El rey Carlos III vuelve a estar en el ojo de la tormenta, esta vez no por sus viajes ni por sus polémicas vacaciones separado de la reina Camilla, sino por las graves acusaciones que rodean su trato hacia quienes trabajan en los lujosos jardines de su residencia de campo. Lo que para el público es un paraíso verde de ensueño, para los empleados se habría convertido en un auténtico infierno laboral.
La residencia de Highgrove House, conocida por sus idílicos paisajes, aparece ahora señalada como el escenario de maltrato laboral, exigencias desmedidas y sueldos indignos. Según fuentes cercanas, hasta once jardineros han abandonado sus puestos en los últimos meses, incapaces de soportar la presión, las órdenes humillantes y las jornadas mal pagadas impuestas por el monarca británico.
Carlos III y las denuncias de maltrato en Highgrove House
La polémica estalló cuando salieron a la luz informes internos que describen a Carlos III como un jefe “soberbio, exigente, malhumorado y mezquino”. Lejos de la imagen apacible que proyecta en sus apariciones públicas, testigos aseguran que disfrutaba intimidando a su equipo, reprendiéndolos en público y elevando el tono de voz por detalles mínimos, como la presencia de una hierba fuera de lugar o la caída de una de sus plantas favoritas.
Algunos testimonios aseguran que las reprimendas eran tan desproporcionadas como constantes: desde la orden tajante de despedir a un jardinero por confundir el nombre en latín de una flor, hasta notas escritas de puño y letra con mensajes tan fríos como un rotundo “¡No!” al encontrar errores en informes de jardinería. Este estilo de liderazgo, descrito como obsesivo y caprichoso, ha convertido el trabajo en los jardines reales en una auténtica pesadilla para quienes lo padecieron.
Sueldos bajos y exigencias imposibles en la residencia real
A la presión psicológica se suman las condiciones económicas. Los exempleados aseguran que el rey pagaba apenas 8,9 libras por hora, un salario por debajo de lo que se ofrece en otros jardines de prestigio en Reino Unido. Para muchos, lo más humillante era que se esperaba gratitud por el simple hecho de “trabajar para el rey”, mientras las responsabilidades se multiplicaban sin compensación real.
Los jardines de Highgrove abarcan hectáreas enteras que requieren un mantenimiento constante, pero el personal asegura que no contaba con los recursos suficientes para mantener el lugar en el nivel de perfección que exigía Carlos III. Con jornadas interminables y escaso apoyo, la plantilla sufrió una rotación casi total, con once de doce jardineros abandonando sus puestos en apenas un año.
La tensión alcanzó su punto álgido cuando el propio Carlos III sugirió contratar refugiados ucranianos para cubrir las vacantes en Highgrove, bajo el argumento de que muchos tenían experiencia en agricultura y jardinería. Sin embargo, la propuesta fue interpretada como un intento de abaratar aún más los costes laborales y, lejos de solucionar el conflicto, avivó la indignación dentro de la plantilla.
No es la primera vez que el comportamiento del monarca con sus jardineros es motivo de controversia. En la biografía Rebel Prince ya se narraban escenas dignas de un régimen feudal: empleados obligados a arrancar malas hierbas tumbados en el suelo de un remolque, rondas nocturnas con linternas para cazar babosas y prohibiciones estrictas de pesticidas, pese a las dimensiones imposibles del terreno.