100 yenes, muy por debajo de los 500 que se debían pagar por los tebeos yanquis. Rebaja más que sustancial que facilitó que las familias japonesas de clase trabajadora finalmente se pudieran permitir el acceso a los cómics. En un año se vendieron 400.000 copias de La Nueva Isla del Tesoro. Consecuencia: inmediatamente muchos dibujantes japoneses empezaron a copiar el estilo y modelo empresarial de Tezuka.

En un año se vendieron 400.000 copias de La Nueva Isla del Tesoro. Consecuencia: inmediatamente muchos dibujantes japoneses empezaron a copiar el estilo y modelo empresarial de Tezuka

Pudiendo vivir de los cómics, Tezuka abandonó definitivamente la medicina para centrarse en el dibujo. La apuesta fue ganadora, ya que en 1952 apareció la primera aventura de Astro Boy, uno de los mangas más icónicos de todos los tiempos. Nuevamente, Tezuka decidía alejarse del estilo y las formas americanas: si los superhéroes norteamericanos nos presentaban a tipos ultramusculados con poderes, el nuevo personaje del mangaka Osamu, era un robot que no escondía sus emociones. Un clásico instantáneo del género. Un nuevo éxito rutilante. Siempre intuitivo, siempre olfateando aquello que puede gustar y funcionar, el siguiente paso de Tezuka fue la publicación de La Princesa Caballero, el primer manga con una chica como protagonista. Ya entonces, no había niño en Japón que prefiriera un cómic norteamericano antes que un manga.

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Osamu Tezuka en el año 1951, época en la que abandonó la medicina para dedicarse en exclusiva al dibujo

Cuando Astro Boy se convirtió en serie de anime, el cómic japonés inició su plan para conquistar el mundo. Hecho que no tardó mucho en suceder. El primer episodio fue emitido en Japón en 1963. Solo dos años más tarde ya se televisaba en 52 países, entre estos Estados Unidos. En Norteamérica, sin embargo, fue censurado poco después de su emisión inicial. La cadena de televisión NBC lo consideró inhumano y degradante con los animales y de pésimo gusto para los niños, ya que la trama explicaba cómo un científico secuestraba perros y los convertía en soldados Cyborg.

Cuando Astro Boy se convirtió en serie de anime, el cómic japonés inició su plan para conquistar el mundo. Hecho que no tardó mucho en pasar. El primer episodio fue emitido en Japón en 1963. Solo dos años más tarde ya se televisaba en 52 países

En los años 70, Tezuka creó Black Jack, un manga sobre un cirujano que opera sin licencia. Esta historia, donde el padre de todos los mangakas introduce temas más maduros y de mayor complejidad moral, es la obra más oscura y a la vez autobiográfica de Tezuka, ya que en sus historias podemos intuir el médico que habría querido haber ejercido algún día, carrera que acabó abandonando para dedicarse al dibujo. Cuando Tezuka murió en 1989, había creado más de 700 títulos de manga, una industria millonaria y, más relevante, una de las subculturas populares contemporáneas más relevantes e influyentes mundialmente.