Barcelona era, hasta al principio del siglo XIX, una ciudad repleta de conventos, hasta que las desamortizaciones por la vía burocrática y las bullangas por la vía rápida fueron eliminándolos del panorama urbano. En su lugar aparecieron teatros como el del Liceu, en el solar del antiguo convento de los Trinitarios; mercados como el de Santa Caterina, donde había el convento del mismo nombre, y plazas públicas, como la plaza Reial, que aprovechó el espacio ocupado anteriormente por el convento de los Capuchinos. Es en esta plaza donde ocurrió un episodio barcelonés que combinaba improvisación, falta de tiempo y una pequeña dosis de ingenio.

Estamos en el año 1860, con la plaza Reial recién construida sobre el antiguo convento capuchino, con sus edificios porticados y los pasajes que la conectan a otras vías, como la Rambla y la calle Ferran. Ya tiene el nombre que todavía hoy conserva, porque la plaza está dedicada a la época de los Reyes Católicos, pero todavía falta su elemento principal, un monumento que presidirá la plaza. Pero a las autoridades barcelonesas el tiempo se les echa encima por qué se espera una visita inminente de la reina de España, Isabel II, que procedente de Mallorca desembarcará en el puerto el 21 de septiembre con una agenda repleta de actos entre los cuales la colocación de la primera piedra del Eixample el 4 de octubre.

Como era la costumbre de la época, una visita real era una ocasión lo suficientemente importante para que la ciudad mostrara sus mejores galas. Rendir pleitesía al monarca de turno era una costumbre que, según cómo, no se ha perdido con el paso de los años. Y hete aquí que en la plaza Reial lo más importante queda pendiente, porque aunque ya se ha decidido cómo será la estatua y se ha encargado, no se habrá terminado a tiempo de colocarse en su sitio para la visita regia. La estatua será ecuestre y estará dedicada al rey Fernando II y las obras del pedestal ya están bastante avanzadas, pero la figura todavía no.

Retrato fotográfico de la reina de Isabel II de España miedo J Laurent
La reina Isabel II en una fotografía de 1860, el año de la estatua de pega en la plaza Reial / Foto: Juan Laurent

Según se recoge en el libro Art públic de Barcelona, escrito por Ignasi de Lecea, Jaume Fabre, Carme Grandas, Josep M. Huertas, Antoni Remesar y Jaume Sobrequés (Ajuntament de Barcelona - Àmbit Serveis Editorials, 2009), el encargo fue hecho al escultor valenciano Josep Piquer, "artista de cámara real", pero en vísperas de la visita real todavía no había acabado de fundir el bronce. Había que encontrar una solución, ¡y rápido! Dicho y hecho, las autoridades del momento no tuvieron mejor idea que intentar engañar a Isabel II con una estatua de pega. En concreto, un modelo hecho de yeso que serviría de base para el trabajo final.

Una estatua Potemkin en la plaza Reial

Hay que recordar que engañar monarcas tenía sus precedentes históricos, el más célebre de los cuales es el que perpetró el ministro ruso Grigori Potemkin cuando hizo creer, el año 1797, a la zarina Catalina II que los pueblos que veía desde su coche de caballos eran reales cuando se trataba de fachadas que posteriormente se desmontaban para volver a montarlas en otro lugar al cabo de un par de días. Con precedentes así, no era tan extraño que se tomara la decisión de poner en lo alto del pedestal la copia en yeso "para complacer a la reina" y, atención, "pintarla para que pareciera de bronce".

Todo apunta que la estatua fake cumplió su función, colocada en el lugar prominente sobre el pedestal, pero como era de yeso, no podía durar mucho a la intemperie. Por razones que se desconocen, la estatua no se llegó a fundir nunca en bronce y en 1868 se retiró el pedestal -aquí sí que se sabía la razón, la revolución Gloriosa, que echó a los Borbones- y en 1876 se instaló la Font de les Tres Gràcies, que es la que hay actualmente, aunque fue desmontada en 1892 y reinstalada en 1926. Entonces, ¿qué pasó con la estatua de yeso? Pues fue víctima del vandalismo del momento, una moda que hemos sabido conservar hasta la actualidad.

barcelona placa real ajbcn
La plaza Reial de Barcelona en la actualidad, con la Font de les Tres Gràcies / Foto: AjBCN

Según el libro citado, "la escultura de yeso pintado no debió merecer los respetos de la ciudadanía, y fue destrozada lentamente a pedradas". Ahora bien, además de las gamberradas, a buen seguro que la lluvia también debió ayudar en la destrucción del monumento. En todo caso, hay constancia de que en 1863 solo quedaba en pie el pedestal, "al cual popularmente le llamaban 'la cajonera'". La estatua ecuestre de Fernando el Católico en la plaza Reial tuvo una vida efímera y poco noble, pero al menos cumplió un propósito, hacer creer a la reina Isabel II que su antecesor tenía una estatua lo suficientemente digna en Barcelona. Pues ya sería eso.