A la crisis institucional, política y económica de la Unión Europea se añade la mal llamada Crisis de los Refugiados y el aumento de atentados yihadistas, motivos que pueden explicar el auge de los movimientos de extrema derecha y ultranacionalistas por todo el continente, además de las frecuentes declaraciones públicas de políticos y otros actores relevantes culpabilizando al Islam o a la presencia de población musulmana. Como lógica o estrategia política quizás funciona entre ciertos sectores electorales, como ha comprobado Angela Merkel en Alemania. Ahora bien, los peligros que comportan este tipo de mensajes –especialmente si se plasman en políticas concretas– tendrían que preocuparnos y provocar rechazo.

Entre los políticos europeos se pueden distinguir, a efectos de lo que nos ocupa, dos grupos: los que tienden a hacer del Islam un problema o los que intentan aceptarlo como parte de Europa.

Hay dos tipos de políticos: los que hacen del Islam un problema y quienes lo aceptan como parte de Europa.

Los que optan por la primera vía -Sarkozy (Francia), Farage (Reino Unido), Orbán (Hungría) o Duda (Polonia)­, entre otros– argumentan que la creciente presencia de población musulmana en el Viejo Continente es contraproducente y causa problemas.

En algunos casos este es un argumento fantasma. En los estados de la Europa oriental el islam es algo muy minoritario: en Hungría y Polonia, por ejemplo, los musulmanes suman menos del 0,1% de la población. En la lado occidental del continente, sin embargo, es diferente. Francia tiene un pasado que no puede obviar. El Imperio Francés comportó la llegada de población musulmana de territorios colonizados y la aparición de 'nuevos franceses' musulmanes, algunos ya de tercera generación, tan franceses como cualquier otro ciudadano. Argumentar que son responsables de agravar la crisis es absurdo y contraproducente y abre una grave grieta social.

Declaraciones en este sentido, como las de Sarkozy, contentan a su electorado más sensible al populismo xenófobo del Frente National de Marine Le Pen, pero también ofenden y desprecian al 7,5% de los ciudadanos franceses que son musulmanes y al resto de población que no quiere seguir este atajo.

Es en cuanto|así que surgen debates prescindibles –al menos en este marco– como el de este verano pasado sobre el uso del bañador islámico o burkini en playas públicas. El paro, la pérdida de poder adquisitivo, el estancamiento político o la seguridad pública... ¿se solucionan prohibiendo que las mujeres se bañen como quieran?

¿Quién mejor para combatir el radicalismo que las poblaciones musulmanas europeas, libres y abiertas, que rechazan la violencia?

Este tipo de razones más bien dan la impresión que el Islam es al enemigo a derrotar y borrar de nuestros paisajes. Claro que es más fácil transformar el islam en un enemigo común que añadirlo como parte de la solución pero hay que saber que las prohibiciones relacionadas con las identidades de las personas difícilmente solucionan nada. Hay franceses tan franceses que son cristianos, laicos, animistas, judíos o musulmanes. Estos últimos, recordémoslo, son el 7,5% de la població­n. Pretender ahora borrarlos o encajarlos a la fuerza en un vestido de "buen francés republicano y laico" es autoritario, antidemocrático y contraproducente.

Los políticos que optan por la segunda vía y no contribuyen al discurso del miedo lo hacen mayoritariamente desde el silencio y la cautela y quizás no aprovechan el momento que se les presenta para construir esa diversidad como un valor.

De acuerdo, ahora mismo hay diferentes conflictos abiertos al mundo donde un mal entendido Islam está el protagonista. El avance de Estado Islámico en la captación de militantes, la guerra en Siria, el terrorismo de Boko Haram o AQMI en el Sahel y el Cuerno de África son algunos. Aunque un análisis cuidadoso nos diría que en muchos de estos conflictos el islam es sólo la narrativa que utilizan los actores para cubrir una pugna económica, política o de estatus personal, aceptémosla. ¿Quién mejor, pues, para combatirla que las poblaciones musulmanas europeas, libres y abiertas, que rechazan la violencia?

En el Estado español, aunque planea el estereotipo que los vecinos musulmanes con qué convivimos pertenecen a un islam conservador y cerrado, los datos demuestran lo contrario: es de donde menos personas han salido a luchar con el Daesh. Más todavía, aunque Ceuta, Melilla y Catalunya son las zonas con más población musulmana de la península, no ha habido ningún atentado desde el 11-M en España y las células de activistas desactivadas tampoco lo planeaban. En Catalunya es musulmana el 6,7% de la población y ni en los municipios donde esta proporción es sensiblemente más alta se han producido, hasta ahora, incidentes xenófobos graves por motivos religiosos ni siquiera después del 11-M.

Las sociedades, como las identidades, cambian, son móviles y modelables.

Pero aunque nuestra clase política no se abone a los discursos del odio y la estigmatización, no podemos confiarnos. Obviar los problemas pendientes no ayuda a desestigmatizar al colectivo musulmán. Ni colabora a resolver otros, como que cada año viajen desde Catalunya niñas para ser sometidas a la ablación o a matrimonios convenidos. No son grandes números, pero un solo caso justifica la acción de las administraciones. Ahora bien, las cosas por su nombre, sin generalizar ni hablar con vaguedades: son problemas concretos de los que no se puede derivar el mensaje de que el Islam es el problema.

A a muchos líderes políticos los beneficia la confusión que deja en el aire la duda o la sospecha. Ellos y todos nosotros haríamos bien en entender que las sociedades, como las identidades, cambian, son móviles y modelables y lo más adecuado y sensato es aceptarlas y hacerlas tuyas. Tomar las riendas del caballo que corre sin control y marcarle el camino. Escuchar, aprender e incorporar aquello que los musulmanes europeos tienen a decir. Ser parte de la construcción de un islam europeo, moderno y respetuoso con los derechos humanos –como ya pasa en otros lugares del mundo– sin paternalismos ni imposiciones.

Eso no se aplica sólo a los musulmanes sino a toda Comunidad Europea. Aceptar que somos muchos muy diferentes y transformarlo en una fortaleza. Centrarnos en aquello que queremos ser y en aquello que tenemos en común más que señalar aquello que nos diferencia y separa. Eso lleva más trabajo que negar la realidad y culpar a un enemigo común pero vale la pena. Europa puede ser el continente de las libertades individuales y colectivas, donde las personas prevalecen ante los intereses pero sólo si todos somos parte de la solución. Empezamos por escucharnos y conocernos sin prejuzgar aquello que nos es extraño. Las próximas generaciones nos lo agradecerán.

Sonia Andolz-Rodríguez es MSc & MA en Conflictos, Migración forzada, Seguridad y Defensa por la Universidad de Oxford. Es profesora de Relaciones Internacionales en la Universitat de Barcelona y en ESADE Business School.