La imagen del rey Felipe VI es, en público, la de un líder sereno y firme. Siempre correcto. Sin embargo, detrás del protocolo, se esconde una lucha personal que ha mantenido en silencio durante años. Desde su juventud, el monarca ha convivido con un trastorno compulsivo que ha dejado huellas visibles. No es algo nuevo.
Basta observar sus manos en muchas fotos oficiales: vendajes discretos, posturas rígidas, o los dedos escondidos en los bolsillos. Una señal que ha pasado desapercibida para muchos, pero que algunos conocen bien. Se trata de onicofagia. Un comportamiento que va más allá de morderse las uñas. Es una acción impulsiva, repetitiva, difícil de controlar. En los casos más graves, como el suyo, provoca heridas, sangrados y hasta infecciones. No es un simple mal hábito. Es una respuesta al estrés, una forma dañina de canalizar la tensión. Y en su caso, el estrés es constante.

Felipe sufre un problema crónico desde hace décadas
Fuentes cercanas a Zarzuela aseguran que los episodios empeoran cuando la presión institucional aumenta. Crisis políticas, compromisos de alto nivel, momentos delicados para la monarquía o problemas en la familia. Todo afecta y se refleja, primero, en sus manos.
Este problema no ha pasado inadvertido en su entorno más cercano. Especialmente para la reina Letizia. Perfeccionista, atenta al detalle, la consorte no ha tolerado bien la situación. Al principio, intentó manejarlo con paciencia. Pero con el tiempo, la preocupación se volvió incomodidad. Incluso rechazo. Para Letizia, no era solo un tema estético. Era una cuestión de imagen pública, salud e higiene. Las manos del jefe del Estado deben transmitir seguridad, no repulsión.
Y eso no es todo. Algunos especialistas han apuntado que los efectos del trastorno podrían haber afectado también su dentadura. Pequeños desgastes, fracturas y alteraciones en la mordida han sido atribuidos a años de tensión acumulada.

Felipe VI logra controlar el problema
Ante esta realidad, la reina ha presionado. Durante años insistió en la necesidad de buscar ayuda. Sesiones privadas con psicólogos, técnicas de relajación y apoyo especializado. Pero el rey, reservado por naturaleza, no veía el problema con la misma urgencia.
En los últimos meses, sin embargo, algo ha cambiado. Las apariciones públicas del rey ya no muestran señales de deterioro. Sus manos lucen limpias, sin heridas. La onicofagia, al menos en apariencia, ha desaparecido. Los expertos en la monarquía creen que esto es un indicio claro de que el monarca ha accedido finalmente a recibir tratamiento.