El president Carles Puigdemont y los consellers Joaquim Forn, Antoni Comín, Dolors Bassa, Meritxell Borràs y Meritxell Serret se encuentran en Bélgica, donde llegaron de manera discreta ayer por la mañana. Se espera que en una rueda de prensa se aclare si, como han empezado a especular periodistas y analistas, el president y los consellers de la Generalitat se disponen a pedir asilo político a Bélgica.

De hecho, este mismo fin de semana el secretario de Asilo e Inmigración belga Theo Frankel —un polémico dirigente flamenco— abrió la puerta de conceder el asilo si el president catalán lo pedía. Unas declaraciones que hicieron que el primer ministro Charles Michel, liberal francófono, pidiera a su ministro que no echara más leña al fuego. Sobre todo porque desde el 1-O, el gobierno belga —donde el partido nacionalista flamenco N-VA liderado por Bart de Weber tiene un peso significativo, como primer partido del Parlamento de Bruselas en número de diputados— ha tenido una posición crítica con el ejecutivo de Mariano Rajoy y a favor del diálogo. Una posición expresada por el mismo primer ministro Michel a la prensa, que estuvo a punto de abrir una crisis diplomática entre los dos países. Al mismo tiempo, fiel a su historia, Bélgica es uno de los pocos países de la UE que no rechaza solicitudes de asilo de ciudadanos de la Unión.

Este posible exilio de Carles Puigdemont y miembros de su gobierno en tierras de Bélgica, de hecho, hace que se puedan trazar paralelismos con otros célebres exilios catalanes en "Le plat pays", como cantaba Jacques Brel.

Bélgica, neutral y tradición de exilios

Desde su independencia el año 1830 y posterior reconocimiento por las grandes potencias europeas del Congreso de Viena —Gran Bretaña, Francia, Prússia, Rússia i Austria-Hongria—, el Reino de Bélgica mantuvo una política de neutralidad europea, encajada como se encontraba entre franceses y alemanes. El rey Luis Felipe la definió como la piedra angular del equilibrio europeo. En este sentido, el Tratado de Londres de 1939 obligaba a las potencias europeas a garantizar esta neutralidad, y la violación del territorio de Bélgica por el ejército alemán, siguiendo el conocido como Plan Schlieffen, fue uno de los desencadenantes de la Gran Guerra.

Con el coronamiento de Leopoldo I como rey, el año 1831, Bélgica fue una monarquía constitucional, que durante años estuvo dominada políticamente por los partidos Católico y Liberal —que tenía cada uno su universidad, la Católica de Lovaina y la Libre de Bruselas—, a los cuales se sumaron los socialistas sindicalistas de Émile Vandervelde. Mientras la rural Flandes se mantenía en una situación de depresión, las minas y fábricas de Valonia se convertían en el motor de uno de los estados, junto con Gran Bretaña, donde la Revolución Industrial tuvo un triunfo más claro.

Su neutralidad, el hecho de ser una sociedad democrática y la influencia del pensamiento liberal, hizo que fuera lugar predilecto de exilios para los perseguidos en tiempo de oprobio durante el siglo XIX. El más célebre de todos, el hombre de letras francés Victor Hugo, opositor a Napoleón III. Sin embargo, Bélgica no sólo se convirtió en lugar de exilio para franceses o alemanes, sino, junto con París, también para los llegados de la península Ibérica: anarquistas, republicanos, revolucionarios, nacionalistas, etc. En el siglo XX, tan cargado de historia, tenemos varios ejemplos.

Macià contra la dictadura y otros revolucionarios

Uno de los exiliados catalanes en Bélgica más célebres y tempranos fue Francesc Macià. Después del fracaso del intento de invasión de Catalunya a través de Prats de Molló, el exmilitar y líder separatista catalán fue expulsado a Bruselas, después de un mediático juicio en París, donde el que sería president de la Generalitat proclamó que su ideal sería crear un estado catalán amigo de Francia, que fuera para ésta una "Bélgica del sur". Desde Bélgica y con su fiel Ventura Gassol al lado, Macià se dirigió a América gracias a la ayuda de los catalanes inmigrados, muchos de ellos destacados nacionalistas.

La gira americana de Macià fue, de nuevo, sonada. Después de ocho meses en Buenos Aires, de pasar por La Habana —donde presidió la asamblea que acordó crear el Partit Separatista Revolucionari de Catalunya y aprobó la Constitución de La Habana, redactada por Josep Conangla i Fontanilles—, y de un largo retorno a Europa, el coronel se instaló de nuevo en Bruselas. Allí entró en contacto con el conspirador antidictadorial José Sánchez Guerra, un exministro monárquico, que encabezó un movimiento contra el régimen español el año 1929.

En los ambientes conspirativos de Bruselas tenían un peso notable los anarquistas, con quienes Macià también intentó crear una alianza. El leonés Buenaventura Durruti y el aragonés Francisco Ascaso —dos de los más destacados miembros del anarquismo de acción catalán, fundadores con Joan García Oliver del grupo Los Solidarios— también pasaron por el exilio belga después de salir de la prisión francesa, donde habían sido encerrados por preparar un atentado contra Alfonso XIII. En una Bélgica en crisis económica y con un gran paro, los dos fugitivos seguían siendo vigilados.

También cuando los dos libertarios entraban en todas y cada una de las conspiraciones que relacionaban los diferentes grupos exiliados: exmonárquicos, republicanos, separatistas catalanes y revolucionarios, y que los hicieron tener tratos tanto con Sánchez Guerra como con Macià, que confiaba en los anarquistas de la CNT para derribar el régimen conjuntamente. En los círculos de Macià también había lugar para militares republicanos, como el aviador Ramón Franco y Pablo Rada, mecánico de la epopeya aérea del Plus Ultra, implicados en el complot de Cuatro Vientos, o el general Eduardo López Ochoa.

El 14 de abril de 1931, Macià proclamaría la República Catalana, que acabaría siendo, de acuerdo con el gobierno provisional republicano español, la Generalitat de Catalunya. Antes, Macià había nombrado a su amigo López Ochoa como capitán general de Catalunya. Durruti y Ascaso volvieron a Barcelona, donde siguieron su lucha revolucionaria, ahora contra la República burguesa. Ramón Franco fue elegido diputado por Barcelona en las elecciones constituyentes de la II República, en la lista de ERC encabezada por Macià. Y la República nombró a un catalán, el ampurdanés Salvador Albert i Pey, como embajador en Bélgica.

Llamas de la Guerra Civil

Después del golpe de estado del 18 de julio que una parte del ejército hizo contra el gobierno legalmente constituido de la República, en la zona que ésta controlaba estalló una auténtica revolución. Eso hizo que algunos republicanos moderados, que habían participado en tareas de gobierno, pero que no compartían la estrategia de las organizaciones y partidos revolucionarios que tenían el poder real en la calle, se encontraran en peligro. Uno de estos fue el exgobernador civil de Barcelona y dirigente de Acció Catalana Republicana Claudi Ametlla , que se exilió en París, donde coincidió con una numerosa colonia de exiliados como Amadeu Hurtado, Josep Maria de Sagarra, Gaziel, Rossend Llates, Carles Soldevila, etc.

Junto con su amigo Hurtado, Ametlla intentó llevar a cabo diferentes gestiones diplomáticas cerca de las cancillerías europeas para conseguir una mediación en la Guerra Civil española. Como relata en sus memorias, en el contexto de estos intentos infructuosos, Ametlla trató de entrar en contacto con Francesc Cambó en Bruselas, aprovechando que éste, también en el exilio, tenía una reunión del holding SOFINA, que controlaba la CHADE, origen de la inmensa fortuna del político y financiero catalán. Aunque mantenían buena relación desde que habían coincidido en una visita al frente francés de la Gran Guerra y había prometido recibirlo, Cambó se desdijo de la entrevista que tenían que tener en la capital belga. Estupefacto, Ametlla leyó en el diario, pocos días después, que Cambó y varios dirigentes de la Liga habían hecho público su apoyo a los sublevados, a los cuales ayudaron económicamente.

Con la derrota republicana, dirigentes políticos y militares cruzaron la frontera hacia el exilio. Uno de estos fue el jefe de Orden Público de la Generalitat Frederic Escofet, uno de los artífices de la sofocación de los sublevados fascistas el 19 de julio en Barcelona. Después del paso por el campo de Argelers, Escofet partió hacia Bruselas, donde vivió durante casi cuarenta años de exilio, iniciados prácticamente con el estallido de la II Guerra Mundial. Su biógrafo Xavier Febrés, recuerda: "La ocupación alemana de Bélgica, iniciada en mayo de 1940, volvió a sumir en los ascos de la guerra a un Escofet voluntariamente aislado de todo. Acababa de abrir, el uno de enero, un modesto comercio de filatelia en el local del 65, rue Lebeau, que más tarde se tenía que convertir la conocida en tienda de comestibles Costa Brava, polo de atracción durante años y años de tertulias, encuentros y conversaciones entre una lata de pimientos y una garrafa de Jumilla". Escofet vivió un exilio lleno de modestia, a pesar de los cargos "diplomáticos" del gobierno republicano que aceptó, hasta su retorno a Catalunya el año 1978.

La relación entre Bélgica y Catalunya tuvo un apéndice, con el paso por Barcelona en octubre de 1940 del primer ministro Hubert Pierlot y el ministro de Exteriores Paul Henri Spaak, camino de Londres, donde se establecerían como gobierno belga en el exilio. Spaak sería uno de los padres de la UE. Hoy, una placa en el Hotel Majestic de Barcelona recuerda este hecho.

“Si fossin el meu fat les terres estrangeres”

Bèlgica es uno de los poemas más conocidos del "príncipe de los poetas" Josep Carner. Aunque parece que ya tenía un esbozo muy temprano, la versión definitiva la dedicó al país que lo había acogido como diplomático exiliado. En él habla de una ciudad “amb uns soldats no gaire de debò, / on tothom s’entendrís de música i pintures / o del bell arbre japonès quan treu la flor, / on l’infant i l’obrer no fessin mai tristesa, / on veiéssiu uns dintres de casa aquilotats / de pipes, de parlades i d’hospitalitats, / amb flors ardents, magnífica sorpresa, / fins en els dies més gebrats” donde el poeta le gustaría hacerse viejo.

Diplomático de calle, Josep Carner i Puig-Oriol había sido, entre otros cargos consulares, consejero de la embajada de la República en la capital belga. Allí había conocido a su segunda esposa, la profesora Émile Noulet, de la Universidad Libre de Bruselas, exsecretaria de Paul Valéry y estudiosa de la poesía de Stéphane Mallarmé. Después de la II Guerra Mundial, el matrimonio Carner-Noulet vuelve a Bélgica desde México, donde se habían exiliado después de la derrota republicana y donde habían vivido la gran conflagración mundial. En Bélgica, el poeta envejeció reescribiendo su obra y dando clases en la Universidad Libre y en el Colegio de Europa de Brujas.

El 4 de junio de 1970, Carner muere en la ciudad donde se había hecho finalmente viejo. Antes, sin embargo, y ya con una salud muy deteriorada, había hecho una visita a Barcelona, donde había estado dos meses, en un episodio que es el centro de la nueva novela del también diplomático y escriptor Carles Casajuana, Retorn.

Años después, los destinos de aquello que Macià quería que fuera "la Bélgica del sur", vuelven a pasar por Bruselas.