"A ti no te han obligado a beberte la sangre de Kali, ni te han hecho vudú, ni te han disparado nueve veces". Indiana Jones repasa heridas y toma aire, mientras intenta escalar una pared que, en otro momento, habría tardado minuto y medio en subir. Pero ahora Indy es un señor mayor y cascarrabias, agotado y con las rodillas hechas polvo, plenamente consciente de hacer frente a su aventura final, en una nueva época que, de algún modo, le ha dado la vuelta a todo lo que le ha hecho ser quien es. Los años no perdonan, las cicatrices vitales son demasiado dolorosas, se ha dado cuenta de que hay mayor obsesión por explorar el Cielo y mirar el futuro que por salvar la Historia, las alumnas de la facultad ya no le escuchan embobadas y con mensajes de amor en los párpados, y algunos nazis que siguen siendo nazis trabajan en la carrera espacial bajo una bandera, la estadounidense, que no hace tanto era la enemiga.

Son tiempos extraños, año 1969. Estados Unidos ha pisado la Luna, sufre los efectos de la Guerra de Vietnam, en los tocadiscos suena el Magical Mystery Tour, y los héroes de ayer soportan su obligada fiesta de jubilación. Mientras el Doctor Jones come pastel y le dedican unos aplausos por el trabajo bien hecho, todavía no es consciente de que una sombra del pasado está a punto de visitarlo para recordarle que su vida ha tenido todo el sentido del mundo.

Indiana Jones y el Dial del Destino se inicia con un vibrante prólogo, que nos sitúa en 1944, cuando el proyecto del Tercer Reich está a punto de fracasar. En plena fuga de una fortaleza alemana, a punto de subir a un tren lleno de obras de arte y objetos de incalculable valor arqueológico robados, los soldados nazis atrapan a un espía. Un tal Henry Jones Jr. Y, mientras vemos a un Harrison Ford rejuvenecido gracias a la Inteligencia Artificial, los espectadores veteranos fantaseamos con una película perdida de nuestro héroe favorito, soñamos con una cuarta entrega jamás rodada entre La última Cruzada y El Reino de la Calavera de Cristal.

Los primeros 20 minutos iniciales respiran el aroma a los mejores momentos de la saga e invitan a la nostalgia del cine de los 80

Repletos de persecuciones, puñetazos, bombardeos desde el aire y ferrocarriles a toda velocidad, esos primeros 20 minutos iniciales respiran el aroma a los mejores momentos de la saga e invitan a la nostalgia del cine de los 80. Y se hacen cortos, muy cortos. Pero, al mismo tiempo, hay algo raro en el lifting digital del protagonista que nos pone en alerta. La fisicidad de toda la vida contra una tecnología que, aunque aquí funcione, no deja de ser un lobo con piel de cordero.

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Hoy llega a los cines la nueva entrega de la saga Indiana Jones

Ayer vs. hoy

Y es que, como veremos en las siguientes dos horas largas de metraje, Indiana Jones y el Dial del Destino es una batalla permanente entre pasado y presente. Por un lado, el cansancio del héroe toma fuerzas ante un nuevo, último, reto relacionado con la recuperación de un artefacto creado por Arquímedes, la Anticitera. Un mecanismo hecho de ruedecillas y palancas que, dice la leyenda, provoca fisuras en el espacio-tiempo y permitiría viajar a épocas pretéritas. Como un DeLorean inventado por un matemático 200 años antes de Cristo.

Indiana Jones y el Dial del Destino es una batalla permanente entre pasado y presente

Por otro lado, el propio público se encuentra en la disyuntiva de agarrarse con todas sus fuerzas a un sentido de la aventura que nos obligan a pensar que está pasado de moda, o de dejarse arrastrar por los superhéroes, los píxeles, la homogeneización y los algoritmos que hoy cortan el bacalao. Es muy posible que la frase más repetida en los cinco films de la franquicia del arqueólogo del látigo y el sombrero Fedora sea “esto debería estar en un museo”. Ante la codicia de los malvados, Indy siempre pensaba en proteger la Historia. Y ahora ocurre exactamente eso con lo que él mismo significa: esta última película nos indica claramente que debemos proteger al Doctor Jones en nuestras memorias, manteniendo viva toda la diversión que nos ha regalado, todo lo que nos ha hecho soñar.

Esta última película nos indica claramente que debemos proteger al Doctor Jones en nuestras memorias, manteniendo viva toda la diversión que nos ha regalado, todo lo que nos ha hecho soñar

Es evidente que Indiana Jones y el Dial del Destino no está al mismo nivel que la trilogía original. Pero es que En busca del Arca Perdida, El Temple Maldito y La última Cruzada comen aparte y rozan la perfección, hijos del mejor momento, el más inspirado y creativo, de Steven Spielberg, George Lucas y Harrison Ford. Son el Barça de Guardiola, el eterno referente, y ya hemos visto repetidamente que tratar de acercarse a él es un error, una frustración constante. James Mangold, el heredero de un Spielberg que no encontró tiempo para dirigir la nueva aventura en una agenda demasiado apretada por los rodajes consecutivos de West Side Story y Los Fabelman, parece haber aprendido la lección de la decepcionante El Reino de la Calavera de Cristal y se esfuerza para que el festival de la nostalgia no se le vaya de las manos, manteniendo intacto el equilibrio entre lo que todos sabemos que veremos y lo que no podremos creer estar viendo.

Añoramos a Spielberg (porque a Spielberg se le añora siempre... y punto), pero la quinta aventura de Indy es divertidísima, llena de momentos dignos de las originales: la huida a caballo en medio de un desfile en una avenida de Nova York que termina en los túneles del metro; o la persecución por las callejuelas de Tánger en tuk-tuk son fabulosas. Está llena de guiños, con un par de apariciones de rostros conocidos que nos hacen brillar los ojos, y, sobre todo, y curiosamente, con un puñado de referencias a la oscura y magistral El Templo Maldito: desde la aparición de un adolescente con aires del mítico Tapón, hasta la obligación de pasar por un pasillo de una cueva llena de insectos gigantescos.

Si Indiana Jones y el Dial del Destino es algo, sobre todo es una lucha contra el paso del tiempo

Disfruta de un malvado magnífico (un Mads Mikkelsen en su salsa, viscoso y refinado) y de una partenaire femenina, Phoebe Waller Bridge, a la altura de Karen Allen y de Kate Capshaw... ¡palabras mayores! Tiene un espectacular, revelador, emotivo y muy coherente clímax final, del que aquí no vamos a dar ni media pista, que deja con la boca abierta y los ojos como platos. Y, claro, nos regala una exhibición de un Harrison Ford en estado de gracia, todo carisma y sabiduría, socarrón cuando toca, conmovedor cuando es necesario, disfrutando como un niño, sencillamente espectacular.

Nos regala una exhibición de un Harrison Ford en estado de gracia, todo carisma y sabiduría

Contaba el actor en ese homenaje sorpresa que el Festival de Cannes le dedicó hace unos meses que aceptó volver a interpretar a Indiana Jones porque quería ver el peso de la vida en su personaje más icónico. De alguna manera, ese peso es también el nuestro. Porque si Indiana Jones y el Dial del Destino es algo, sobre todo es una lucha contra el paso del tiempo: la del protagonista y la de su enemigo, la del entusiasmo y la de la energía, la de una forma de entender el cine y la diversión, la tuya y la mía.