Se llama Olivia y el terremoto invisible, adapta la novela de Maite Carranza La película de la vida, y es el primer largometraje de animación stop-motion con una mujer al frente en la historia del cine estatal, la directora Irene Iborra (Alicante, 1976). Y la película ha recibido el primer espaldarazo tras un larguísimo proceso de producción de más de cinco años: participar en la Sección Oficial del prestigioso Festival de Annecy, probablemente el más importante del mundo dedicado al cine de animación. "Es un regalo y significa llegar a lo más alto de la montaña", nos explica. La selección en Annecy supone una nueva demostración de la magnífica salud de una cinematografía catalana cada vez más reconocida internacionalmente, con el todavía fresquísimo impacto de Sirât y de Romería en el Festival de Cannes.


Rodaje de la película catalana en stop-motion, Olívia y el terremoto invisible
Iborra regresa al festival en el que presentó su primer cortometraje, cuando aún era estudiante, Citoplasmas en medio ácido (2005), que daría nombre a su productora. "Fue una experiencia increíble, y el lado poético de la cuestión es volver a Annecy veinte años justos después". Con un guión escrito por la cineasta junto a la propia Maite Carranza y a Júlia Prats, Olivia y el terremoto invisible (que llegará a los cines el próximo noviembre) acerca a los niños asuntos tan presentes en nuestro día a día como la precariedad, los desahucios o la marginación de las minorías, en definitiva la agresividad de las grandes ciudades que expulsan a quienes tienen menos recursos. Sin esconder la crudeza de la realidad que nos rodea, la película es capaz de tratarla con tacto, con delicadeza, luminosa y tierna, poniendo en valor aspectos como la solidaridad y la amistad. Y aunque se dirige especialmente a un público preadolescente, es perfectamente disfrutable para espectadores adultos. Explica Iborra: "Hay algo precioso en el libro, y muy original: que sea una niña la que explica temas tan duros a otros niños. Este era uno de los puntos más interesantes. Otra cosa es que, cuando empezamos a buscar financiación, nos encontráramos con algunas puertas cerradas, que nos decían que nuestra historia era demasiado deprimente, y que solamente querían historias bonitas y alegres. También debo decir que, para optar a las ayudas públicas, sí notamos cierta conciencia de que era necesario tocar el tema de la vivienda y los desahucios, aparte de que teníamos el aval de las ventas de la novela de Maite”.
Olivia y el terremoto invisible acerca a los niños asuntos tan presentes en nuestro día a día como la precariedad, los desahucios o la marginación de las minorías
Es un hecho que Olívia y el terremoto invisible abraza un cierto riesgo, en una coyuntura que quizá sea excesivamente sobreprotectora con las criaturas. Iborra, que aparte de cineasta también es madre (de una niña que llamada... Olivia, no es casual de que la protagonista tenga el mismo nombre), opina: “Desde mi perspectiva, se quiere evitar la frustración de los niños, pero creo que se les hace un flaco favor, porque en la vida se encontrarán frustraciones a paladas. Mejor empezar a aprender a gestionarlas de pequeños. Y es cierto que el cine, como buen constructor de culturas, está colaborando en este sentido, haciéndolo todo blanco, suave. En nuestro caso, desde el guión, se trataba de no pasarnos. Por ejemplo, violencia cero. Tampoco queríamos explicitar que los personajes pasaran hambre, aunque les llevamos a un banco de alimentos. Ni queríamos estereotipar la pobreza”, apunta.


Alicia, Calabacín, Olivia
Coproducción catalana con Francia. Bélgica y Chile, Olivia y el terremoto invisible apuesta por una mezcla de géneros que la hacen tremendamente eficaz: la peripecia, más o menos costumbrista, de una madre y sus dos hijos, Tim y Olivia, que se ven en la calle y deben volver a empezar con la ayuda de la Plataforma de Afectados. Pero, desde ahí, la niña decide maquillar la realidad a su hermano, disfrazándola como si fueran los protagonistas de una película rodada con cámaras ocultas. La propia gestión del dolor de Olivia ante los hechos que afectan a su pequeña familia hace que se abra la puerta también a elementos de fantasía. Por ejemplo, el simbólico terremoto del título, con la tierra abriéndose a los pies de la protagonista, haciéndola caer a un abismo que, nos cuenta la cineasta, está inspirado en Alicia en el País de las Maravillas de Disney, pero también en los vértigos periféricos que ella misma sufría hasta hace un tiempo.
Me planté delante de un espejo, preguntando a la Irene del reflejo si estaba dispuesta a pasar cinco o seis años de su vida metida en esta historia. ¡Piénsatelo bien! La del espejo me dijo: ¡Venga!
Irene Iborra reconoce un referente absoluto en el autoconvencimiento de lanzarse a la piscina con un proyecto que se adivinaba largo, complicado y duro: "La vida de Calabacín, de Claude Barras, es el referente, a nivel de tipo de producción y de tratamiento temático. Me entusiasmó y me hizo pensar en que era posible levantarme nuestra idea. No hacía falta ser la vía checa de Jan Švankmajer ni tampoco ser Laika (productora de filmes como Los mundos de Coraline), podíamos colocarnos en el término medio que significa Europa haciendo stop-motion. Me planté ante un espejo, preguntando a la Irene del reflejo si estaba dispuesta a pasar cinco o seis años de su vida metida en esta historia. ¡Piénsatelo bien!”, ríe Iborra. “La del espejo respondió: ¡Venga!”.
La otra cara de rodar stop-motion
Cuando le preguntamos cómo resumiría las dificultades de levantar un proyecto como el de Olivia y el terremoto invisible, Irene Iborra es contundente: “Mira, en realidad es como si hicieras tres películas de una tacada: la dificultad de la ficción multiplicada por tres, como mínimo, para hacernos una idea. Clar, el presupuesto está en torno a los 4 millones de euros, que para una primera película es mucha pasta, y todos los miedos que pueden salir... salen. Y si no se gestionan bien, avanzar se hace complicado, y necesitas muchísima más energía. Están las desventajas de ser pionera y de levantar una película que pide un proceso muy largo. Y ocurre que en ciertos momentos se confía más en un hombre que en una mujer, afirma.
Están las desventajas de ser pionera y de levantar una película que pide un proceso muy largo. Y ocurre que en ciertos momentos se confía más en un hombre que en una mujer
Tras la etiqueta de primera mujer al frente de un largometraje en stop motion en España (y una de las pocas en Europa), también se esconden ciertos conflictos. Iborra utiliza una comparación cinéfila de lo más gráfica: "Se rompe el techo de cristal, sí. Y cuando se rompe, hay muchos cristales que hacen que te cortes, te provocan heridas que dejarán cicatrices, es duro. Como Bruce Willis en Jungla de cristal, voy chorreando sangre por la vida", dice carcajeándose. "Pero estoy muy satisfecha con el resultado. Con sus cosas, que las tiene, pero estoy muy contenta con cómo ha quedado". Iborra lleva dos décadas trabajando la técnica de stop-motion en cortos como Matilda o ¿Qué pasa con el cielo?, antes de firmar este largometraje, que demuestra la buena salud de la animación en España: “Tengo la sensación de que está muy viva, y está floreciendo una industria, en el stop-motion y en la animación en general. Y ojalá Olivia abra la puerta a más producciones. Porque los profesionales ya los tenemos, exportamos muchos”.


Es un honor formar parte de esta ola de cine catalán que se proyecta en los festivales más importantes del mundo
Que la película participe en Annecy es todo un éxito para nuestro cine: "He empezado la promoción mientras acabábamos los últimos retakes del doblaje, y no he tenido tiempo mental para valorar qué significa, pero ahora que me lo dices, es un honor formar parte de esta ola de cine catalán que se proyecta en los festivales más importantes del mundo", remata Iborra. Ahora solamente queda que vuelva a casa con premio, pero, sea como sea, Olivia y el terremoto invisible ya es una magnífica realidad que dará mucho que hablar.