Ciertamente, no hay animal más bello que el caballo. Por su músculo, por su nobleza. En Jérez de la Frontera, por ejemplo, tienen verdadera devoción por ellos. Como la hay igual por los cantaores de flamenco. Por tanto, la conexión existe. En el documental Siete Jereles, una producción de Pedro G. Romero y Gonzalo García Pelayo, recorren la ciudad durante siete noches a caballo. De hecho, el inicio del documental, con los caballos bajando de la llanura a la ciudad, es una de las escenas más bonitas y emotivas que puede ver uno en una pantalla. Es un monumento al amor, a la belleza. Los planos desde arriba viendo cómo los caballos galopan por esas calles y el sonido que emanan, son una fantasía. Es un recorrido por la tradición, por esas sagas familiares. Y aunque Israel Fernández no nació en Jérez, estoy seguro que se identifica con ese sentimiento. Basta con comprobar la portada de su último disco, Pura sangre.

Israel Fernández puede que, en los últimos años, sea la voz que ha emergido con más fuerza y brillo del flamenco

Concert Israel Fernández al Liceu / Foto: Carlos Baglietto
Israel Fernández, un pura sangre de carne y huesos. / Foto: Carlos Baglietto

El cantaor del siglo XXI

Israel Fernández es natural de un pueblo de Toledo y el flamenco, como aquel que dice, lo lleva en las venas. Puede que, en los últimos años, sea la voz que ha emergido con más fuerza y brillo en el género. Y aunque cumple con todos y cada uno de los patrones establecidos en el flamenco: la actitud, la estética o ciertas costumbres; el toledano tiene una misión: acercar el flamenco a los más jóvenes. Sin renegar de esos criterios más clásicos como si hace Niño de Elche (mantiene una relación curiosa de amor/odio con la mundología flamenca) pero sin quedarse apoyado únicamente en la tradición. Justo en ese punto intermedio que tanto le beneficia, goza del respeto de los mayores y le observan con curiosidad los más chicos de la clase. Un caso parecido al de Rocío Márquez, inquieta por naturaleza y que, como Israel, si el cuerpo se lo pide, se deja embrujar por el encanto de la electrónica.

Concert Israel Fernández al Liceu / Foto: Carlos Baglietto
Israel Fernández presentó ayer en el Liceu su último disco, Pura sangre. / Foto: Carlos Baglietto

A él se le ha bautizado como el cantaor del siglo XXI, una etiqueta ganada a pulso, pero que, en cierta manera, da vértigo. Por otro lado, la comitiva de lo más cool o alternativo también le ha echado el guante. Algo tiene, que también ha enganchado a esa parroquia, tal vez sea ese porte de pirata o de guardián en un castillo. Así pues, su presencia en un templo como el del Liceu, dentro de la programación del Banco Mediolanum Festival Mil·lenni, le otorga una categoría reverencial. Culminando un gran 2023, en que su último disco, Pura sangre, ha reinado en muchas listas de música especializada, a Israel había que catarlo en un escenario en el que, una vez allí, todo huele a final de Champions League.

Israel Fernández ha conquistado a un público joven y variado. El eclecticismo ha llegado al flamenco

Si bien, él no se esconde: su voz y el espíritu de la actuación, depende mucho del día. Hay infinidad de factores que influyen. Acompañado de su inseparable guitarrista, Diego del Morao, y un trío que suma palmas y cajón, salieron al trote. Expectantes ellos y expectantes los asistentes al recital. Había un respeto mutuo y ganas de comprobar qué se cuece entre bastidores. Para empezar, acumulación de nervios y un grado supremo de responsabilidad. “Me da miedo hasta hablar, pero tengo que hacerlo”, reconocía Israel tras ese primer pase con Soleá de mi casa, en que canta aquello de: “Nos hemos criado en la era, jugando mañana y tarde, llenos de polvo y arena”. Con una prosa fabulosa, él no necesita exagerar el gesto (ni siquiera el cante), con unas letras que tienen tanto peso como la propia interpretación.

Concert Israel Fernández al Liceu / Foto: Carlos Baglietto
Israel Fernández conquistó el Liceu dentro del Banco Mediolanum Festival Mil·lenni. / Foto: Carlos Baglietto

Desde el anfiteatro alguien le grita: “Qué bonito lo haces, niño”. Y así es, en los tangos Caminos y vereas, interpela a la nostalgia: “Me acuerdo de mi familia, de mis tíos y mis abuelos, de esas bonitas reuniones que en el corazón los llevo”. En un momento dado, se sienta al piano y pide perdón a los pianistas. “Yo soy autodidacta”, dice. Y apunta: “Lo importante es apostar”. Para la próxima, mejor no disculparse, ¡viva los autodidactas! Israel toca con suma elegancia e intuición, tiene sentido para la melodía, es otro recurso que se saca de la manga. Con este añadido, es un artista más completo si cabe. Diego del Morao reconoce la emoción por estar ahí y el orgullo que siente por su amigo Israel: han hecho ese camino juntos. A continuación llegan las seguidillas, el festín con atracón de bulerías (Al tercer mundo y Despierta) y un final, tras el fandango de La tuya y la mía, con corrillo incluido: todos bailan y, lo más importante, todos sonríen. Y el público en pie, aplaudiendo a rabiar. Bajando las escaleras del anfiteatro ya de salida, se constata el propósito: Israel Fernández ha conquistado a un público joven y variado. El eclecticismo ha llegado al flamenco.