El 533 aniversario del descubrimiento de América nos invita a mirar atrás. No hacia los mapas ni las carabelas, sino hacia algo mucho más humano: la comida. ¿Qué comían Cristóbal Colón y sus hombres durante aquella travesía? ¿Cómo sobrevivieron semanas en alta mar sin neveras, sin frutas frescas, sin agua potable? La respuesta está en un alimento humilde, duro como una piedra, pero vital: el pan de barco.

Aquel bizcocho, también llamado galleta marinera, fue la auténtica barrita energética del siglo XV. Era la base de la dieta de toda la tripulación. Hecho con harina, agua, trigo y levadura, se cocía dos veces para eliminar toda la humedad y asegurar que durara meses sin pudrirse. Su textura era tan firme que los marineros decían que provocaba agujetas en las mandíbulas. Solo podían comerlo mojado en vino.

Cristobal Colon
Cristóbal Colón

El pan de barco era clave en las largas travesías por alta mar

Según el médico Lucas Picazo Sotos, especialista en nutrición e historia, el pan de barco era el verdadero motor del viaje. Aportaba la energía necesaria para remar, cargar y soportar los días interminables sin tierra a la vista. En cierto modo, era un alimento milagroso, el precursor de las actuales raciones militares o barritas de alto rendimiento.

Pero no todo era tan sencillo. El despensero del barco tenía una misión clave: repartir las raciones justas y vigilar que nadie se quedara sin su porción. Además, debía controlar que el bizcocho no se llenara de gorgojos. Los marineros veteranos golpeaban las galletas contra la pared para hacer salir a los insectos, aunque no siempre lo conseguían.

Cristobal Colon
Cristóbal Colón

Sin el pan de barco, Cristóbal Colón y su tripulación de nunca hubieran llegado tan lejos

El día a bordo empezaba con un desayuno simple: pan de barco, ajo, sardina salada o queso, acompañado de agua y vino. Al mediodía, la comida fuerte incluía algo de carne o pescado seco y un poco de arroz con legumbres. Cada marinero recibía entre una y dos libras de bizcocho y tres cuartos de litro de vino. El agua, en cambio, era un problema: se estropeaba rápido y terminaba con sabor podrido. Los tripulantes bebían tapándose la nariz.

El vino, de la zona de Jerez, era más que un placer: era una necesidad sanitaria. Su alto contenido alcohólico impedía la proliferación de bacterias. Además, ayudaba a conservar el ánimo. “El vino alegraba el alma y calmaba la sed cuando el agua enfermaba”, escriben los cronistas.

Por las noches, el fuego se encendía en una plancha de hierro, y el grumete anunciaba la cena con el grito: “¡Tabla, tabla, señor capitán y maestre!”. En la mesa se servía la mazamorra, un guiso de lentejas, garbanzos y pimientos, que era la única comida caliente del día.

A pesar de las carencias, los expertos aseguran que la dieta de los marineros de Colón era más equilibrada que la de muchos españoles de su tiempo. Rica en proteínas, calórica y resistente. El pan de barco, seco y salado, fue el combustible del descubrimiento de América.