La guerra en la familia Borbón es total. La relación entre Felipe VI y su padre, Juan Carlos I, lleva rota más de diez años. El punto de no retorno llegó con la abdicación forzada, un movimiento que Felipe ejecutó bajo la presión de Letizia. La prioridad era proteger la monarquía y eliminar la figura tóxica que el emérito representaba para la institución. El precio fue alto. El rey apartó a su padre del foco público y lo envió a un exilio en Abu Dabi, borrando su presencia del mapa.
Desde entonces, el objetivo del emérito ha sido claro: volver a España de forma permanente. Durante el primer año cumplió las condiciones impuestas. Mantuvo un perfil bajo y realizó visitas puntuales sin escándalos. Poco a poco, fue ganando terreno. En el último año llegó a entrar al país en más de ocho ocasiones. Pero Felipe fue tajante. Solo podría regresar de manera definitiva si sufría una enfermedad terminal o si debía someterse a una operación de vida o muerte. Nada más.

Ruptura total entre Felipe VI y Juan Carlos I
Una postura que no está dispuesto a cambiar. Y menos ante los acontecimientos protagonizados por Juan Carlos I en los últimos meses que no dejan de ser desafíos a Felipe. Entre otros, hace un tiempo creó en Abu Dabi una fundación junto a sus hijas, Cristina y Elena, con el fin de canalizar su herencia sin pasar por el fisco español. También inició acciones legales contra Corinna Larsen y Miguel Ángel Revilla. Retiró la primera pero mantuvo la segunda. Algo sin precedentes en la historia de la monarquía española. Nunca un rey se ha querellado contra un civil.
También ha escrito unas memorias tituladas Reconciliación con las que busca blanquear su imagen, con lanzamiento previsto para final de año. Y también ha mantenido contactos con Netflix para adaptar su vida en una serie internacional. Cada uno de estos pasos es visto por Felipe como un desafío directo a su autoridad y una amenaza para la imagen de la Corona.
Las infantas Elena y Cristina eligen el bando de Juan Carlos I
El monarca no cede. Considera que su deber es mantener la credibilidad institucional y proteger el futuro de la princesa Leonor, incluso si eso implica dejar a su padre lejos para siempre. Sin embargo, en esta batalla no está solo. Cristina y Elena han decidido colocarse en el bando del emérito. Ambas creen que su salud delicada justifica el regreso definitivo. Aseguran que cinco años de exilio son más que suficientes y que el castigo ya ha sido cumplido.

Esta diferencia de posturas ha abierto una fractura inédita entre los hijos de Juan Carlos I. La unidad familiar se ha roto. Hace tiempo que no hay fotos conjuntas, ni actos en los que coincidan todos. En privado, las discusiones son intensas. Felipe se mantiene en la línea de la institución. Sus hermanas apelan a los lazos familiares. Y el emérito, desde la distancia, observa, calcula y sigue moviendo ficha.