La princesa Leonor ha protagonizado un episodio llamativo durante su estancia en el buque escuela Juan Sebastián Elcano. A diferencia del resto de la tripulación, que se encarga de labores básicas como la limpieza de letrinas, la colada o el orden de camarotes, a Leonor no le ha tocado hacer ni un solo día esas tareas. Se da por hecho que su posición institucional le ha abierto puertas y favorecido un trato especial a bordo.
Aunque todos los guardiamarinas, sin excepción, cumplen con el reparto de las labores más cotidianas e imprescindibles para la vida en el barco, la princesa ha contado con el respaldo de varios compañeros y compañeras que han realizado esos trabajos en su lugar. En concreto, crecidos vínculos amistosos habrían hecho que la limpieza de baños o el lavado de ropa quedaran en manos de otros, por un intercambio de favores que gira alrededor de la influencia que ejerce Leonor entre los guardiamarinas.
Un trato diferenciado en el día a día del barco
Este trato privilegiado no implica que su presencia en cubierta o en maniobras haya sido diferente. Leonor ha participado en las actividades académicas y profesionales del servicio a bordo, pero cuando se trata de las tareas domésticas colectivas, ha estado exenta. El resto de tripulantes las han asumido como parte del día a día, mientras que ella se ha visto liberada de ellas gracias al apoyo de amigos y amigas con los que ha congeniado durante la travesía.
Estas dinámicas, basadas en relaciones de confianza y camaradería, no son infrecuentes en entornos cerrados y jerárquicos como un barco escuela. Las amistades se convierten en redes informales que redistribuyen cargas según la cercanía o los vínculos personales. En el caso de la princesa, su rol institucional y visibilidad han facilitado que esta redistribución se hiciera más evidente.

Durante semanas, Leonor ha seguido el curso de formación que imparte la Armada para los guardiamarinas, asistiendo a clases, participando en maniobras y costumbres navales, y cumpliendo, como cualquier otro alumno, horarios de guardia y disciplina. Su figura institucional ha estado presente, pero no ha marcado una excepción en cuanto a los contenidos formativos: solo en lo más doméstico es donde ha brillado la excepción.
Pero el hecho de que haya evitado las letrinas o el lavado diario no ha pasado desapercibido para la tripulación. Las miradas curiosas se han fijado en ese detalle que rompe la igualdad de condiciones. Que Leonor cuente con guardiamarinas que le tiendan la cama o le recojan la ropa no deja de ser un gesto de confianza mutua, aunque en este contexto se interpreta también como una muestra del impacto que ejerce su presencia.
Al cierre de la travesía, la imagen que quedará es la de una princesa que, pese a formar parte del grupo, ha contado con ventajas ligadas a su posición. Estas facilitan una trayectoria académica impecable en términos oficiales, pero también dejan entrever que el trato en entornos cerrados sigue conservando ciertas jerarquías implícitas, incluso dentro de una formación que busca la igualdad.
En definitiva, las prácticas en Elcano muestran a una joven heredera en formación, integrada en los deberes formales de la Armada, pero también beneficiada por redes personales que la colocan a salvo de las tareas más ingratas. Un ejemplo de cómo las dinámicas sociales y jerárquicas conviven incluso en el día a día más rutinario de un barco escuela.