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Érase una vez un grupo de mujeres con una idea radical y revolucionaria: tener los mismos derechos que los hombres. Querían correr, estudiar, ser presidentas del Gobierno y dejar de pasar miedo al volver a casa por las noches. Lucharon durante años y, cuando ya pensaban que se habían hecho mayores sin relevo generacional, el 8 de marzo de 2018 las calles volvieron a llenarse de feministas jóvenes. La reputada socióloga Marina Subirats pudo vivir ese renacimiento y nos lo contó en el ciclo “Después del muro: un mundo en cambio”, organizado por la Escola Europea d’Humanitats y el Palau Macaya de ”la Caixa”, en una conferencia sobre lo ya conseguido y lo que aún nos queda por conseguir.

Durante muchos años, las feministas erais consideradas cuatro locas obsesionadas con un tema y parecía que no ibais a llegar a nada. ¿Pensabas que llegarías a ver este momento?
Yo pensaba que no. Nací en el 43, y en esos años tu horizonte era casarte y tener hijos. Y profesionalmente, podías hacer de secretaria o maestra, mientras no te casaras. Si cuando tenía 20 años me hubieran dicho que vería a mujeres en el Parlamento, a la primera alcaldesa de Barcelona o que yo misma sería catedrática emérita en Sociología y regidora de Barcelona…, no me lo hubiera creído. Otro buen síntoma es que haya emergido algo tan soterrado como la violencia de género. Cuando era directora del Instituto de la Mujer en Madrid del 93 al 96 y la policía me pasaba el listado de mujeres asesinadas por sus maridos, amantes y demás, ¡ni siquiera los diarios querían publicar la noticia! Era algo invisible e invisibilizado. Ahora lo podemos hablar.

También ha cambiado la publicidad, los discursos políticos, la mentalidad…
Sí, pero no tanto como parece. Antes la socialización de las niñas se hacía a través de la represión: no puedes saltar, ir en bicicleta, estudiar… A mí me decían que fregara los platos mientras mis hermanos salían a jugar, yo preguntaba por qué y discutíamos. Sabías contra qué luchabas. Ahora es más sutil. Te venden que tienes que ser muy guapa y delgada e ir maquillada y arreglada y triunfarás. Eso lleva a las chicas a adoptar roles de mujeres tradicionales, de mujer objeto, que solo está pendiente de cómo la ven los demás. Si ahora tuviera 20 años sería muy difícil salir de eso, porque no es solo el modelo que te dan en los medios, sino que viene de tus amigas, los chicos… ¿Cómo te opones a que te den más likes?

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O sea, que aún no estamos donde queríamos.
No, ni mucho menos.

Aunque haya muchas personas, mujeres incluidas, que piensen que sí. ¿Qué les dirías?
Que miren la cantidad de mujeres asesinadas. No tenemos esas cifras en hombres ¡ni la queremos tener! Que miren quiénes ocupan los espacios de tertulia en la tele. Nosotras estamos en el “ji, ji, ja, ja”, pero los temas serios como economía o política son para ellos. En la universidad, solo hay un 20-25 % de catedráticas. Y seguimos sin aparecer en los libros de texto. Todo eso es machismo.

A veces parece que las leyes hayan avanzado más que las personas.
¡Claro! Es más fácil firmar acuerdos que cambiar la realidad. La realidad está hecha de lo que nos ha transmitido la cultura, es mucho más profundo, nos sale en cualquier momento sin darnos cuenta. Las mujeres también somos machistas, porque hemos sido educadas en una cultura machista.

Después de tantos años, ¿todavía te pillas en gestos machistas?
Sí, muchas veces. Un día vinieron un sobrino y una sobrina a comer a casa, y en un momento le dije a ella: “Pon la mesa”. Y pensé: “¿Por qué no se lo digo a los dos?”. Y ahí se me ocurrió una cosa que recomiendo: antes de decirle algo a alguien, pregúntate si le dirías lo mismo si fuera del sexo contrario. Hemos de ser capaces de analizar nuestra mentalidad e ir cambiándola o iremos reproduciendo lo mismo, por muchas leyes que haya.

Llegados a este punto histórico, ¿cuáles son los próximos objetivos a conseguir?
Revalorizar todo lo que proviene del género femenino, como los cuidados. Hemos de darles la importancia que tienen y dejar de considerarlos una pérdida de tiempo para conseguir universalizarlos y que ellos también formen parte. Y es urgente cambiar el modelo de género masculino. Seguimos educando a los niños para ser guerreros, fuertes, para imponerse, no tener miedo a nada ni nadie…, cuando la figura del guerrero ya no es útil en nuestra sociedad.

Las mujeres tenemos claro en qué nos beneficiaría el feminismo a nosotras, pero… ¿y a ellos?
Serían más libres, desarrollarían las capacidades que quisieran, no solo las que ahora son socialmente aceptadas. ¡Hasta morirían menos de accidentes!

Dejemos de hablar de mínimos. Pensemos en máximos. ¿Qué te gustaría ver en un futuro cercano?
Una mujer al frente del Gobierno y de la Generalitat. Y que las mujeres introdujeran una forma de hacer política diferente: en vez de insultos y confrontación, colaboración, acuerdos y trabajo en equipo. Si hacemos lo mismo que han hecho históricamente los hombres, olvidamos todo lo innovador y útil que podemos aportar.

Tú eres autora de Rosa y azul, un libro sobre la trasmisión de los géneros en la escuela mixta que nos abrió los ojos y marcó el camino a seguir. ¿Cuál debe ser el papel de la educación hoy para acabar con el modelo androcéntrico?
Lo fundamental en este momento es educar a los hombres de otra manera. Las niñas ya han ido cambiando. Fíjate en que mi padre no quería que fuera a la universidad para que no me frustrara porque, total, como mucho podría ser secretaria… Ahora las chicas van a la universidad en una proporción superior a los chicos. Entonces, el modelo femenino se ha abierto. Ahora hay que cambiar a los niños.

¿Qué consejo les darías a padres, madres y profesorado?
Que no traten distinto a niños y niñas. Que cualquier comportamiento humano, siempre que sea ético, es válido para cualquiera. Hemos de ir hacia la desaparición de los géneros.

 

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