La reina Sofía ha vivido décadas de silencio. Siempre al lado de su marido, Juan Carlos I, aunque sin amor. El matrimonio nunca fue fruto de la pasión. Fue un acuerdo. Un pacto entre monarquías. Él estaba enamorado de otra. Olghina de Robilant, una escritora italiana, fue su gran amor. Pero Juan de Borbón intervino. Le obligó a casarse con Sofía, hija de la reina Federica de Grecia. Política antes que sentimientos.
Ella también tenía su historia. Harald de Noruega fue su ilusión juvenil. Pero no fue correspondida. Aun así, aceptó un matrimonio sin amor. Por convicción religiosa. Por tradición. Porque no imaginaba otro destino.
Humillaciones constantes a la reina Sofía desde el nacimiento de Felipe
Desde el principio, Juan Carlos I fue claro. No la iba a amar. Solo aceptaba concebir al heredero varón. Después, mantendría las formas. Nada más. Las dos primeras hijas, Elena y Cristina, no cambiaron nada. El heredero tardó. Y con él, tampoco llegó el respeto. Durante años, Sofía fue testigo de infidelidades. Muchas. Algunas, incluso en su propia cara. Se presentaba sin avisar y los encontraba. La humillación fue constante. Nunca se separó. Lo pensó, pero nunca lo hizo.

Lo peor no fue eso. Según el periodista Javier Bleda, hubo maltrato físico y psicológico. Lo cuenta sin rodeos. Juan Carlos golpeaba a Sofía con su bastón. En la cabeza. Delante de empleados. Y de sus hijos. No eran hechos aislados. Eran repetidos. Bleda afirma que Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa del Rey, también fue testigo. Calló. Como casi todos.
El silencio ha sido la norma. Casa Real nunca ha desmentido. Tampoco ha confirmado. Prefirieron enterrar los hechos. Sofía, mientras tanto, guardó silencio. Por lealtad, por familia, por vergüenza.
Afirman que Juan Carlos I agredía a la reina Sofía
Pero el dolor más profundo no vino de los golpes. Fue el trato diario. Las humillaciones públicas. El desprecio frente a los demás. Las palabras crueles. Las miradas frías. El aislamiento emocional. Felipe VI, su hijo, tampoco actuó. En palabras de Bleda, colaboró indirectamente con el maltrato. No defendió a su madre y no enfrentó a su padre. Eligió el silencio institucional.

Muchos se preguntan por qué Sofía no denunció. Por qué no habló. Bleda tiene una respuesta clara: debía haberlo hecho. Como mujer y como ciudadana. Aunque el rey fuera inviolable, el maltrato no lo es. Hoy, Sofía sigue ahí. Discreta. Firme. Pero marcada. Su imagen serena esconde una historia de dolor oculto. Una vida compartida con un hombre que nunca la quiso y tampoco la respetó.
Este relato no aparece en los libros oficiales. Pero según Bleda, existe. Lo vieron empleados y lo vivieron sus hijos. La reina Sofía no fue solo víctima de una relación fría. Fue víctima de un maltrato sistemático, a la vista de todos, y a la sombra del silencio monárquico.