Kramig es una comedia romántica de Marta Buchaca, que puede verse en el Espai Texas hasta el 19 de julio. La autora, además de sentirse muy cómoda con el género, nunca se pone estupenda y sabe construir personajes muy cercanos, con los que los espectadores pueden conectar en pequeños detalles e inquietudes cotidianas. El tono de la obra, ligero y amable, arranca sonrisas y carcajadas desde el primer momento. Un giro inesperado –“la vida tiene sus planes”– sacudirá al público para después devolverlo a la situación inicial de desenfado y ganas de vivir. Lo mejor de todo es la entrega de los dos intérpretes.

Celebramos el amor

La escenografía diseñada por Sergi Corbera es como una habitación infantil a medio montar: cubos blancos de IKEA y osos panda de peluche. En las paredes, trazos llamativos de diferentes tonalidades remiten a un arco iris o una prueba de color. También los personajes parecen esbozados a pinceladas, como una suma de rasgos, expresiones y peculiaridades. Toni (Biel Duran) es un psicólogo que hace tests para una revista –¿hay alguien que pueda ganarse la vida haciendo eso?–; en cuanto a Laia (Anna Moliner), no sabemos muy bien a qué se dedica ni nos importa, porque el encanto inimitable del personaje –o, más bien, de la actriz– compensa cualquier pequeño lapsus argumental. A pesar de algunos problemas de coherencia interna, ambos resultan genuinos y entrañables.

Los actores, totalmente receptivos a las reacciones del público, no descuidan en ningún momento el vínculo creado con la platea, que, espontánea y cautivada, ríe y se emociona con los personajes

La obra arranca con la sonrisa de enamoramiento y ternura de Toni, que espera pacientemente a que Laia termine de prepararse para salir. Se hace evidente el talante comprensivo y empático de un hombre que será caracterizado después como ansioso e hipocondríaco. Biel Duran tiene vis cómica, amplitud de registros y una naturalidad que le permite afrontar con gran solvencia un tramo final difícil de transitar. Por su parte, Anna Moliner, capaz de pasar en dos segundos del llanto a la risa estruendosa –o de la demanda histriónica al reproche compungido–, consigue que empaticemos con un personaje que quiere ponerle a su hijo el nombre de un oso de peluche de IKEA.

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Biel Duran y Anna Moliner son los protagonistas de Kramig, en el Espai Texas hasta el 19 de julio / Foto: Sergi Panizo

Hay flashbacks ficticios –el verdadero llegará al final, como la escenificación de un relato transmitido a un tercero, el hijo– y escenas basadas en los defectos de la pareja, en las que el intercambio de reproches se hace sin amargura: el amor y el humor lo salvan todo. Funciona muy bien el momento del karaoke, que permite a Moliner lucir voz y comicidad a la vez, así como destaca la proyección escénica de diferentes fantasías románticas de la protagonista –claramente afectada por las comedias de los años ochenta, con bandas sonoras de lo más icónicas y reconocibles– en torno a una propuesta de matrimonio con puesta de sol –colores pastel, movimientos ralentizados– y otros escenarios. La exageración funciona gracias a un tono lúdico y autoparódico, aunque también hay anécdotas y gags que resultan un poco forzados.

Sin ser exactamente feliz, el final ofrece un mensaje vitalista que viene a restaurar el orden emociona

El público conecta fácilmente con la propuesta gracias a dos carismáticos actores que, espléndidamente dirigidos por la autora, hacen una actuación muy lúdica y muy precisa. Totalmente receptivos a las reacciones del público, no descuidan en ningún momento el vínculo creado con la platea, que, espontánea y cautivada, ríe y se emociona con los personajes. A diferencia de obras más ambiciosas –como Placer culpable de Lara Díez Quintanilla, también en torno a las relaciones Disney–, Kramig no se caracteriza por la voluntad de romper esquemas o desmontar prejuicios. Sin ser exactamente feliz, su final ofrece un mensaje vitalista que viene a restaurar el orden emocional. Y así es como Marta Buchaca consigue su propósito: hacer reír al público y celebrar el amor.