La relación entre Felipe VI y Juan Carlos I nunca ha sido fácil. Padre e hijo están más distantes que nunca. El emérito siente que ha sido maltratado desde su abdicación y posterior salida de España. Cree que lo apartaron de la familia injustamente. Para él, sus excesos no fueron distintos a los de cualquier rey: ostentación, lujos, amantes, dinero fácil.
Felipe, sin embargo, lo ve muy diferente. Considera que sus comportamientos ya no son propios de las monarquías modernas. La edad media ya pasó. El rey trabaja para reconstruir la mala imagen que dejó su padre y en labrar un camino libre de cargos a su hija Leonor, la futura reina de España.

Felipe VI mantiene contacto constante con su padre, Juan Carlos I
Aun así, Felipe mantiene un contacto discreto con el emérito. Sabe que, pese a todo, es su padre y sigue siendo el mejor rey para muchos españoles. Hablan. Se escriben. Se ven de vez en cuando. El actual monarca lo vigila a distancia. Quiere estar al tanto de su salud, de sus movimientos y de lo que pueda hacer. Porque cada gesto del emérito Juan Carlos I puede salpicar todavía a la institución.
Pero en medio de ese distanciamiento hay algo curioso. Padre e hijo comparten algunas excentricidades. No la caza. No las mujeres. Pero sí el buen vino y las comidas largas con amigos. Una afición que ha dejado una huella sorprendente en el Palacio de la Zarzuela.
Bajo el edificio hay un secreto. Una bodega monumental. Diez mil botellas de vino descansan en sótanos inaccesibles. Es una colección de lo mejor de España y del extranjero. Muchas son regalos de Estado. Otras, adquisiciones personales. Todas, guardadas como si fueran tesoros. Y lo más llamativo: reposan sobre una capa de arena traída en camiones desde playas del océano Índico.

Una pasión oculta que muy pocos conocen
La existencia de esta rareza fue revelada por David Rocasolano, primo de la reina Letizia. En su libro Adiós, princesa narra cómo descubrió aquel espacio oculto. Esperaba una biblioteca. Encontró un santuario del vino. Estanterías infinitas. Aroma de roble. Y el suelo cubierto de arena húmeda, cuidadosamente extendida. Felipe explicó entonces que esa arena era perfecta para mantener la temperatura y la humedad.
No era la única bodega. En 2013 se llegó a catalogar un total de tres. Dos en Zarzuela. Una en el Palacio de Oriente. Diez mil botellas inventariadas. Hubo incluso una propuesta para subastarlas tras el escándalo de la cacería en Botsuana. El gesto habría servido como lavado de imagen. Nunca se llevó a cabo. Los vinos permanecen en su sitio. Intocables.
Felipe ha heredado esa pasión. Aunque su imagen es mucho más sobria, disfruta de esas cenas privadas en las que la bodega secreta vuelve a abrirse. El contraste es evidente: en público, austeridad; en privado, lujo refinado. El hijo ha recogido una de las manías más extravagantes del padre. Y la ha hecho suya.