Rosa. 68 años: "¿Verdad que por estar en la cárcel no salen los hijos malos?, pues ellas [las monjas] decían que sí, y siempre con el rollo ese que no se les caía de la boca: ‘¡Ponte en gracia de Dios, pecadora!’". El entrecomillado pertenece a una crónica de Maite Goicoechea sobre la antigua cárcel de mujeres de la Trinitat, publicada en la revista Vindicación Feminista en 1978, cuidadosamente ilustrada con fotos de Pilar Aymerich. El reportaje, que llevó por título Trinitat: una de cal, y otra de rejas, recogía las impresiones de algunas reclusas, así como de las recién llegadas funcionarias, ante las —tímidas— reformas penitenciarias logradas durante los primeros años en democracia. Y uno de los cambios más significativos era precisamente la expulsión de las Cruzadas Evangélicas de Cristo Rey (las religiosas adoctrinadoras a quienes refería Rosa en su testimonio) para sustituirlas por funcionarias de prisiones, gracias tanto a los plantes de las presas como a las manifestaciones feministas alrededor del penal. 

Una de aquellas instantáneas de Aymerich es hoy la imagen de portada de la flamante reedición de Carne apaleada (Colectivo Bruxista, 2023), las memorias talegueras escritas por la leridana Inés Palou en 1975. Un superventas en la época, hoy totalmente olvidado, que fue clave en la concienciación social sobre las penosas condiciones de vida de las mujeres en las mazmorras de Franco

Esta mujer, que es la autora, además, escribe un par de libros, casi gana el premio Planeta y al final se suicida

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Presas en el patio de la Trinitat. Foto: Pilar Aymerich

Rechinar los dientes y apretar los puños

¿Por qué una editorial tan joven, especializada en subculturas, decide incorporar en su catálogo Carne apaleada, un libro del cual hoy nadie se acuerda pese a la difusión que tuvo en su día, gracias sobre todo  a la adaptación de la novela al cine 'exploitation'? Me lo explica Adela Domínguez, afamada DJ de all-nighters, de día diseñadora y militante de este proyecto editorial que hace “rechinar los dientes y apretar los puños”. Ha sido ella quien ha rescatado la foto de portada y, gráficamente hablando, le ha lavado la cara a este clásico de la literatura carcelaria que los próximos días llegará a las librerías: “El libro va de una señora burguesa de mediana edad que acaba en prisión, y allí se da cuenta de que es lesbiana y se convierte en falsificadora de cheques. Esta mujer, que es la autora, además, escribe un par de libros, casi gana el premio Planeta y al final se suicida. ¡Si esto no es underground, a mí que me lo expliquen! Ahora en serio: el libro trata muchos temas que nos interesan, denuncia social, derechos de las mujeres, subculturas, LGTBI, el papel de la cárcel en la sociedad moderna… Además de ser una fotografía descarnada de una época a la cual pocas veces nos hemos asomado desde un punto de vista femenino, y aún menos en este contexto —es uno de los pocos libros carcelarios escritos por una mujer encerrada por delitos comunes en España—. Esto le hace funcionar como documento crítico también con nuestro presente. ¡Es un libro muy bruxista!”.

A Inés la detuvieron en pleno mes de mayo de 1968, y durante la novela seremos testigos de como los ecos de la revolución social que tiene lugar extramuros reverberan, dentro de lo posible, intramuros

El Verano del Amor en las cárceles de Franco

La prisión de la Trinitat, inaugurada en 1963, fue el escenario de la represión penitenciaria contra las mujeres en Catalunya durante los últimos años del franquismo. Construida como un centro moderno que permitiera la ‘reeducación’ de las reclusas, la mejora material respecto a la anterior prisión de Les Corts era considerable. Pero, al margen de las instalaciones, el hecho de que se mantuviera intacto el integrismo nacional-católico, el castigo y el adoctrinamiento moral con que las Cruzadas Evangélicas se ensañaban con las presas —ya fueran aborteras, carteristas, adulteras, jóvenes “caídas o en riesgo de caer”, hippies norteamericanas o europeas cazadas por asuntos de drogas, opositoras políticas o actrices de Els Joglars— impedía cualquier cambio real de orientación. La nueva prisión franquista continuó siendo un calvario para las mujeres. Un chapucero instrumento de control que tampoco en la parte final de la dictadura consiguió su propósito. 

En el año 1969, en la cárcel de mujeres en la cual Berta —alter ego novelesco de Inés Palou (Agramunt, 1923 - Gelida, 1975)— lleva más de un año encerrada en espera de juicio, la superiora de las Cruzadas Evangélicas aterroriza a las reclusas, revista ¡Hola! en mano, enumerando los detalles del asesinato de Sharon Tate a manos de la ‘familia Manson’. Las presas, en general analfabetas, se cagan de miedo al enterarse de los temibles castigos que —según la monja custodia— esperan a todas las libertinas sin excepción. Esta escena de Carne apaleada deja patente que Charles Manson, el mefistofélico icono pop que con sus crímenes (junto a los cometidos por Hells Angels en el festival de Altamont) puso fecha de defunción al sueño flower child, no solo tuvo eco en las gacetillas del Régimen, sino que llegó a permear entre los macizos muros de sus prisiones, en la cárcel dentro de la gran cárcel que fue la España fascista. 

A Berta/Inés la detuvieron en pleno mas de mayo de 1968, y durante la novela seremos testigos de como los ecos de la revolución social que tiene lugar extramuros reverberan, dentro de lo posible, intramuros: experimentación con drogas, revolución sexual, ambiente de rebeldía, teorías alternativas, música contestataria, espiritualidad oriental, lucha intergeneracional e interclasista, solidaridad y vida comunal… Todo ello, ni que decir tiene, bajo condiciones harto jodidas. El Verano del Amor dando sus últimos coletazos entre las rejas de una institución donde, en palabras de Palou, impera el “horror cotidiano elevado a categoría de crueldad profesionalizada”. Esto, el como la contracultura permeó en la subcultura carcelaria, es hoy una de las principales claves de lectura de este libro.

Son libros muy necesarios para comprender como vive una persona presa: todo lo que se le niega, todo lo que se transgrede internamente, y como un ser humano sale de la cárcel irremediablemente tocado

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La rejuvenecida portada, con imagen de Pilar Aymerich. Foto: Colectivo Bruxista.

Carmen Polo en la agenda parlamentaria

El pasado lunes, el Parlamento de Cataluña escuchó a las víctimas de pederastia a manos de la Iglesia (excepto Vox, Ciudadanos y el PP, que no comparecieron en la sala). Esta sesión abrió un nuevo frente: el pasado de instituciones religiosas como las citadas Cruzadas Evangélicas de Cristo Rey o de centros de supuesta protección para los menores y las mujeres vulnerables, como el carmenpolista Patronato de Protección de la Mujer. “Un reformatorio encubierto, una prisión oculta para retener y torturar a adolescentes y mujeres rebeldes, huérfanas o violadas, a veces por sus propios padres”, en palabras de la escritora Consuelo García del Cid, que lo sufrió en carne propia cuando su familia, de derechas, la ingresó como castigo por mala estudiante, temperamento rebelde, asistencia reiterada a manifestaciones, impresión de octavillas en las que podía leerse “¡Franco, cabrón, trabaja de peón!” y frecuentar el Zurich, el bar London, Les Enfants Terribles y demás antros barceloneses propicios a la conspiración contracultural.

“Descubrí a Inés Palou en 1975, cuando me encontraba en un reformatorio en Madrid”, me confiesa Consuelo. “Una interna llevaba un libro forrado en papel de periódico para que no lo detectaran, ya que no teníamos libertad para leer. Este libro era Operación Dulce, su segunda novela (finalista al premio Planeta). Supe que se había suicidado en Gelida, y me dijeron que antes había escrito otro libro, Carne apaleada, pero que era imposible de conseguir porque hablaba de las prisiones franquistas y lo requisaban enseguida. Lo primero que hice al salir, a finales del 77 o principios del 78, fue buscarlo”.

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Inés Palou en la única foto que ha trascendido.

La recuperación de la figura de Inés Palou y la escasa —pero potentísima— obra de esta desafortunada leridana, viene a sumarse a una serie de publicaciones recientes que, a manos de editoriales alternativas, reivindican la hasta ahora callada memoria de las personas presas durante el franquismo y la transición -Autobiografía de Manuel Martínez (Pepitas de calabaza, 2019), Presas 1976-1978 (Ojos de buey, 2022), Culebrón gastro-carcelario (Mancebía Postigo, 2023)…]-.“Yo creo que este interés por las prisiones franquistas —sigue García del Cid— es una cosa estrictamente necesaria para que todo el mundo sepa como eran, como funcionaban, la atrocidad constante. Y que, bueno, que de aquellos polvos vienen estos lodos… Pueden haber cambiado las formas, pero no el fondo. Son libros muy necesarios para comprender como vive una persona presa: todo lo que se le niega, todo lo que se transgrede internamente, y como un ser humano sale de la cárcel irremediablemente tocado. Es imposible que nadie salga de allí indemne, emocionalmente hablando.”

Lo mismo opina Adela Domínguez, que escoge este fragmento de Carne apaleada como blurb promocional: “Sí, la vida me ha convertido en un despojo bastardo, con una joroba inmensa que pesa en las espaldas como equipaje de plomo. Esa es la herencia de la cárcel […] No soy la misma. No lo seré ya. De cordero, de blanco cordero manso, me convirtieron en tigre. En tigre rayado. Rayado y fiero, presto a saltar a la primera oportunidad”.