Arturo Pérez-Reverte es la pluma más afilada de la literatura patria y no tiene ningún inconveniente al repartir guantazos envueltos en intelectualidad. La última ración ha ido por correo aéreo hacia México D.F., al Palacio Nacional, donde reside el presidente Andrés Manuel López-Obrador. ¿El motivo? El atrevimiento del mandatario azteca, que pedía por carta al rey Felipe que se disculpara oficialmente por la conquista de América. El autor de Alatriste pone a López-Obrador en un disyuntiva: Es "imbécil" o "sirvengüenza?"

La cosa no ha quedado aquí. También ha tenido para el resto de mortales, a quien nos ha dedicado un par de tuits. Uno de ellos, haciéndose autobombo o citándose a sí mismo, da igual, para hacer memoria de aquellos que perdieron la vida en la gesta americana: "Hernán Cortés y su gente conquistan México, y Pizarro el Perú, y Núñez de Balboa llega en el Pacífico... Y unos po­cos vuelven ricossu pueblo, viejos y llenos de cicatrices; pero la mayor parte se queda allí, en el fondo de los ríos, en templos manchados de sangre, en tumbas olvidadas y cubiertas de maleza". Y el otro, en el que se harta de la ignorancia de los que lo critican, que no comparten su criterio o que piensan diferente. "Acaba uno harto de que la historia de España...se haya convertido en el tiro al blanco de todos los demagogos, oportunistas y golfos de dentro y de fuera." Y habla de un concurso de escupitajos.

Eso es lo que somos, según el diagnóstico del señor Pérez-Reverte, antiguo corresponsal de guerra y que vive en una cruzada permanente. Ha dejado en nada otras manifestaciones de españoles de pura cepa como la de Santiago Abascal, de Albert Rivera o de Rafael Hernando, que nos han explicado la realidad que desconocíamos.