Hay historias que no pueden acabar con un final feliz y la de Joe Market es una de ellas. La verdad es que pocas cosas pueden salirte especialmente bien cuando eres negro en los Estados Unidos y cuando, además, lo eres a los años cincuenta, y en el sur, y tienes un padre que, después de matar a tu madre "a coletazos" y de violarte en repetidas ocasiones, decide que lo mejor que puede hacer es ir por todo el país proclamando que eres el nuevo mesías y que, con tu verga, redimirás a todo el mundo que esté dispuesto a pagar para lamerla. Este es el punto de partida de El senyor de les tenebres, una de las novelas más desagradables, adictivas, trágicas y absurdamente humorísticas que he leído en vida mía. Su autor, Hal Bennett, la publicó en 1970 y no ha sido hasta medio siglo después que el equipo editorial de La Segona Perifèria (AKA Miquel Adam) ha decidido adaptarla a nuestra lengua.

Traducido por Ferran Ràfols Gesa, el libro no se limita a explicarnos las truculentas aventuras de Joe en su rol de icono de la Iglesia del Discípulo Desnudo, sino que lo acompaña en el conjunto de sus treinta años de vida, mostrándonos las diversas fases de su relación con América, "una mujer blanca, grande y preciosa" que se convertirá en su gran obsesión. Porque, más allá de sus escenas de violencia sexual explícita y del carisma incuestionable de sus personajes, El senyor de les tenebles es, en el fondo, un tratado sobre la posición social de los afroamericanos desde la abolición de la esclavitud. Es así como pasamos de la docilidad del abuelo Roosevelt, que antes de ser linchado pregunta a sus ejecutores si ha sido "un negro bueno", al separatismo racial que pregona su hijo Titus, convencido de que las personas de color no pueden adorar a un Dios blanco.

el señor de las tinieblas frontal

A Joe, que llegará a la adultez en paralelo con la emergencia del movimiento por los derechos civiles, le tocará vivir una época de esperanza, capaz, incluso, de llevarlo a abandonar la prostitución (único oficio en que había sido instruido) y aspirar a convertirse en un ciudadano honrado. Su cortejo con Odesa Barton (dotado de unas facciones que recuerdan a la primera dama) y el posterior matrimonio, que se consumará una semana después del asesinato de Kennedy, lo harán cultivar una ilusión en el futuro que llegará a su punto de máxima esplendor cuando decida alistarse en el ejército en plena guerra de Vietnam. Será entonces cuando América, "aquella mujer blanca irresistiblemente bonita", se transformará en una criatura digna de pesadilla y dispuesta a propulsarlo a un agujero negro de drogas, violencia y locura que abrirá las puertas a un final tan sórdido como profundamente previsible.

De querer hacerle el amor a América, Joe pasará a quererla matar a "coletazos", alimentado un resentimiento que, a veces, adopta toques mesiánicos que mezclan el Antiguo Testamento con las ideas estrafalarias del reverendo Cobb. En medio, encontramos 376 páginas que avanzan con una agilidad dignas de autores con entradas de Wikipedia mucho más extensas que la de Hal Bennett, formadas por poco más de cinco líneas y disponibles tan solo en catalán, inglés y árabe. Sean cuáles sean los motivos de este olvido digital (sorprendente en un autor tan potencialmente célebre como este), una búsqueda rápida en internet permite ver cómo varios críticos literarios lo han comparado con Mark Twain, Louis-Ferdinand Céline o James Leo Herlihy, al autor de Cowboy de medianoche. Los paralelismos con esta última novela, posteriormente adaptada al cine, son especialmente evidentes en el fragmento en que Joe intenta ganarse la vida a las órdenes del proxeneta Pee Wee, una especie de Dustin Hoffman negro con quien construirá una relación de amor-odio.

Si alguien me preguntara por Bennett, afirmaría que la forma más acertada de describirlo implica imaginar el resultado de una unión sexual entre Charles Bukowski y James Baldwin producida dentro de una gran piscina de ácido lisérgico

Sin embargo, si alguien me preguntara por Bennett, afirmaría que la forma más acertada de describirlo implica imaginar el resultado de una unión sexual entre Charles Bukowski y James Baldwin producida dentro de una gran piscina de ácido lisérgico. Solo así se puede llegar a explicar la mezcla de sentimientos profundamente confusa que genera la lectura de El senyor de les tenebres, un libro tan desagradable como necesario a la hora de entender la literatura afroamericana posterior al asesinato de Martin Luther King, aquella escrita por una generación que del miedo pasó a la esperanza y, de esta, a un vacío moral lo bastante profundo para cuestionarse qué sentido tenía intentar comportarse según las normas de una sociedad que sistemáticamente les volvía la espalda. El autor no nos da ninguna respuesta; él, como el profeta Isaías, se limita a declarar "cosas que son ciertas".