El tesoro lo hace la exclusividad. Si introduces mucho dinero en el mercado, devalúas el precio. Si el oro no fuera finito, sería calderilla. Y si los cuadros duraran para siempre, no los conservaríamos: si preserváramos todos los cuadros que se han pintado, ni siquiera sabríamos cuáles tienen más caché, cambiaría incluso el canon.

Precisamente eso está pasando al mundo Internet con todo de expresiones artísticas: todo hace el nada. El arte necesita desaparecer para tener valor.

Hace unos años pensábamos que Internet sería la biblioteca más grande del mundo. Y que esta era la idea más cojonuda del mundo. En Internet no ha acabado estando todo lo que pasa, pero lo que no está parece a menudo que no pasa; ya no existe la frontera realidad-realidad en Internet, por lo que, todo lo que está en Internet manda.

La vida tiene un límite

Es tan exagerada la infoxicación, un fenómeno que versa sobre la saturación de información y que explicaba en Future Shock el autor Alvin Toffler ya en los años setenta, que la gran biblioteca parece ahora en realidad un chiringuito tronado del antiguo mercado de Sant Antoni: cuatro cómics y un par de clásicos cutres. Muy limitada, la cosa.

No podemos ver más. La vida tiene un límite. En este contexto, el arte es como si Ferrari sacara una versión suv, prêt-à-porter, de sus cochazos. Nadie los querría.

El arte se empacha. Y hay quien juega con eso.

Yung Beef
Yung Beef icono del trap y un artista despareciendo de Internet

El futuro es el directo

La cantante Taylor Swift estuvo desaparecida durante meses del ojo público, de sus millones de seguidores en redes. De un día para el otro borró todo lo que tenía en sus cuentas. Plot twist: después devolvió anunciando un nuevo disco.

De la misma manera, el icono del trap, Yung Beef, es capaz de cambiar de nombre en las redes –autoboicoteándose, haciéndose invisible– a la velocidad del storie. O petarse todo su timeline de Instagram muy a menudo (loco, con la cantidad de likes, con la pasta que cuestan estas fotos!). Si no hay sorpresa... No hay nada.

El youtuber oscuro y glitch, participando de la tertulia Yo, Interneto, Orslok, lo anunciaba hace un par de años: el futuro es el directo. Porque el directo es exclusivo. El directo es definitivamente la vida real en Internet. ¿Hemos necesitado crear una plataforma mundial con muchos satélites e intereses privados por volver a ver la vida real? Sí. Así somos. En el directo, el arte vuelve a tomar valor: es efímero. Paso. Los creadores de contenido realzan el directo en plataformas como Twitch: si no estás al momento, mierda. ¿Sí, quedan las tres horas de directo, pero quienes se las mira a posteriori? Sí, todos los streamers hacen un sofrito para YouTube. Pero no es exactamente lo mismo. Mola estar al momento.

La gran casa del arte efímero


Una década atrás, el periodista cultural de RTVE, Carlos del Amor, ya lo explicaba, aprovechando una exposición a La Casa Encendida (Madrid) que precisamente que reivindica la caducidad del arte: ¿"Existe el arte efímero? ¿Se puede crear una obra sabiendo que no perdurará? La eternidad ya no es el objetivo. Una obra nace, crece (se reproduce) y muere". Internet, el lugar de la eternidad, por contradictorio que suene, está pasando a ser la gran casa del arte efímero.

"Internet ha tenido un impacto más profundo en aquellos sectores de la industria cultural en que el producto puede ser digitalizado. Eso sucedió rápidamente con las fotografías y el texto; a continuación, en medida que el ancho de banda y la velocidad de transmisión aumentaban, en la música y en el cine. Los modelos de negocio dominantes se cayeron, dejando determinados sectores en una situación precaria. El economista austríaco Joseph Schumpeter se refirió a este proceso como "destrucción creativa". Desde 1999, las ventas de música grabada como porcentaje del PIB en los EE.UU. han caído el 80% y los ingresos de los diarios, el 60".

Las palabras son de un artículo sobre Internet y la industria cultural del prestigioso sociólogo de la Universidad de Princeton Paul DiMaggio, que apunta que los servicios de streaming, a pesar de su altísimo crecimiento generan "minúsculas regalías a los compositores".

178 millones de reproducciones, 5.600 dólares


Tal como explicaba la Asociación de Promotores Musicales (APM), las plataformas de reproducción en continuo se vendían como un complemento justo a los ingresos del directo: menos intermediarios y, el más interesante, mejor retribución. Tantas escuchas, tantas ganancias. Quince años después, los músicos se han quedado afónicos de llamar a más fair play: "Spotify asegura haber repartido 1.000 millones de dólares desde 2008, pagando una media de 0,007 dólares por canción.

Una versión optimista, comparada con la infografía de David McCandless que The Guardian publicó en el 2015; después de compartir beneficios con la discográfica, un artista no recibiría ni 0.001128 dólares. Cifra paupérrima, denunciada, entre otros, por Kevin Kadine, coautor de 'All about that bass' (2014), famosísima canción de Meghan Trainor, que explicó que por 178 millones de reproducciones ingresó 5.600 dólares.

99 días

¿Qué hacen entonces las expresiones artísticas para desmarcarse en el mundo de streaming? Ponerse fecha de caducidad. Como los medicamentos. Todo el mundo ha tomado uno de hace tres o cuatro años. No pasa nada de nada, pero tienen que seguir vendiendo.

El último ejemplo, de hace unos días. La banda británica de neo soul Sault se ha inventado una estrategia: su nuevo disco, Nine (2021), sólo estará noventa y nueve días en streaming (ahora ya noventa y cinco, tictac). Con disponibilidad de descarga durante este tiempo, sí. Pero con un mensaje de fondo: quien quiera el oro, que lo guarde en casa (en el ordenador). Nada de dejar la cosa colgante en la nube. En la nube, el arte vale cada vez menos.