Desde Las Parras de Castellote —un pueblo del Maestrazgo de Teruel—, llegaron en 1900 a Terrassa dos hermanos pequeños, Demetrio y Joaquina, de la mano de su madre. Sus padres, Camilo y María, se habían asentado dos años antes en la ciudad vallesana, él como obrero y ella como criandera en la casa de Alfons Sala. En este ambiente tan marcado por la diferencia de clases entre una enriquecida burguesía industrial y una gran masa de obreros, creció el pequeño Demetrio. Su infancia, adolescencia y juventud fueron egarenses.

Carceller creció en un ambiente marcado por la diferencia de clases entre una enriquecida burguesía industrial y una gran masa de obreros

En 1906, el niño fue becado como «alumno pobre» para estudiar, primero a los escolapios, desde los diez años en la Escuela Elemental de Artes y Oficios y a partir de los dieciséis en la Escuela Industrial, estudios que simultaneó con trabajos en diferentes fábricas, hasta que en 1912 se tituló como ingeniero de industrias textiles. Hacia 1917, se produce un giro definitivo en la vida del joven ingeniero. En sólo tres años, Carceller pasó de jefe del turno de noche a director de la fábrica de lubricantes Sabadell y Henry en Cornellà. Su ascenso fue causa y consecuencia de una gestión extraordinaria que permitió reflotar una empresa que estaba condenada al cierre. El secreto sobre cómo lo hizo nunca lo reveló.

 

Sin embargo, ¿cómo puedo un ingeniero de la industria textil catalana reconvertido en químico verse auspiciado a un puesto ejecutivo dentro del sector petrolero? Para Richard Wigg, Carceller supo ver el futuro inmediato y la enorme rentabilidad que en los años sucesivos podía alcanzar la industria de la refinación de petróleo. Cuando se constituyó el monopolio de CAMPSA en 1927, la empresa estatal tuvo que absorber la refinería de Cornellà, la única fábrica de lubricantes en territorio español. El nuevo director general de CAMPSA, Carlos Resines, director del Real Automóvil Club de España, fue quien propuso la subdirección técnica al ingeniero egarense. Las enormes expectativas económicas que se habían abierto llevaron, en 1929, a Carcelero y a los hermanos Recasens a crear una nueva compañía española de petróleos (CEPSA) que suministrara crudo a CAMPSA. Un año más tarde, Carceller ya era el director general de la nueva empresa. Estuvo en este ámbito donde consiguió su tan criticado éxito económico, antes de acceder al ministerio en 1940: «Participando financieramente junto a los bancos, no tardó en convertirse en uno de los hombres hechos a sí mismos más ricos de España», afirma Wigg.

La gestión de Carcelero permitió reflotar una empresa condenada al cierre. El secreto sobre cómo lo hizo nunca lo reveló

Para el historiador del empresariado catalán, Francesc Cabana, el ingreso en Falange fue una consecuencia del ambiente de primera hora, y de su estrategia, más que de su ideología. Y como testimonio que da apoyo a esta interpretación, cita un comentario de uno de sus subordinados, Rufino Beltrán Vivar, director de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes: «Don Demetrio no era muy amigo de los dirigentes falangistas», ya que con ellos «los roces fueron continuos». Se ironizó hasta con la fama que le atribuyeron de ser el «cerebro económico de la Falange, porque si tenía realmente cerebro económico era porque no aplicaba los principios del Partido».

 

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Demetrio Carceller / Foto: Hermes Pato / Fuente: EFE

 

El 18 de julio de 1936, Carceller estaba en El Escorial y huyó hacia Burgos. En la capital castellana encontró viejos conocidos alfonsinos y falangistas y se integró en la Comisión de Industria, Comercio y Abastecimientos presidida por el tradicionalista tortosino Joaquim Bau. No es casualidad que Josep Maria Fontana reconociera años más tarde cuál había sido el papel de Carceller durante la Guerra Civil: «Prestó relevantes servicios para asegurar nuestros suministros de carburantes.» Los indicios apuntan a que la logística y los contactos con las compañías americanas, especialmente Texaco, fueron la jugada maestra de Carceller, que utilizó CEPSA y su refinería en Tenerife para mantener los suministros a los militares sublevados.

«Don Demetrio no era muy amigo de los dirigentes falangistas», ya que con ellos «los roces fueron continuos»

Poco después de acabar la guerra, el ingeniero egarense inició su carrera política con el nombramiento como consejero de Falange durante el II Consejo Nacional celebrado el 9 de septiembre de 1939. Su perfil de empresario de un sector clave fue determinante en su ascenso. Según Stanley Payne, Carceller era un ejemplo de oportunista que nunca había manifestado ideas políticas definidas y que su entrada en Falange se produjo como representante del «poderoso grupo de intereses industriales y financieros», sobre todo de catalanes, y especialmente de Terrassa. La interpretación más plausible era la conveniencia de un pacto no escrito entre las élites vencedoras, madrileñas y catalanas; y en este contexto, los unos y los otros buscaron a un empresario de éxito que no participara del asfixiante ambiente cuartelero. El segundo dato revelador del prestigio conseguido fue su nombramiento como jefe de la Falange de Barcelona, el mayo de 1940.

En mayo de 1940, Carceller fue nombrado jefe de la Falange en Barcelona

El nombramiento como ministro el 18 de octubre de 1940 no sólo fue celebrado por las élites de Terrassa, sino por buena parte del empresariado catalán. Xavier Marcet ha analizado el papel de la oligarquía industrial vallesana y sus gestiones ante el poder central y concluye: «Mientras Carceller fue ministro, los fabricantes egarenses llevaron hasta el límite la oposición a la Fiscalía de Tasas y a otros organismos, sin que nunca la sangre llegara al río». El control del Sector Lana del Sindicato Nacional Textil y, sobre todo, la creación de una delegación del Instituto en Madrid favorecieron esta política de presión. Desde esta delegación se cuidaba mucho la amistad de los industriales con el ministerio, empezando por el portero de la puerta de entrada y hasta el despacho del ministro. De esta manera consiguieron licencias de importación, peticiones extraordinarias de la intendencia militar, un reparto favorable en los cupos de materias primas o un trato muy benevolente de la Fiscalía con las sobretasas de sus productos. Todo funcionó a la perfección durante el ministerio de Carceller. Después de su marcha del ministerio en 1945, la estrategia tuvo que cambiar, a peor.

 

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Demetrio Caraceller al homenaje a Alfons Sala (1942) / Fuente: EFE

 

De los ingenieros formados en la Escuela Superior desde su fundación, Carceller fue el que hizo una carrera con más proyección política y empresarial. Así se le reconoció el 30 de mayo de 1942, durante las celebraciones del cuarenta aniversario de la fundación que se hicieron coincidir con el día de San Fernando, patrón del cuerpo de ingenieros. En su discurso, la idea central fue la mejora de la enseñanza técnica «y esto puedo decirlo, tanto como ministro, como simple particular». Consideraba que estas mejoras, tanto en la enseñanza como en la industria textil, revertirían en unos cuarenta años en «un avance sensible, que permitirá mejorar laso condicionas de vida de manera extraordinaria», siempre que los directores de la industria miraran como era el sector textil en otros países. Colocó la primera piedra de las obras de ampliación del edificio, «las cuales se van a realizar por cuenta del Estado», aclaró. Y entregó al conde de Egara, como presidente del Patronato, 25.000 pesetas para becar estudiantes pobres. Carceller reconocía el apoyo que había obtenido como estudiante con las sucesivas becas y, simbólicamente, devolvió lo que había recibido. Y, en consecuencia, el claustro acordó incluir su nombre en la placa de protectores insignes colocada en la sala de profesores. En su discurso, el ministro hizo un comentario que no pasó desapercibido a nadie: «He tenido la suerte de triunfar joven, mucho antas de ser ministro.» De esta manera, respondía a las críticas que ya circulaban por las tertulias de las élites franquistas.

Enrique Faes lo ha definido «como un empresario demasiado pragmático para ser falangista y demasiado dirigista para ser liberal del todo»

A Carceller no le interesó su imagen post-mortem. Quizás esta sea una de las causas de haber sido tan infravalorado durante años y convertido en una puntual referencia en los índices onomásticos de los estudios sobre el franquismo. Hasta hace poco, Carceller era prácticamente un gran desconocido. Cuando ha sido citado en libros o artículos que tratan el primer franquismo, ha sido para incidir en el tópico del hombre corrupto y contrabandista, en el hombre que controló la economía española hasta 1945, en el padre de la autarquía o en el pillo que se hizo rico desde el momento que tocó poder. Los últimos estudios desmienten o matizan el abuso de estas etiquetas con las cuales se ha citado, demasiado a menudo, este empresario ingeniero. La capacidad de liderazgo y de negociación, el progresivo enriquecimiento junto al peculiar falangismo y el ministerio franquista son los factores que han acondicionado su imagen entre muchos historiadores. Para Francisco Contreras, Carceller fue «el hombre de negocios hecho a sí mismo, el falangista a fuerza de ser anticomunista y "antiplutócrata" (las ineptas élites tradicionales)... Pero, ante todo, concibió la política como una circunstancia». Enrique Faes lo ha definido «como un empresario demasiado pragmático para ser falangista y demasiado dirigista para ser liberal del todo».

Carceller: «No soy un hombre de serie; yo encontraría, quizá una manera de encasillarme en Norteamérica, pero no en España»

Dos años después de su muerte, una columna en el Tarrasa Información se tituló «Nadie es profeta en su tierra» y estaba ilustrada con la foto de 1942 del ministro Carceller colocando la primera piedra de la ampliación de la Escuela. Sólo dos años antes, el 16 de mayo de 1968, en el mismo diario se había dedicado a la muerte de Carceller un pequeño recuadro en la parte inferior derecha de la portada, ilustrada con la misma foto de 1942, que empezaba así: «Sobre el prestigioso aragonés, tan vinculado en nuestra ciudad...». Ni de aquí ni de allí, o una poco de cada lugar. Él mismo lo explicó al periodista Manuel del Arco en 1951: «Creo que no soy un hombre de serie; yo encontraría, quizá una manera de encasillarme en Norteamérica, pero no en España; aunque me siento español como el que más».

 

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