Durante mucho tiempo, Catalunya ha querido presumir de europeísmo, y eso ha provocado un alejamiento del continente africano de nuestro imaginario. Ahora bien, aunque a menudo seamos poco conscientes de ello, África está muy cerca. La distancia entre Barcelona y Madrid, en línea recta, es de 506 kilómetros; de Barcelona a Argel, en línea recta, sólo hay 522. Si tenemos en cuenta que hasta el siglo XX las autopistas de la comunicación eran marítimas, tenemos que imaginar que las relaciones entre África y Barcelona fueron muy estrechas. Ahora, las relaciones entre la capital catalana y el África, pasadas y presentes, salen a relucir en el libro La Barcelona africana de Joan M. Serra (Cossetània Ediciones). El geógrafo Joan M. Serra ya había sido autor de La Barcelona británica e irlandesa, del mismo editor.

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Escultura al general colonialista Joan Prim en el Parque de la Ciutadella. Foto: Magnificus.

Para aprender mucha historia

Serra tiene mucha habilidad para hacer atractivo este tema absolutamente desconocido para muchos barceloneses. Demuestra un instinto asesino por encontrar las anécdotas más jugosas, pero al mismo tiempo ilustrativas. La parte más fuerte del libro, sin duda, es la referente a la historia de las relaciones catalano-africanas. Serra sorprende, por ejemplo, al destacar la intensa relación entre el cristianismo barcelonés y el norteafricano, y recuerda que una parte significativa de los santos venerados en Barcelona eran originarios del Magreb. Es especialmente interesante, por lo que tiene desconocido, el capítulo sobre la instalación de los africanos en Barcelona, en tiempo de las conquistas "árabes" (que eran más bien beréberes). Serra analiza también la expansión catalana en el Mediterráneo a la Edad Media, pero pone de manifiesto que a la vez que grandes campañas militares, también hubo intercambios comerciales de gran importancia que ayudaron a consolidar el potencial catalán.

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Escultura de Antonio López. Foto: Jordi Ferrer.

Detalles desconocidos

Serra tiene una gran capacidad para encontrar historias desconocidas de la ciudad. Desde la presencia de moriscos expulsados de Barcelona en Túnez, donde continuaron hablando en catalán, hasta la presencia de cruces coptas en los museos barceloneses. O la presencia de África en la literatura catalana, asociada a la presencia de autores africanos en Barcelona. El mundo de Serra es un mundo de relaciones mutuas, en las que la influencia africana sobre Europa también existe.

No ahorrarse incomodidades

Joan M. Serra no evita los temas incómodos. No quiere hacer un canto a la armonía vivida entre Catalunya y el continente africano, sino que pone de manifiesto que las relaciones con frecuencia fueron extremadamente hostiles. No ahorra referencias a las guerras, al tráfico de esclavos, a la represión contra los migrantes (quizás sólo liquida con excesiva prisa la participación de las tropas moras en la conquista de Barcelona, que tanta huella dejó en el imaginario popular). Y, evidentemente, recuerda el papel de Barcelona en el colonialismo. No en vano una exposición en el Museu de Cultures del Món recordaba, hace poco, que la capital catalana también fue la capital colonial de la Guinea Española.

La Barcelona más afro

La Barcelona africana no sólo nos habla de la ciudad del pasado, sino que también da un repaso a la ciudad del presente, y a los estrechos contactos que hay en la actualidad entre el África y la capital catalana. Unos contactos que son al mismo tiempo comerciales, universitarios, literarios, científicos, deportivos... La voluntad de Joan M. Serra es ofrecer una visión lo más plural posible de la relación entre Barcelona y el continente africano.

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Los porches de Xifré. Foto: Marcus Obal.

Invisible

Un barcelonés puede pasarse días circulando por su ciudad sin encontrar más huella africana que la presencia de manteros y de carnicerías islámicas en el centro de la ciudad. Si bien las relaciones entre Barcelona y el continente africano han existido y siguen existiendo, no son muy visibles en el día a día. Joan C. Serra intenta aportar el máximo de imágenes sobre la Barcelona africana: desde la cabeza de un magrebí esculpida en la Torre del Moro de Horta, hasta la céntrica Casa Amatller, construida con el dinero de un fabricante de chocolate, pasando por los porches del negrero Xifré o por el Banco Hispano-Colonial de la Via Laietana. De tal forma que, después de leer La Barcelona africana, nadie podrá pasear por la capital catalana mirándosela de la misma forma.

 

Foto de portada: el Palau Marc, actual sede de la Conselleria de Cultura, fue la mansión del traficante de esclavos Tomàs Ribalta. Foto: Kippelboy.