10 joyas del cine escondidas en las plataformas

Buenísima, formidable. Enviada por Alemania a la carrera a los Oscar, esta brillante, poderosa y conmovedora adaptación de la novela homónima de Erich Maria Remarque, todo un poderoso referente de la literatura antibelicista, habla sin ambages de los horrores de la guerra. El plano cenital casi silencioso, roto sólo por el ruido de fusiles remotos, sobre una trinchera llena de cadáveres silueteados que abre la película, pone las cartas sobre la mesa. Norte de Alemania, primavera de 1917, tercer año de la Primera Guerra Mundial. No muy conscientes de lo que vivirán, un grupo de jóvenes se alista para ir hacia el frente. También lo hace Paul, el protagonista, falsificando la firma del padre con el permiso necesario para hacer de soldado. Poco después de pisar el frente occidental del norte de Francia, la euforia y las inconscientes risas iniciales se convertirán enseguida en frío, lluvia, ataques de pánico, sangre, sudor y lágrimas.

Pero no hay tiempo para llorar a los muertos, por amigos que sean, la guerra continúa. No hay espacio para la épica, sólo para las carreras aterradas bajo una lluvia de munición que va acumulando cadáveres. La película muestra toda la crudeza y el absurdo de la guerra en escenas de batallas tan espectaculares como terroríficas. Mientras los generales esperan en la retaguardia, llenándose la boca con palabras tan pomposas como vacías, y con banquetes que contrastan con las pieles de patata que comen los soldados antes de ir directos como|cómo zombis hacia el matadero, la guerra continúa. Y un sargento nos da la clave de todo: "Todo eso es como una fiebre. Nadie la quiere pero, de repente, llega. No la queríamos. Ni ellos tampoco. Y aquí estamos, mientras Dios observa cómo nos masacramos. Pero qué sabré yo, si yo no sé nada... Sólo soy unas botas con rifle". Ninguna novedad en el frente, muertos y más muertos, ninguna noticia fuera de lo normal, la guerra continúa.

Noche cerrada, lluvia, una mujer llega a la casa que ha reservado por airbnb. Dentro hay un hombre que ha hecho exactamente lo mismo, y, sin alternativas, los dos se verán obligados a pasar la noche bajo el mismo techo. A partir de aquí empieza el juego propuesto por una de las películas de terror más sorprendentes, astutas y juguetonas de los últimos años. Constantes giros de guion en una montaña rusa que abre puertas al desconcierto, salvajes cambios de tono, incluso de personajes, que dejan con la boca abierta a un espectador que nunca se espera lo que tiene que venir.

Con una puesta en escena que saca petróleo de los espacios pequeños donde pasa parte de la acción y que, en muchos momentos, recoge aires retros y pica el ojo a cineastas clásicos como Alfred Hitchcock (la sombra de Psicosis es alargada), Wes Craven o Sam Raimi, Barbarian nos revela el talento de Zach Cregger, director y guionista de una película que, aparte de asustar e incluso poner el miedo al cuerpo, ofrece una poderosa reflexión sobre la inseguridad y la violencia sexual que viven las mujeres, con referencias directas al #MeToo. Una delicia tan divertidísima como terrorífica.

La vida después de la guerra es un tema jugoso, cambia el conflicto bélico pero no la gestión de los traumas. Unos ejemplos relevantes: Los mejores años de nuestra vida (William Wyler, 1948), El regreso(Hal Ashby, 1978) o El francotirador (Clint Eastwood, 2014). Siguiendo las constantes habituales del cine indie norteamericano, Causeway juega con la carta ganadora de tener como protagonista Jennifer Lawrence, la Katniss d'Los juegos del hambre, oscarizada por|para El lado bueno de las cosas, actriz mayúscula en blockbusters o en relatos intimistas como este, donde|dónde interpreta una veterana de Afganistán, que vuelve a casa después de ser herida en una explosión, sufriendo daños cerebrales que combate con la rebeldía de quien no quiere pasar ni un minuto más en aquel hogar desestructurado del que huyó años atrás.

En su situación de tráfico anímico, la protagonista cruzará su camino con un mecánico de coches con el alma tan rota como la suya. Él es Brian Tyree Henry, visto últimamente en Eternals o en Bullet Train, actorazo que participa con éxito del duelo interpretativo de altura. Conmovedora y honesta, llena de silencios que gritan, tierna sin hacer concesiones, la película tiene, a su manera, un punto de fuga luminoso en su reflexión sobre las segundas oportunidades cuando parece que no hay esperanza.

El true crime está de moda, y es complicadísimo escapar de las narrativas manipuladoras y éticamente discutibles que nos han acostumbrado los documentales de Netflix y los Crims de Carles Porta. En este filme, protagonizado por Jessica Chastain y Eddie Redmayne (el Newt Scamander de la saga Animales Fantásticos, y el oscarizado Stephen Hawking de La teoría del todo), nos zambullimos en el caso de Charlie Cullen, un enfermero implicado en casi 300 muertes en el puñado de hospitales donde trabajó. Pero el suspense y el morbo se supeditan aquí al punto de vista de lo que nos explica la historia: todo pasa por la mirada de Amy (Chastain), compañera de trabajo del asesino, una mujer en una situación complicada que encuentra en él al amigo y el apoyo que necesita.

En las contradicciones íntimas que vive cuando se destapa el pastel, el filme crece como drama de personajes que apuesta por la sobriedad y se aleja del sensacionalismo. Para curiosos del caso, Netflix estrena mañana La captura del enfermero asesino, documental sobre el mismo caso de que, aquí sí, sigue punto por punto el estilo del true crime convencional.

Más true crime alejado de los vicios habituales. Esta producción australiana, dirigida por el prestigioso Justin Kurzel (Macbeth, La verdadera historia de la banda|lado de Kelly), hace una mirada íntima del monstruo. En Nitram conoceremos el hombre que, el año 1996, cometió una masacre en Port Arthur, Tasmania. Mató a 35 personas e hirió decenas. ¿Qué le pasaba por la cabeza? ¿Qué lo llevó a provocar una atrocidad como aquella?

El director trata de entender las causas de la matanza zambulléndose por todos los rincones del cerebro enfermo de un hombre marcado por la locura pero también por el rechazo constante de una madre castradora (a quien interpreta la gran Judy Davis). Tan cruda como llena de imágenes bellísimas marca de la casa de Kurzel, la película que llega a las plataformas sin pasar por las salas a pesar de las buenísimas críticas que obtuvo a su paso por el Festival de Cannes, con premio incluido al mejor actor para Caleb Landry Jones.

Y todavía una tercera muestra del caso real de un asesinato que llega a la pantalla. Como con Nitram, estamos ante otra producción australiana que pasó por el Festival de Cannes. En este caso, firmada por Thomas M. Wright, explica la relación íntima que se crea entre dos personajes enigmáticos, un policía infiltrado y el sospechoso de un supuesto crimen sin cadáver.

Tan extraño como el personaje al qué se refiere el título, es el turbulento camino escogido por el director para desarrollar la historia: con un montaje que va encajando poco a poco, a fuego lento, las piezas del rompecabezas, desafía al espectador y le plantea una experiencia más emocional, inmersiva y sensorial que narrativa. Ayudan las magníficas interpretaciones de la pareja protagonista, Joel Edgerton (El gran Gatsby) y Sean Harris (Misión: Imposible. Nación secreta). Densa, atmosférica y angustiante, todo un hallazgo.

Ewan McGregor y Ethan Hawke no se habían encontrado nunca delante de una cámara, y, viendo este dramedy escrito y dirigido por Rodrigo García (autor de filmes como Nueve vidas o Cosas que diría con solo mirarla, e hijo del premio Nobel Gabriel García Márquez), parecen nacidos para hacer de hermanos. Sus personajes se reencuentran después de un tiempo de no verse por culpa de la muerte del padre. Enterrarlo se convertirá en una experiencia transformadora para los dos, más todavía cuando conozcan a la última pareja del traspasado y su hijo, un niño de quien desconocían la existencia y que aumenta la familia de forma inesperada.

Pausada, tranquila, poniendo el foco en los personajes y sus complejidades, sin que aparentemente pase mucha cosa, Raymond & Ray va conquistando poco a poco con su mezcla de costumbrismo y humor negro, y con unos inspirados actores: a la pareja McGregor-Hawke hay que sumarle la apasionada intervención de una estupenda Maribel Verdú.

Más oscura del qué era habitual, El retorno de las brujas (Hocus Pocus a su versión original) se convirtió en un clásico del cine familiar de principios de los años 90, gracias a la mezcla de fantástico y comedia adolescente y, sobre todo, al carisma de sus protagonistas, Bette Midler, Kathy Najimi y una Sarah Jessica Parker que todavía no se había dejado conquistar por los encantos del sexo en Nueva York.

Casi 30 años después de la original, Disney rescata a aquellas tres brujas de Salem que buscan venganza. Sin abandonar el espíritu de producto dirigido a toda la familia, manteniendo los efectos especiales de la época que le dan una pátina entrañable, y con un buscado punto decadente, la película vuelve a funcionar como un reloj. Sólo por ver cantar One Way or Another a la grandiosa Bette Midler, toda una respetadísima figura del espectáculo en los Estados Unidos, vale la pena disfrutar de una secuela que, a pesar de no ser tan redonda como el original, es francamente simpática.

En la década de los 90, y gracias a un puñado de comedias salvajemente pasadas de rosca (Dos tontos muy tontos, Los tres chiflados o, por encima de todo, Algo pasa cono Mary), los hermanos Farrelly se convirtieron en referentes del humor. El año 2018, en solitario, Peter Farrelly ganó el Oscar con Green Book, una bienintencionada crónica sobre dos personajes, un chófer blanco y un pianista negro, que se enfrentan al racismo instalado en el país.

En la misma línea de aquel tipo de Paseando a Miss Daisy, entre el humanismo y el antibelicismo, se mueve el nuevo largometraje del cineasta, que parte de la historia real de Chickie Donohoue, un tipo que decide viajar a la Guerra del Vietnam para dar apoyo a sus amigos del barrio que están en el frente de batalla. Y lo hace con una mochila llena de latas de cerveza, como acto de agradecimiento por los que dan la cara y ofrecen la vida en aquella guerra absurda, iniciando un viaje iniciático que le cambiará la vida. Con Zac Efron como protagonista, y papeles secundarios para Russell Crowe y Bill Murray, Yo me encargo de la cerveza acaba siendo una tragicomedia amable y entrañable.

"Es el embajador del jazz, no ha habido ninguno como él", dice el gran Count Basie. "Dejó huella en la gente", afirma el músico Wynsto Marsalis, una de las voces que más se dejan escuchar en este homenaje a la figura de Louis Armstrong, un hombre que ha pasado a la historia de la música, pero también de las relaciones entre norteamericanos blancos y negros durante 70 años del siglo XX. El alcance y el legado de Satchmo es incalculable, como este apasionante documental se encarga de ilustrar. Pero también es interesantíssima la mirada que ofrece sobre la vertiente política de alguien a quien se acusó de Tío Tom por una supuesta sumisión al hombre blanco.

Cuando la lucha por los derechos civiles convertía el país en una olla en ebullición, Armstrong no opinaba nunca en público, pero, como explica su cuarta esposa, sí tenía opinión. De hecho, cuando le ponían un micrófono en frente, era contundente con las injusticias que se vivían en todo el país. Pero nunca participaba de las manifestaciones crecientes. Las contradicciones íntimas del músico tenían que ver con un camino iniciado a su infancia y desarrollado en décadas cruzando Estados Unidos de punta a punta: como dice el clarinetista Artie Shaw, "Louis no estaba en la lucha por los derechos civiles, estaba a la lucha por la supervivencia". A través de imágenes muy poco, o nada, vistas, pero también de muchas de las cartas que escribió, y de una insólita colección de cintas de audio que Armstrong grababa de forma casi compulsiva (y que, entre otras cosas, permite escuchar qué hizo la noche de su muerte), Black & Blues ofrece un retrato poliédrico y apasionante sobre una figura inmortal.