Nos encontramos en una época de nostalgia televisiva, donde todas las plataformas revuelven el pasado para aprovechar contenidos que les puedan dar éxito al presente. Y una de las líderes en hacerlo es HBO Max, que no solo ha incorporado clásicos como The O.C. o El ala oeste de la Casa Blanca, sino que también se ha encargado de traer el reencuentro de Friends o el de Harry Potter. No es de extrañar, pues, que haya sido la plataforma encargada de recuperar Fringe. Y le tenemos que estar infinitamente agradecidos, porque era una aberración que no pudiéramos ver en ningún sitio esta obra maestra de la ciencia ficción.

El tiempo pone a las cosas en su sitio

En el año 2008, J. J. Abrams era uno de los nombres más conocidos de la televisión por ser el principal responsable de Perdidos, de manera que había mucha atención puesta en su nueva serie de ciencia ficción creada junto con Alex Kurtzman y Roberto Orci. Y quizás fueron las expectativas de compararla con una de las mejores y más exitosas series de la historia o que la primera temporada no fuera la mejor de la serie, pero las críticas no fueron especialmente buenas.

El tiempo, sin embargo, pone a las cosas en su sitio. Y de eso Fringe sabe un montón. Una serie a la que le gustaba jugar tanto con el tiempo como con el espacio, y también con las dimensiones paralelas y aquello sobrenatural sin perder nunca el sentido narrativo ni las normas del propio universo que iba creando. Porque uno de los principales puntos fuertes de la obra fue esta capacidad de expandirse a partir de la sencillez inicial.

Creciendo hacia lo sobrenatural

Y quizás por eso la primera temporada no convenció tanto. Porque empezó siendo una serie bastante rudimentaria; uno procedimental de capítulos autoconclusivos de una división de investigación de fenómenos paranormales formada por una policía responsable, Olivia Dunham (Anna Torv), un científico excéntrico, Walter Bishop (John Noble), y su hijo que no ha encontrado el camino, Peter Bishop (Joshua Jackson).

Pero al final de la primera temporada, la serie hizo un cambio en uno de los mejores episodios de la historia de la televisión, y, aunque después siguió la dinámica de un caso por capítulo, la gran trama de ciencia ficción se había apoderado de la serie. Similar a lo que había hecho Perdidos, las temporadas fueron creciendo en dirección hacia lo sobrenatural, llegando incluso a perder un poco el rumbo en la última, pero aterrizando allí donde había el corazón de la serie, en sus personajes.
 

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La primera temporada no convenció a la audiencia. / HBO Max

La constante que lo mantenía arraigado

Porque entre saltos temporales y nuevas dimensiones siempre hubo una constante que la mantenía arraigada a la realidad: los vínculos entre los protagonistas. Las turbulentas relaciones entre Olivia y Peter o entre Walter y su hijo hacían de hilo conductor a lo largo de todas las aventuras que vivían, a la vez que servían de transmisoras de los grandes temas que planteaba la serie, como la lealtad, el luto, el mal menor, el egoísmo o la redención.

Fringe, pues, era una serie con muchas capas. Muchas más de lo que en un inicio se podía esperar. Una obra capaz de coger la estructura clásica de un equipo que investiga casos extraños y convertirla en una obra maestra de la ciencia ficción llena de temas trascendentales. Y quizás no la valoramos lo suficiente en aquel momento, ni siquiera cuando TV3 la emitió durante un tiempo, pero ahora tenemos una nueva oportunidad de hacerlo gracias a que HBO Max apuesta por la nostalgia televisiva.