No había ninguna duda. Después de Bruce Springsteen solo puede haber Bruce Springsteen otra vez. Su segundo —y último— concierto en Barcelona ha terminado como solo podía acabar un espectáculo mayúsculo diseñado para la posteridad. No importan el set list casi calcado al del viernes, las visitas internacionales, el caos en el transporte público o que haya caído la de Caín tras meses de sequía. Aquí lo importante, lo irremediablemente extraordinario, es que el Boss es un generador de felicidad a toda pastilla, un director de orquesta emocional capaz de convertir una tarde de domingo empapada en la mejor noche de tu vida. Quede dicho de antemano: nada de lo que se pueda explicar ahora y aquí superará la huella dactilar que este hombre deja en el corazón de los que toca. 

My love will not ley you down ha dado el pistoletazo de salida seguida de No surrender, Ghosts, Prove it all night, Letter to you o The Promise Land en un repertorio que ya suena a despedida y a nostalgia prematura. Así es como el Boss le ha hecho un guiño a la trayectoria que un día no demasiado lejano se convertirá en recuerdo: demostrando que hasta las mejores cosas tienen fecha de caducidad. Después han venido Out in the street Kitty's Back, esta última una lección musical sin precedentes y que debería ser de obligada escucha en directo para todo melómano. Lo demás es la crónica de un concierto ya anunciado.

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Foto: EFE

No han faltado The Rising, Thunder Road, Born to run, Dancing in the dark y todas las letras que era previsible que volvieran a sonar en el estadio después de haber retumbado en el estreno en nuestra casa. Pero vuelvo a lo que decía al inicio de estas línias: esto no es lo realmente transcendental de lo sucedido este domingo. Lo que no podrán relatar las páginas escritas con temblores a pie de grada es el garabato pasional en el estómago que supone enfrentarse otra vez al tsunami que genera Springsteen. No se puede. ¿Cómo explicar con palabras lo que millones de bruceros todavía no saben etiquetar?

Al Boss se le repudia dos veces: la primera cuando alguien que quieres te lo enseña hasta el aburrimiento y la segunda cuando reconoces que te gusta sin querer

Lo sabe cualquiera que haya compartido techo y comida con un pesado incondicional del Boss. Es un fenómeno que se podría desglosar en porcentajes: el primer 15% recae inequívocamente en el líder de esta historia, un sobresaliente maestro de ceremonias que se mezcla con el 15% de magnetismo y camaradería de la E Street Band: el otro 70% son ellos. Bruce Springsteen es indisociable de sus seguidores acérrimos y declarados, y sin esa masa que indudablemente iría detrás de su ídolo si se tirara por la ventana no se entiende su importancia global. No existe Dios sin séquito. I eso los convierte en leyenda. 

Bruce Springsteen, concert Barcelona 28 abril / Efe
Foto: EFE

Por eso, por este sueño interminable que los amantes de Bruce sienten por él, en el segundo concierto de su gira europea todavía ha resonado más la desgarradora pregunta silenciosa que todavía nadie quiere hacerse: ¿será este el principio del final? Y aunque la inmesa mayoría parece intuir la dolorosa respuesta, siempre es mejor escudarse en un Springsteen cañero que cambia de cara y gesto encima del escenario y que se olvida de ver pasar el tiempo hacia adelante, como solo hacen los niños que quieren ser eternos o los mayores que saben precisamente que no lo son. 

Y en la resaca preciosa de una noche de posible despedida debe haber espacio para reivindicar a los fans de Springsteen en la sombra. No se habla demasiado de los que le aprecian de rebote y se han sumado al springsteeanismo por un tercero. Al Boss se le repudia dos veces: la primera cuando alguien que quieres te lo enseña hasta el aburrimiento y la segunda cuando reconoces que te gusta sin querer. Somos muchos: también nos referimos al cantante cariñosamente con su nombre de pila y cada vez que lo escuchamos pensamos en esa persona que un día nos puso Mary's place por primera vez. A regañadientes al principio pero con una sonrisa entrañable al final. Es lo que tiene conocer a alguien que coge sus vacaciones en función de la gira y que es imposible de sorprender con novedades: que aprendes también a dejarte embriagar por estas pequeñas cosas de la vida que al final son las importantes. Así que quédate con un fan de Bruce y deja que te quiera: nunca sabes qué locuras sería capaz de hacer por ti.