Podríamos cerrar los ojos y disfrutar del concierto del mismo modo, porque Antònia Font tiene ese algo instintivo que amedrenta el mal fario y te hace querer aspirar a más. Es algo inmaterial, casi como un suspiro, o un milagro en los tiempos que corren: la voz de Pau Debon al unísono de la melodía amansa a las fieras, un antídoto contra la angustia y el agotamiento que explica por qué su retorno fue tan aplaudido hace ya más de año y medio. Los mallorquines subieron al escenario en la primera de sus dos noches en el Palau de la Música con la campechanería que da la experiencia y la convicción de estar en un espacio seguro lleno hasta los topes de caras amigas, confiando en que su retorno a los focos es probablemente la mejor decisión profesional de sus últimos lustros. 

"Ses escates de sal a dedins es cocons canten belles cançons amb veuetes de llum", entonaba por primera vez el vocalista con Cançó de llum en su regazo, tirando de dulzura y encanto, y mimetizándose con un público deseoso de escuchar atentamente más que de pegar brincos. El reencuentro de la banda, esta vez en una gira en pequeño formato por teatros y auditorios, tiene un efecto burbuja bastante interesante, uniendo en ella a varias generaciones con un hilo invisible. Con un repertorio distinto al de festivales y conciertos masificados, la banda liderada por Joan Miquel Oliver tejió una cortina de melancolía, nostalgia, ternura y personalidad, todo ello acompañado de guitarras afinadas y toques electrónicos que sonaron como ángeles en nuestra meca modernista.

Concert Antònia Font / Font: Irene Vilà Capafons
Foto: Irene Vilà Capafons

Una performance austera dominaba el cotarro, con imágenes distintas por canción y un domador de almas en medio, dirigiendo las emociones a flor de piel. Debon encandila por su singularidad y por la simpatía que siembra de forma innata, y así lo demostró paseándose por diferentes etapas de la larga vida de Antònia Font, desde el reciente Un minut estroboscòpica a Love song, Portaavions, Robot Dins d'aquest iglú. Empezó sentado en un taburete y el ritmo del concierto se asemejó a su actitud creciente y expansiva, mezclando poesía con carácter, y recordando al gentío por qué son el gran grupo mallorquín de referencia y el más genuino del mercado atemporal, haciendo del pop experimental y los sonidos extravagantes su seña de identidad. Siguió la lluvia de grandes temas con Vos estim a tots igual, probablemente el punto de inflexión que le recordó al público que podía levantar un poco la voz, porque con Tots els motors hasta se arrancó a las palmas siguiendo con la tradición, y con Cartes a Ramiro el cantante se marcó un meloso a cappella que desató aplausos.

Fuera, los tractores bloqueaban Barcelona pero Antònia Font reforzó ese paréntesis al que nos tienen acostumbrados, como un oasis de salitre fresco en medio del huracán, un paseo con los ojos cerrados y los altavoces puestos

El formato íntimo contribuyó a la camaradería entre Pau Debon y la platea y propició que la empatía fluyera mucho más distendida. No solo interactuó con la manada, sino que se entremezcló en ella como un fanático más, desdibujando el límite entre líderes y plebeyos. Cuando sonó Clint Eastwood se subió al segundo piso, y puso al público a bailar un vals por los pasillos y huecos del Palau cuando sonaron las primeras notas de Vitamina sol, transformando el patio de butacas en una preciosa sala de baile. Si la primera hora del concierto fue un pequeño repaso cantado por su trayectoria, el resto se convirtió en una explosión musical que lo interconectó todo. Ya con el público arrancado a dejarse llevar, sonaron Batiscafo katiuscas o Venc amb tu, precursoras de un final que ya sonaba a apoteósico.

Antònia Font pasó de ser una banda formada por cinco integrantes a ser todo un aforo entero, con Alegria cantada por el público y un Debon escondido en algún lugar, dando importancia al mensaje y no al mensajero, porque "es ovnis se pinyen i deixen un cràter per sempre dins sa meva vida... Alegria!". La también mítica Wa yeah! la siguió con un estallido de euforia entre los asientos y un Debon ya casi extasiado, al borde del colapse catártico, feliz como una perdiz para dar paso a Calgary 99 y firmar el final esperado. No podían cerrar con otra que no fuera Viure sense tu, idónea en un momento clave en que los de Mallorca se mueven tímidamente entre despedirse para siempre y continuar con el show. Fuera, los tractores bloqueaban Barcelona pero Antònia Font reforzó ese paréntesis al que nos tienen acostumbrados, como un oasis de salitre fresco en medio del huracán, un paseo con los ojos cerrados y los altavoces puestos. Y, repicando fuerte en la sien, solo una certeza: "Punt i principi de viure sense tu".
 

Concert Antònia Font / Font: Irene Vilà Capafons
Foto: Irene Vilà Capafons